Las elecciones de México y Estados Unidos han dejado en claro que el espectro político de sus sociedades ha cambiado profundamente y ha otorgado a sus nuevos gobernantes un mandato de transformación que puede dejar un legado perdurable. La victoria de Claudia Sheinbaum y Donald Trump parece tener un patrón similar de restructuración política y de instituciones.
Los votantes estadounidenses han entregado a Trump un claro mandato para que pueda cumplir sus promesas de campaña respaldado por la mayoría republicana en el Senado y, quizá, en la Cámara de Representantes, lo que le permitirá pasar leyes con mayor facilidad que afectarán muchos aspectos comerciales, económicos y sociales. Considerando los problemas que ha tenido con jueces y con fiscales, una de sus principales obsesiones sería ampliar su influencia sobre el poder judicial. Si bien una reforma a la mexicana puede descartarse, Trump tiene la atribución de nominar candidatos a jueces de la Suprema Corte y de las Cortes de Apelaciones y de Distrito, que serían aprobados por el Senado republicano.
Sin duda, muchos empresarios recibirán con optimismo el proyecto económico de Trump que busca reducir los impuestos a las corporaciones, impulsar una amplia desregulación y defender sectores industriales de los estados del “cinturón oxidado” a los que debe su elección. No obstante, la interpretación del amplio mandato que obtuvo puede llevar al presidente Trump a tomar decisiones erráticas y caprichosas, como en su primer gobierno, y mantener en vilo a sectores exportadores y a inversiones con una simple declaración.
Como en México, el poder de Trump solo tendría como contrapeso su autolimitación o la capacidad de los empresarios de alinear sus objetivos a los del nuevo gobierno.
Otro elemento de coincidencia de las elecciones en Estados Unidos y México es la reconfiguración de las bases de apoyo de los partidos ganadores. El triunfo de Claudia Sheinbaum y de Donald Trump se dio, con diferencias de grado, con el respaldo de prácticamente todos sectores de la población. En México, segmentos no identificados con el voto tradicional de Morena, como la clase media o personas con altos estudios, respaldaron a Sheinbaum; mientras que, en Estados Unidos, Trump obtuvo un mayor porcentaje del voto latino del que logró en 2016 o 2020, lo mismo que ocurrió con jóvenes o afroamericanos, segmentos sobre los que demócratas fincaban su victoria. Por su parte, el sector laboral, que había sido el sustento del PRI y del Partido Demócrata, ha corrido a cobijarse en Morena y el Partido Republicano.
El regreso de Trump y la amplia mayoría que obtuvo Morena, demuestran lo difícil que ha sido para los partidos de oposición en Estados Unidos y México interpretar las inquietudes y angustias del electorado. Por eso, necesitan hacer una seria reflexión sobre dónde queda su sustento social y cómo recobrar segmentos de la población que les han dado la espalda porque les tomará tiempo volver a ser lo suficientemente relevantes para el electorado y recuperar el voto mayoritario.
Lamentablemente, estas coincidencias no harán que relación la México-Estados Unidos sea más sencilla. El cumplimiento del programa de Trump tendrá un costo para México en materia de migración, intercambio comercial, relaciones con China y sus potenciales inversiones en nuestro país o crimen organizado y tráfico de fentanilo, sin mencionar las diferencias bilaterales existentes en energía, agricultura, telecomunicaciones, acero o aluminio.
Si un empresario está consternado porque en México el gobierno tenga el control absoluto del Congreso y la posibilidad de incidir en decisiones judiciales, hoy tiene un motivo adicional de preocupación: el principal socio comercial vive una situación similar. Quizá el único consuelo que le quede es que ya estará familiarizado con frases como “y no me vengan con eso de que la ley es la ley” o “al diablo con sus instituciones”, que Trump podría adoptar.
*CEO de OCA Reputación