Norberto Alvarado Alegría
La libertad es como la salud, pasa de largo mientras la tenemos y sólo nos damos cuenta de su valor cuando se deteriora o la perdemos. Hoy, temerosos del fanatismo de la Cuarta Transformación y de sus represalias, pocos se atreven a hablar, y los que lo hacen son tildados con adjetivos peyorativos que las hordas simpatizantes o dependientes de Morena repiten irreflexivamente.
Existe una decepción generalizada -en los años que van del siglo XXI-, con el sistema político y que tiene origen en un cúmulo de buenas razones. Las falsas promesas de la democracia fueron identificadas por Norberto Bobbio a finales del siglo pasado, en este nuevo siglo Nadia Urbinati las identifica hábilmente como las promesas incumplidas y las resume en la ineficacia de la democracia representativa liberal, a lo cual le asigna de manera atinada en mi opinión, el concepto del germen para el crecimiento del populismo como una nueva forma de gobierno que empieza a transformar el concepto de la Democracia en diversos países del mundo occidental.
Esa élite de poder a la que, le importa más llegar a las posiciones de poder desde las que se toman las decisiones centrales, que tomar las propias decisiones y sus consecuencias como lo advertía Wright Mills, hoy está convirtiendo al populismo en un régimen político que busca deshacerse de un sistema político, que argumentan pone una barrera entre “nosotros el pueblo” y el Estado mismo.
Esta retórica antisistema, no se refiere en el fondo a clases socioeconómicas, ni a diferencias raciales, de género o de credos religiosos, ni de posiciones políticas -si bien los usa-, sino a aquellos que persiguen el ascenso al ejercicio del poder político para integrar una nueva élite de poder. Se llega al inicio a través de un sistema republicano, entendido aquél como el que permite a cualquier ciudadano acceder al ejercicio del poder público, pero no necesariamente se sostiene bajo el mismo esquema de libertad electoral, sino que una vez en el poder, cambia las reglas, desaparece las instituciones y se prolonga bajo justificaciones antidemocráticas como lo advertimos en los regímenes de Nicaragua, Rusia y Venezuela, entre otros.
Para Urbinati la ciudadanía y el resto de los actores políticos estamos cometiendo un grave error al calificar y enfrentar al populismo como una demagogia, cuando en realidad es un nuevo modelo de gobierno representativo que se funda en dos fenómenos: una relación directa entre el dirigente o líder y el grupo social que se le considera como las personas o el pueblo bueno, y la autoridad superlativa -diría yo supuestamente moral-, del auditorio al que se dirige, es decir al mismo pueblo bueno.
El objetivo principal de estas acciones es desaparecer a los obstáculos que impiden el desarrollo de esta relación simbiótica entre la dirigencia y el pueblo; es decir, cortar de raíz las instituciones (públicas y privadas) y las normas que pueden confrontar u opinar sobre los mensajes que se intercambian en este acto de performance perlocutorio.
El resultado de este modelo traza una fisonomía que puede percibirse como evidente, de un origen popular y mayoritario, que puede desfigurar fácilmente, bajo este matiz de parcialidad, al Estado de derecho, la división de poderes, los principios de competencia electoral y las libertades, a través de un falso discurso de transformación que en realidad desfigura a la democracia representativa, como comienza a suceder en nuestro país.
Los populistas pretenden sustituir la política partidista por la política populista, no se reconocen como institucionales sino como parte de movimientos, pero utilizan el uso desmedido de los procedimientos electorales, como el voto popular o procesos aleatorios, para tomar decisiones, argumentando el uso de la democracia partidista.
Debemos reconocer que mediática y electoralmente tienen éxito por diversas razones sociales, económicas o políticas, pues la democracia representativa ha dejado mucho que desear. Sin embargo, eso no significa que el populismo sea correcto ni la solución divina o mesiánica de los problemas públicos de una sociedad. La dicotomía entre buenos y malos, muchos y pocos, progresistas o conservadores, chairos y fifís alimenta la política antisistema del populismo, y encuentra su nicho en las promesas incumplidas de la democracia, pero es un juego perverso.
Las desigualdades económicas, la corrupción gubernamental, el conformismo de los ciudadanos, la inmovilidad de los partidos políticos y la debilidad institucional son pavoroso ejemplos de las promesas incumplidas de las que hablamos, y la tierra fértil para que el populismo ponga sobre la mesa cualquier propuesta por contradictoria o ilógica que sea para acabar con lo establecido, con lo que parece beneficiar a pocos y perjudicar a la mayoría.
Sin embargo, hoy más que nunca la mayoría está constituida de múltiples minorías, que una vez dentro del populismo se fraccionan y pierden sus derechos ganados históricamente, para ser desdeñados en su turno político, por el resto de las minorías que se convierten en la mayoría del pueblo bueno. Este movimiento de masas se ha convertido en una fuerza gobernante, con un avasallante poder de sus dirigentes, el abuso de su condición de mayoría temporal, la deformación de los procesos electorales y la desaparición de las instituciones.
México ha entrado en ese fenómeno. Hoy incluso en una fase esquizofrénica de mayor alerta que en el sexenio pasado, pues se ha vuelto bipolar. Este gobierno populista ha mandado mensajes contradictorios que comienzan a ser preocupantes y motivo de análisis político. Me refiero a la presentación de Plan México de esta semana, en la que se plantean 13 metas cuyo objetivo es hacer de nuestro país la economía número 10 a nivel mundial contempla un portafolio de inversiones, nacionales y extranjeras, de 277 mil millones de dólares a través de 2 mil proyectos de inversión privada. elevando la proporción de inversión respecto al PIB, arriba del 25%, generando 1.5 millones de empleos más, incorporando 150 mil nuevos profesionistas y técnicos anualmente adicionales a los que ya se generan, y con un 30% de PYMES con acceso a financiamiento. Además de cerrar filas con Estados Unidos y Canadá, y combatir el comercio y la expansión de China.
El contenido del plan simplemente no cuadra con el discurso, ni con la plataforma electoral ni los cambios constitucionales que el gobierno de Morena ha expresado en los últimos seis meses; por el contrario, parece una paradoja, pues más que un gobierno promotor de la inversión hemos tenido un gobierno estatista que ha desaparecido instituciones, normas y libertades, por ello aseguro que es un sexenio esquizofrénico y bipolar.
Las élites del poder económico y político -en turno-, parecen haber alcanzado un acuerdo; las clases sociales más desfavorecidas seguirán recibiendo una dádiva gubernamental que los encadena al populismo, hasta donde alcancen los recursos; pero, la gran incógnita es qué sucederá con la clase media de este país, que es la principal afectada con este nuevo régimen populista.
El populismo es una fenomenología que hace sustituir el todo por una de sus partes. Este sectarismo ideológico hace que se esfumen las ficciones de la universalidad, la inclusión y la imparcialidad que convenimos antes de dejar caer el velo de la ignorancia. No arruinemos el país a una velocidad extraordinaria porque después, como a Orfeo en el rescate de Eurídice, no habrá vuelta atrás.