La última encuesta presidencial de El Financiero publicada el viernes pasado, en vísperas del segundo debate, es devastadora para Xóchitl Gálvez. La candidata opositora llega en “uno de sus peores momentos”, perdiendo popularidad y con una caída de 10 puntos en sus opiniones positivas, escribió el jefe del departamento demoscópico, Alejandro Moreno. Gálvez salió muy por debajo de la candidata oficialista Claudia Sheinbaum en las cuatro regiones del país, y a 17 puntos de alcanzarla, que a 35 días de las elecciones, son números muy desalentadores.
Y sin embargo, ¿por qué desde todos los frentes del lópezobradorismo y Morena no han dejado de dispararle misiles? Con semejante diferencia, no habría necesidad siquiera de voltear a verla, ni existencia de esa notoria preocupación real que hay en Palacio Nacional, o de acciones contraproducentes.
Un ejemplo de ello es lo que sucedió el viernes pasado en su casa de campaña, cuando su equipo descubrió a una pareja que estaba tomando fotografías de quiénes entraban y salían, en lo que era una jornada intensa que comenzó con una reunión mañanera de la candidata con una treintena de generales en retiro y la sesión de prácticas para el debate de anoche. Los colaboradores de Gálvez llamaron a la policía pero la pareja se negó a identificarse y a que les revisaran el automóvil en el lugar, aceptando el protocolo en sus instalaciones.
No se sabe qué sucedió con la pareja, pero tampoco estaban cometiendo un delito, por lo que lo más probable es que se hubieran identificado, dejado que se revisara el vehículo y se fueran. Nadie en el equipo de Gálvez parece haber hecho un seguimiento para ver de quiénes se trataba. El sábado, el vicecoordinador de la campaña, Máx Cortázar, aportó unos pequeños granos de información. La pareja, dijo al revelar el nombre complejo de la mujer y el primer nombre del hombre, trabaja en el Centro Nacional de Inteligencia y el auto que tenían era rentado. Nada más.
La pareja presta servicios en el área de Terrorismo de la agencia de inteligencia civil, lo que lleva inmediatamente a la conjetura que no estaban realizando actividades para los que existe el CNI, recopilar inteligencia y contrainteligencia que afecte la seguridad del Estado mexicano, sino que estaban realizando espionaje político, y a la duda de por qué utilizar elementos que combaten el terrorismo, salvo que el disparate que el gobierno considerara que Gálvez es una terrorista.
El vehículo ciertamente fue rentado a una empresa en Huixquilucan, en el estado de México, lo que no es un procedimiento inusual. En el sexenio anterior el CISEN, antecesor del CNI, tenían el mismo método. El director Eugenio Imaz -ex cuñado de Sheinbaum-, tenía presupuesto suficiente de la Secretaría de Gobernación, de donde dependía, que le autorizaba Miguel Ángel Osorio Chong para actividades de espionaje político. En la actualidad el CNI depende de la Secretaría de Seguridad, pero en realidad opera de manera autónoma y su director, el general Audomaro Martínez, solo le reporta al presidente Andrés Manuel López Obrador.
El CNI, que es una de las tres dependencias del gobierno federal que utilizan el software Pegasus para realizar espionaje político, es una de las dos áreas que están involucradas en el seguimiento de políticos, de Morena y de la oposición, cuyos reportes son entregados en Palacio Nacional. Junto con el CNI, la Fiscalía General de la República tienen intervenidas las comunicaciones, realizan vigilancia física y, como es el caso del equipo alterno que tiene el fiscal Alejandro Gertz Manero, han penetrado el cuarto de guerra de Gálvez.
Desde diciembre pasado cuando menos, Gertz Manero le ha ido informando al presidente sobre las discusiones, acciones y estrategias que se toman en el cuarto de guerra de Gálvez, así como le da resúmenes o copias de los discursos de la candidata, con días de antelación a que los pronuncie. No hay información disponible hasta este momento que sugiera que López Obrador le proporciona una copia de esos informes a Sheinbaum, pero sí le han permitido enviar instrucciones a su campaña para evitar sorpresas.
Gracias a este tipo de información, por ejemplo, causó extrañeza en Palacio Nacional que Gálvez no utilizara toda la metralla que tenía lista contra Sheinbaum en el primer debate presidencial, que sí son elementos que le pasaron a la campaña de la candidata oficialista. El espionaje, como es específicamente en el caso de la Fiscalía, no se limita a la campaña, sino a dos decenas de figuras de la oposición, así como también tiene intervenidas las comunicaciones de Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal y Adán Augusto López, los líderes de los partidos políticos de la coalición gobernante y de otras figuras cercanas al presidente.
El trabajo de espionaje del gobierno contra Gálvez y su equipo no ha sido contrarrestado. Ni siquiera lo han intentado. La candidata de la oposición, incluso, lo ha minimizado, como el viernes, cuando como reacción tras descubrirse a la pareja tomando fotografías, dijo “me han espiado todo el tiempo, siempre”. El tema la rebasa. ¿Si ya lo sabe por qué no ha hecho nada? Una explicación, que se origina en la responsabilidad delegada a su hijo, hasta que dejó la campaña, como la persona que veía las propuestas de sistemas de seguridad, cuya edad veinteañera no solo le limitaba el tiempo de maduración en temas sensibles y complejos como la seguridad, sino que carecía absolutamente de experiencia en ese campo.
Gálvez ha sido un libro abierto para la Fiscalía General y el CNI en lo más profundo de su cuarto de guerra, desde donde fluye información a raudales para el presidente sobre sus estrategias. Pero por lo mismo, levanta las cejas e introduce serias dudas la muy amplia ventaja porcentual de Sheinbaum sobre su rival en la mayoría de las encuestas publicadas, porque no corresponde a la inversión en recursos y capital humano pagados por los contribuyentes utilizados para espiarla, denostarla y atacarla todo el tiempo, síntomas en cambio de incertidumbres, temores o meramente paranoias.