Daniel de la Fuente
Lo dice en la reedición de su libro de relatos Ciudad mía, publicado hace unas semanas por Debolsillo: Gabriela Riveros quería escribir un libro como homenaje a Monterrey por sus futuros 400 años de fundación, en 1996, donde le interesaba revelar “lo silenciado tras el estereotipo de una ciudad industrial moderna”.
Agregó: “Desentrañar la mitología urbana, el pensamiento mágico bajo el asfalto y las chimeneas”.
Era 1993, estudiante de Letras Españolas en el Tec, tenía ya un libro debut, de cuentos también: Tiempos de arcilla, por lo que solicitó una beca en el Centro de Escritores de Nuevo León, que le dieron al año siguiente: era la única mujer de la generación y, hasta entonces, la más joven.
“Algunos de mis compañeros comentaban que mis textos no cumplían con la estructura tradicional del cuento -exposición, clímax y desenlace, que yo daba mucha importancia al lenguaje y que eso correspondía más a la poesía que al cuento”, recuerda, “pero el escritor y director de Artes Literarias, José María Mendiola alentó mi escritura y promovió la publicación de mis relatos”.
Uno, Ven por chile y sal, ganó en 1995 el primer lugar en el concurso literario de la Deutsche Welle de Alemania, en la categoría de narración radiofónica, lo que le abrió un camino importante como escritora, que ha alternado con la promoción cultural y la docencia, y que al tiempo la han convertido en una figura de la literatura nuevoleonesa y más allá, debido a su compromiso por descubrir y reivindicar historias, narrarlas de otra manera, dar voz a los que no la tuvieron.
Lo dijo en un panel en el que participó hace días en la FIL Monterrey, que hoy concluye, y en la que participó con Sofía Segovia, Mónica Castellanos y Ethel Krauze.
“La historia de este libro (Ciudad mía) condensa los caminos que quienes escribimos desde fuera del Centro hemos seguido desde fines de los 90”, dijo Gabriela.
“Porque nosotros también contamos, nosotras también contamos, también narramos, escribimos custodiamos la memoria, las otras historias, las silenciadas”.
La línea de su participación recordó al primer discurso inaugural que se dio en la FIL, a su cargo, donde la fiesta librera volvió a la presencialidad tras la emergencia por la pandemia. Fue un discurso excepcional.
Al hacer un recorrido por la historia local y evocando la frase de José Vasconcelos de que “donde termina el guiso y empieza la carne asada, comienza la barbarie”, emitida en un contexto gastronómico, pero con el tiempo tergiversada, ella afirmó: “No somos nuevos ni somos bárbaros”. Era una defensa de lo reinero.
El escritor Eduardo Antonio Parra, primer editor de Ciudad mía, escribe en la reedición del libro y parece darle la razón años después a la defensa aquella de Mendiola: “La autora, podríamos decir, pone un énfasis especial en lo artístico de su lenguaje, sin olvidar ni por un instante las historias que desea trasmitir a los lectores.
“Estas historias podrían integrarse en un solo asedio: a la de la ciudad de Monterrey, a su memoria, a sus habitantes de hoy y del pasado, a sus raíces indígenas, judías y españolas, a su presente de urbe metropolitana, a su semejanza con otras ciudades grandes del mundo”.
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Gabriela hace un recorrido por su vida el día exacto de su cumpleaños 51, el pasado 3 de octubre. El repaso es, de alguna manera, o acaso literalmente, un viaje trasatlántico.
Es la mayor de los tres hijos de Francisco Riveros Luján, originario de Chihuahua, y de la regia Laura Elizondo Elizondo. Se conocieron cuando él vino a estudiar una ingeniería al Tec de Monterrey.
Laura es una gran lectora, indujo a su hija al hábito y pinta, aunque la escritura le vino por su tía Conchita Riveros, quien estudió Filosofía y Letras, y por el bisabuelo Francisco Riveros Rivera. También quiso mucho a su abuela Zoila Elizondo Elizondo.
El esposo de Conchita, Florencio Torres, inspiró a Gabriela para escribir Don Florencio de Polvorín y su prodigiosa profesión, relato infantil. De hecho, la familia, la infancia, la historia, aquellos pueblos cada vez más vacíos y las vidas insólitas están presentes en la obra de la escritora, incluido su hermano Francisco, quien pese a nacer con un síndrome y pasar por un sinnúmero de operaciones cerebrales, sobrevivió más allá del pronóstico. Falleció durante la pandemia.
“Nunca escuché a mamá quejarse, tampoco hizo que la vida girara en torno a la salud de mi hermano”, cuenta Gabriela. “Ella siempre ha sido una mujer echada para delante, gran lectora, que retomó sus estudios cuando yo estaba en carrera.
“Recuerdo que, como empecé a ir muy chiquita a mis eventos literarios, mamá me acompañaba y todos pensaban que ella era la escritora”.
Inspirada por sus abuelas Zoila y Cuquita, que tocaban el piano, desde pequeña Gabriela estudió lo mismo en La Superior. Tan en serio iba su pasión por la música que, a los 13 años, abrió una pequeña academia de piano a la que llamó Riveli y, por 12 años, impartió clases de este instrumento y de apreciación musical.
Sin embargo, el poder de la escritura le llegó cuando Francisca, su maestra de español en secundaria, la eligió a ella y a otros para un taller de escritura creativa.
“Estuve una Semana Santa sentada en un escritorio escribiendo mi primer cuento, que ahí lo tengo y que es como una novela corta”, comenta. “Está inspirado en la Escuela Superior y se llama Plagio de una ejecución, una especie de thriller, porque en ese entonces me gustaban muchos los cuentos de Sherlock Holmes”.
Posteriormente llegó a la Prepa Tec y tuvo como maestra a la hoy escritora María de Alva, unos años mayor que ella.
“Ella estaba en el último semestre de Letras y detectó este gusto mío, entonces empecé a escribir también poesía y otros relatos”, recuerda Gabriela y cita a muchos maestros fundamentales.
La académica Nora Guzmán participa actualmente en un Círculo Literario que Gabriela tiene desde hace años, además de que integran un proyecto que se llama “Leer nos une” e imparten juntas talleres en el Cereso femenil.
“Hablar de Gabriela Riveros es hablar de hacer patria e historia en Monterrey y la región”, dice Nora. “Oí hablar de ella hace muchos años en el Tecnológico cuando apenas era una estudiante de Letras y supe que se ganaba un premio en Alemania por sus cuentos: ahí inició mi admiración”.
La decisión de Gabriela por caminar el sendero literario fue resultado de una reflexión.
“Fueron unas vacaciones al terminar la prepa; tengo unos párrafos por ahí en un diario de esa época. Recuerdo que fue julio de 1991 y pronto cumpliría 18 años.
“Estaba en la Isla del Padre, en la noche frente al mar, con los pies metidos en la arena. Creo que era algo que había intuido de alguna manera y, pues, fue como de pronto asumir y aceptar que sí, que eso es lo que iba a hacer”.
Para ella, dice, no hay un día en que uno comienza a ser escritor o escritora: más bien hay un día en que uno simplemente asume que lo es. Fue su caso.
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Hacia el 2013, con 40 años de edad, Gabriela decidió escribir una novela, por lo que se sumergió en sus archivos y en la memoria.
Así, en el 2019 nacieron la novela Destierros y el poemario En la orilla de las cosas, mellizos publicados, respectivamente, en Lumen y Vaso Roto.
“El poemario comenzó como un especie de apéndice, pero estaba reclamando vida propia, entonces comencé a trabajar de manera paralela: en ambos está el tema de mi hermano Francisco, la familia, los abuelos, las formas en que tomamos las decisiones, las historias de amor, pero también de desamor, soledad. Fue un parto doble”.
Para entonces, además de los dos primeros libros, los infantiles El encargo de Fernanda, Mi hermano Paco, Don Florencio de Polvorín y su prodigiosa profesión y El secreto de los asteriscos, y los títulos del 2019, Gabriela comenzó también a trabajar en la que sería una novela clave de la literatura regia: Olvidarás el fuego, en torno a Luis de Carvajal “El Mozo”, sobrino del fundador del Nuevo Reyno de León Luis de Carvajal y de la Cueva.
“Digamos que el primer día de enero del 2019 empecé a escribirla tal como inicia: ‘Cárceles de la Inquisición, 8 de diciembre de 1596’, pero luego sucede la pandemia en el 2020, donde tuvimos que encerrarnos, pero yo ya contaba con todos los ingredientes para hacer el ‘pastel’”.
En Olvidarás el fuego, la regia narra desde la ficción la persecución contra “El Mozo”, también conocido como “Joseph Lumbroso” -quien es personaje de Ciudad mía-, y que 20 años después retomó para realizar el lienzo de aquel linaje de personas de origen judío torturado cuya historia fue silenciada por siglos.
Isabela, la mayor de las tres hijas que Gabriela tuvo con su esposo José Manuel Zambrano -las otras son Catalina y Andrea- recuerda el proceso de escritura de ese galeón narrativo.
“En esos días mamá colocaba un letrero afuera de su oficina que decía: “No entrar, novela en proceso, mamá se fue al siglo 16’. Esa pequeña anécdota refleja lo fascinante y divertido que ha sido crecer con una madre tan creativa”, comenta la joven, también escritora, quien describe a Gabriela como una madre presente, incluso en los momentos más ocupados.
Quienes la conocen describen a Gabriela como generosa, siempre interesada en promover la lectura, muy disciplinada: desde hace 11 años tiene un taller literario llamado “Primer borrador” con la escritora María de Alva y el catedrático Raúl Verduzco.
Por ahí pasaron libros como Olvidarás el fuego, ganadora de menciones en los premios Antonio García Cubas y en el International Latino Book en la categoría de Ficción Histórica, representada en teatro y en espectáculos, y que reivindicó a nivel nacional y más allá aquella historia condenada al silencio: sus letras lo rompieron.
Así lo dijo al aparecer su novela: “Debía habitar sus silencios, dejarme guiar por la intuición de una búsqueda personal que me mantuvo junto a Joseph, intrigada por su martirio, por los agujeros negros de su historia personal, por el empeño que puso el imperio más poderoso de la Tierra de fines del siglo 16 para exterminar su identidad y memoria”.
Nora Guzmán afirma que esta novela es la consagración de Gabriela. Y aún faltan muchas letras más.
“Su literatura nos obliga a pensar en las hogueras que cualquiera puede encender destruyendo al otro, y que se repiten siglo tras siglo olvidándose de la luz de la que un día hablaron profetas del Antiguo y Nuevo testamento. Así… ‘Las hogueras crepitan incansables, voraces’. Gracias a la escritura de Gabriela Riveros”.