En tiempos en que el uso constante de dispositivos electrónicos trae aparejada la necesidad de teclear, el calígrafo japonés Ryuho Hamano recorre Latinoamérica con tela, pincel, tinta y una meta clara: reivindicar la importancia de escribir a mano y “con el corazón”.
Con líneas rectas y curvas tan precisas como bellas, los caracteres del “shodo”, la caligrafía japonesa, develan secretos que, como ellos, son milenarios pero preservan su vigencia, pues hasta hoy conmueven e inspiran a quien se acerca.
Es que, como confiesa el maestro Hamano a la Agencia EFE antes de su primera demostración en Uruguay -donde, tras ofrecer una muestra en Buenos Aires, se presentó apoyado por la Embajada de Japón en el país con actividades en dos centros de la Universidad de la República-, “la emoción” es un componente esencial de la disciplina que practica profesionalmente hace unos 30 años.
A mano y con el corazón
“No solo en Uruguay sino en todos los países la gente se olvidó de escribir a mano, porque estamos tecleando, con computadora o celulares, entonces la actividad de escribir se sustituyó por actividades como la de teclear”, advierte el artista.
En ese sentido, quien en la Facultad de Información y Comunicación (FIC) brindó una charla antes de mostrar su caligrafía con pincel y sellos “tenkoku” en una tela de tres metros, destaca que su objetivo actual es “demostrar la importancia de escribir a mano y con el corazón”.
Con 63 años, el japonés formado con el maestro Gaki Fukuse resalta que su pasión por la caligrafía estuvo siempre presente y que ya desde la infancia también le gustaba la idea de recorrer el mundo.
“Desde que era niño empecé a hacer caligrafía. No sé por qué pero desde siempre me encantaba escribir a mano y viajar a otros países, entonces junté las dos ideas y ahora estoy viajando y mostrando mi caligrafía”, puntualiza quien ya ha presentado su trabajo en Europa, Estados Unidos y países latinoamericanos como Cuba, Paraguay, México y Perú.
Preguntado sobre si practica antes de plasmar los caracteres, que pinta con un pincel de pelo de animal -como dicta la tradición- y tinta negra en extensiones de tela blanca, Hamano dice que no, porque si bien puede llegar a inspirarse en una bebida como, por ejemplo, “el vino uruguayo”, no decide nada “de antemano”.
“Mirando las caras del público me surge intuitivamente lo que voy a hacer”, señala y añade que lo hace de acuerdo a su emoción “de ese momento”.
“Es que este momento nunca va a suceder de nuevo en el futuro, es un momento único, entonces yo quiero echarle toda mi energía de ese momento a esa obra”, recalca sobre experiencias como la de la FIC, en donde se inspiró en un niño del público para pintar caracteres de un poema de 1300 años de antigüedad sobre la juventud.