Se encuentra ubicado en la esquina que forman las calles Benito Juárez y Ángela Peralta, dentro de la zona de monumentos históricos de la ciudad de Santiago de Querétaro, que el 5 de diciembre de 1996 fue declarada por la Organización de las Naciones Unidas a través de la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Es un edificio de estilo neoclásico que data de mediados del siglo XIX y se construyó originalmente como escenario de las representaciones teatrales, al carecer la ciudad de un lugar digno para tal expresión artística.
Durante la segunda mitad de dicha centuria se convirtió en el recinto cultural por excelencia de la sociedad queretana, donde tuvieron lugar múltiples eventos artísticos que hicieron de Querétaro un importante centro de cultura en el país. Al mismo tiempo, fue sede de importantes acontecimientos históricos nacionales y locales en la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo del siglo XX.
Originalmente se denominó Gran Teatro de Iturbide, luego simplemente se llamó Teatro Iturbide y a partir de 1922 se le impuso el nombre de Teatro de la República, cinco años después de la promulgación de la Constitución que nos rige.
BREVE RESEÑA HISTÓRICA
El Teatro de la Media Luna o Coligallo
José Xavier Argomániz, autor del Diario de Querétaro. 1807-1826, registra los sucesos más importantes de la Provincia de Querétaro durante esa época, entre ellos la presencia de comediantes, cómicos, títeres y otros “espectáculos” que diversas compañías de la capital ofrecían como cosas exóticas. En 1823 ya existía la Plaza de Gallos, que servía también de teatro; en ella se lidiaban toros y se presentaban los comediantes. El palenque se encontraba en la acera de la derecha y frente al Teatro de la Media Luna.
En el número 7 de la calle de Huaracha (hoy Reforma oriente, entre las calles Juárez, Corregidora y Vergara), se encontraba el primer teatro que hubo en la ciudad en el segundo tercio del siglo XIX: Teatro de la Media Luna o llamado también Coligallo, porque servía no sólo de escenario sino como palenque para peleas de gallos y acróbatas. Lo construyó Francisco Frías y Herrera y vino a cubrir el vacío existente en nuestra ciudad en esta materia, pues todavía a principios de ese siglo se representaban los dramas en alguna casa particular o se alquilaba un mesón y se formaba un escenario provisional.
En dicho teatro se dieron a conocer las obras de grandes dramaturgos Delavgne, Bachardym, Dumas, Víctor Hugo, Serive, Bretón de los Herreros, Hartzenburch, Gil y Zárate, Larra, Zorrilla, el Duque de Rivas, Martínez de la Rosa y Florentino Sanz. De esta manera, los queretanos pudieron admirar las puestas en escena de “Los hijos de Eduard”, “La Torre de Nesle”, “María Tudor”, “Ángelo”, “Tirano de Papua”, “La Marcela”, “Batelera de Pasaje”, “Doña Mencia”, “Guzmán el Bueno” y otras piezas de la “edad de oro” del teatro español.
En cuanto a la dramaturgia mexicana, se presentaron obras de Fernando Calderón e Ignacio Rodríguez Galván. Las representaciones más populares fueron: “Ana Bolena”, “El Torneo”, “La Vuelta del Cruzado”, “El Privado” y “Visitador de México”. Varias temporadas ocupó el local la Compañía de José Castelán, formada por Teresa F. de Castelán (prima donna), Paula Martínez, Dorotea López, los señores Carrillo, López, Salgado y otros actores, como el hijo de José Joaquín Fernández de Lizardi “El Pensador Mexicano”, célebre autor de “El Periquillo Sarniento”.
Manuel de la Llata refiere que entre 1836 y 1840 se inauguró una plaza de toros en la calle de la Huaracha y junto a ella funcionó otra plaza también de madera destinada para plaza de gallos. El día 13 de junio de 1843 el presidente de México, general Antonio López de Santa Anna, asistió a un festival que se verificó en ese lugar. Hacia 1875 las plazas de toros y de gallos se acondicionaron para convertirlas en el Teatro de la Media Luna, también conocido como El Coligallo, donde se efectuaron funciones de teatro, circo y peleas de gallos. Este teatro funcionó ahí hasta 1886. Aunque Edgardo Moreno opina que probablemente aquél autor se refiera a una remodelación, pues desde medio siglo antes este espacio era multifuncional.
El Gran Teatro de Iturbide
Fue hasta mediados del siglo XIX cuando Querétaro tuvo un local propio para las representaciones teatrales y se le dio el título de Teatro Iturbide. Durante los primeros meses de 1845 un grupo de vecinos de la ciudad celebraron varias reuniones preparatorias con el propósito de crear una empresa que se encargara de llevar a cabo la construcción de un teatro del cual carecía Querétaro. En ellas también tomaron parte las autoridades de la capital y del Estado, encabezadas por el entonces gobernador Sabás Antonio Domínguez.
Finalmente, durante una reunión efectuada el 23 de abril de ese año, con la participación del gobernador, los diputados de la Asamblea del entonces Departamento de Querétaro, el Prefecto de la capital Ignacio Pozo y 27 empresarios queretanos, se constituyó la Junta Directiva del Teatro. Como miembros de dicha Junta fueron electos Sabás Antonio Domínguez, Abundio Corona, José Antonio Urrutia, Joaquín Roque Muñoz, Pablo Gómez, Laureano Segura, José María Carrillo y un representante del Ayuntamiento.
El acta constitutiva menciona que los involucrados en el proyecto “están persuadidos de la necesidad y exigencia de la obra para el ornato y adorno de la Capital, para el honesto e ilustrado recreo de la población, y que para el espíritu de civilización anunciado ya en todas las clases tenga dónde sostenerse y fomentarse, han acordado poner en práctica la primera de dichas proposiciones”. Ésta se refiere a la facultad que le fue conferida a la Junta para hacer cumplir a todos los empresarios, “judicial o extrajudicialmente”, la obligación contraída en la escritura, respecto de la cantidad, cuotas, tiempo y efectos con que han de concurrir a la obra.
El presupuesto inicial fue de 30 mil 821 pesos, de los cuales se habían colectado 19 mil 100 pesos. Finalmente, la obra se inició en 1845. El sitio escogido fue un terreno de 994. 43 metros cuadrados perteneciente al viejo edificio que ocupaba la Alhóndiga, institución que había venido a menos después de la guerra de Independencia; se ubicaba en la esquina de las calles de este nombre y la de San Antonio, en una pequeña manzana que enmarcaba la Plaza de San Francisco.
El proyecto se asignó al reconocido arquitecto Camilo San Germán y en un principio el financiamiento corrió a cargo del Ayuntamiento. Luego contribuyó con 4 mil pesos el empresario textil Cayetano Rubio, dueño de las fábricas “El Hércules”, “La Purísima” y “San Antonio”. En los siguientes años hubo dificultades económicas y las obras se abandonaron. Al iniciador de la obra lo sucedió el ingeniero inglés Tomás Surplice, con quien hubo adelantos en la construcción y nuevas suspensiones.
El gobernador José Antonio Urrutia (1850-1851) impulsó la obra, pero no la concluyó. A quien correspondió entregar el teatro que tanto deseaban los habitantes de la ciudad fue a su sucesor Ramón María Loreto Canal de Samaniego (1851-1853). Esto ocurrió en 1852 y para darle nombre al recinto el gobernador expidió un decreto que, con base en algunas consideraciones históricas, se le impuso el de “Gran Teatro de Iturbide”.
Se estrenó la noche del 2 de mayo, como narra José Guadalupe Ramírez Álvarez: “Ante los ojos de la concurrencia quedaba allí para admirarse la obra que, esperada por mucho tiempo, era satisfactoria. Las proporciones, el decorado, los asientos, la intimidad; más que el decoro, la elegancia en todos los detalles hacían del Teatro de Iturbide una construcción a la altura de las muchas que ornaban, que enriquecían, que enorgullecían a la ciudad”.
El programa inició con la interpretación que la banda de música hizo de la obertura “Iturbide”, compuesta para ocasión tan memorable por el maestro Bonifacio Sánchez. Luego se alzó el telón, que permitió ver el foro en toda su magnificencia y así el Gran Teatro de Iturbide inició su historia, que ya se prolonga por 161 años. La Compañía de José Castelán inició su labor artística con la puesta en escena de la obra “Por dinero baila el perro y por pan si se lo dan”. Hacia la media noche concluyó la primera representación y aunque la obra no agradó plenamente, la velada dejó muy satisfechos a los espectadores y durante mucho tiempo se comentó el estreno del recinto, que en su época fue uno de los más bellos y elegantes coliseos de México.
El estreno del Himno Nacional de México
Dos años después de que fue inaugurado, el Gran Teatro de Iturbide vivió su primer episodio histórico: el estreno de nuestro Himno Nacional, el 16 de septiembre de 1854 con motivo de las Fiestas Patrias, de manera simultánea al que se hizo en la capital de la República. Correspondió al general Ángel Cabrera, gobernador y comandante general del entonces Departamento de Querétaro, presidir la ceremonia, que se realizó con la acostumbrada pompa decimonónica.
El gobernador Cabrera dispuso que el encargado de organizar el magno acontecimiento fuera don Luciano Frías y Soto, notable periodista, amante de la poesía y con grandes facultades en la cuestión teatral. Encomendó la ejecución del Himno a la orquesta del maestro Bonifacio Sánchez, quien puso todo su empeño para que la ejecución fuera todo un acontecimiento. Una vez que se anunció el estreno, el público entusiasmado agotó las localidades, al grado de que fue necesario colocar sillas en los pasillos, traídas de las casas cercanas para dar cabida a la mayor cantidad posible de personas. Por primera vez el Teatro Iturbide sería escenario de un acto cívico sin precedente.
Por ello, los organizadores dispusieron todo lo necesario. Ramírez Álvarez refiere que esa memorable noche los colores nacionales cobraron vida en las coronas de flores que fueron distribuidas convenientemente para un mayor lucimiento. Se elaboraron banderas de seda, que entrelazadas con las coronas de flores daban un espléndido ornato. La iluminación no fue menos fastuosa, pues se distribuyeron lámparas especiales para que el oro y el carmesí predominantes en la decoración fuera marco suntuoso de los colores nacionales que en todo el Teatro refulgían.
Tras la recepción a los titulares de los poderes del Estado, comenzó la velada histórica con una obertura en la que se escucharon composiciones poéticas y piezas oratorias que estremecieron a los concurrentes. Enseguida, un grupo de jóvenes queretanas desfilaron ataviadas con trajes típicos de la nación cuya bandera portaban y formaron un círculo, al centro del cual se ubicó la abanderada mexicana, encargada de entregar el lábaro nacional al gobernador. Con el público puesto de pie, el mandatario la tremoló y alzando la voz vitoreó a la Independencia y a sus héroes la Corregidora de Querétaro, el Cura Hidalgo e Ignacio Allende.
Bajo este ambiente de fervor patrio, un grupo numeroso de niños comenzó a cantar el Himno Nacional, con el acompañamiento musical de la orquesta, mientras en el Teatro se escuchaban gritos de entusiasmo que se confundían con los aplausos. El fervoroso ambiente provocó que en muchos de los asistentes la exaltación de sus corazones llegara hasta el delirio con lágrimas en sus rostros. Mientras transcurría la vibrante ejecución del cántico, las banderas que representaban a las naciones amigas eran inclinadas por sus portadores ante la de México, en un ademán de reconocimiento a nuestro pueblo que desde hacía más de tres siglos fue capaz de luchar para forjar sus propia identidad y cultura.
El juicio a Maximiliano de Habsburgo
El gobierno del general José María Arteaga (1857-1858/1860-1863), fiel a la causa liberal, enfrentó los constantes ataques de las tropas de Tomás Mejía, general queretano de convicciones conservadoras, que hostilizaban a las fuerzas gubernamentales en varios lugares del Estado, sobre todo la Sierra Gorda. Bajo este adverso clima, Arteaga celebró al inicio de su mandato la exaltación de la Constitución de 1857 recién jurada, con una memorable ceremonia que se efectuó en el Teatro Iturbide el 15 de septiembre de ese año.
Una década después, tras el triunfo de los republicanos durante el Sitio de Querétaro que puso fin al efímero Segundo Imperio Mexicano, el 12 de junio de 1867 tuvo lugar en el Teatro Iturbide el segundo suceso histórico de alcance nacional: el consejo de guerra que enjuició y condenó al emperador Maximiliano I de México, junto a los generales imperialistas Miguel Miramón y Tomás Mejía.
Para entonces el techo original del coliseo había desaparecido, pues como era de una capa de plomo que pesaba muchos quintales, semanas antes fue utilizado por los republicanos para hacer balas, ya que el parque escaseaba en la plaza luego del prolongado sitio que había sufrido la ciudad, según lo confirma el hacendado Bernabé Loyola, quien fue testigo de los hechos.
Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena (Viena, 6 de julio de 1832-19 de junio de 1867) fue el segundo emperador de México y único monarca del denominado Segundo Imperio Mexicano. Por nacimiento ostentó la dignidad de archiduque de Austria, debido a su filiación con la poderosa Casa de Habsburgo. Fue el hermano más próximo del emperador Francisco José de Austria-Hungría, y consorte de la princesa Carlota Amalia de Bélgica, hija del rey Leopoldo I de Bélgica, primero de la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha.
Aunque criticado como ingenuo e indeciso, Maximiliano es a menudo elogiado por los historiadores debido a sus reformas liberales, su genuino deseo de ayudar al pueblo mexicano, su negativa a abandonar a sus leales seguidores, y su valentía durante el sitio de Querétaro. Consideran que no tenía por qué haberse involucrado en asuntos mexicanos. Tuvo la oportunidad de abdicar y regresar a Austria protegido por el ejército francés, pero no lo hizo.
Luego de entregar su espada al general Mariano Escobedo en señal de rendición el 15 de mayo, el jefe del Ejército Imperial fue encarcelado en una de las celdas de la improvisada prisión del ex convento de Capuchinas, de donde salió para ser juzgado en el mismo recinto que fue construido para ser dedicado al arte y la cultura. En los días previos al 12 de junio, todos los rincones de la ciudad se llenaron de comentarios, rumores y discusiones por el acontecimiento. Y no era para menos, porque aquí tendría lugar el juicio más trascendental de la historia de México.
Desde temprana hora el Teatro Iturbide comenzó a verse abarrotado de gente ávida de presenciar uno de los sucesos que marcaría el futuro de nuestra nación. La mayor parte de los oficiales del Ejército Republicano estaban presentes y las localidades restantes eran ocupadas por muchos queretanos. Ya con los prisioneros presentes acompañados de sus defensores, llegan los miembros del jurado y se desarrolla el Consejo de Guerra.
Tras un juicio sumarísimo ante los tribunales militares, en el que Maximiliano tuvo como abogado defensor al general Rafael Martínez de la Torre, fue juzgado por un coronel y seis capitanes, sin derecho a apelaciones y con base en un interrogatorio que en su mayor parte el emperador se negó a contestar, alegando que eran cuestiones meramente políticas, los liberales lo condenaron a muerte. Fue ejecutado en el cerro de las Campanas el 19 de junio de 1867, junto con los generales conservadores Miramón y Mejía.
Ciudad ilustrada y culta
Tras el juicio de Maximiliano, Miramón y Mejía, como se conoce este hecho histórico, el teatro volvió a cumplir con el objetivo para el que fue construido: enaltecer el arte. Muchas fueron las compañías que actuaron en su palco escénico.
Querétaro contaba ya con un escenario digno para ofrecer al público el espectáculo de la representación escénica, que con el paso del tiempo llegó a convertirse en el centro de reunión para la creación literaria, musical y teatral. Durante las siguientes décadas, el Teatro Iturbide se convirtió en el espacio ideal donde los creadores queretanos dieron muestra de su arte e, igualmente, acogió a toda una gama de compañías de ópera, zarzuela y teatro, la mayoría de la capital de la República pero también algunas procedentes de Europa.
Para el historiador Guillermo Prieto “Fidel”, el Teatro Iturbide fue un “monumento digno de la cultura de la sociedad queretana”. Con su peculiar estilo describió las características del coliseo, resaltando todos aquellos detalles arquitectónicos que lo distinguen y realzan su belleza; y con esa dosis de buen humor que imprimía a sus narraciones, describe cada uno de los espacios y la concurrencia a la función que le tocó presenciar: los elegantes, los propietarios en pequeño, los calaveras, los empleados, los cócoras y el buen tono femenino.
De esta manera se enriqueció la vida cultural de los queretanos. Durante la segunda mitad del siglo XIX el Teatro Iturbide fue sede de innumerables veladas literarias, festivales lírico-musicales con motivo de las “Fiestas Cívicas”, el 15 y 16 de septiembre; representaciones operísticas y teatrales, tertulias en ocasión de la celebración de la Navidad. A ello se sumaban la diversidad de eventos artísticos que se ofrecían en las plazas públicas, los templos y las residencias de los gobernadores y autoridades del Ayuntamiento, así como las tertulias en las casas de los hacendados más acaudalados, como los Urquiza, González de Cosío, Fernández de Jáuregui y Loyola.
Querétaro fue reconocida por propios y extraños, como “ciudad ilustrada y culta”. Así consta en las crónicas de la época, sobre todo las del periódico oficial La Sombra de Arteaga y las Efemérides Queretanas (1870-1910) de José Rodríguez Familiar, que destacan las inolvidables actuaciones que a lo largo de la séptima década del siglo decimonónico tuvo la famosa cantante mexicana Ángela Peralta, el llamado “Ruiseñor Mexicano”, a quien el público queretano, conocedor del bel canto, no escatimó reconocimiento alguno. Tuvo varias temporadas de gran éxito artístico y pecuniario, con muchas noches de gran beneficio pues todos nuestros poetas tomaron a honor pronunciar en las veladas sus mejores poesías dedicadas a la vida.
Hacia el final del siglo XIX, Querétaro era un estado próspero y tranquilo. El desarrollo económico y material trajo como consecuencia el florecimiento de la cultura y el arte. El afrancesamiento practicado por el presidente Porfirio Díaz y los miembros de su gabinete en la capital del país inundó Querétaro, y el refinamiento al estilo europeo cundió en las altas esferas de nuestra sociedad. Todo esto hizo sentir a los queretanos que la entidad vivía una de las épocas más prósperas de su historia.
Paralelamente, en el gobierno de Francisco González de Cosío (1880-1883/1887-1911) se desarrollan los movimientos literario, científico, educativo y artístico, que al final llegan a conjuntarse para transformar radicalmente al conjunto social. Entre 1895 y 1905 los queretanos viven la “belle epoque”, al estilo de México y Europa.
Querétaro se había convertido en una de las ciudades del país donde la cultura se había desarrollado con mayor intensidad. Es por eso que, en lo que fue un signo distintivo de su progreso, se le consideraba como uno de los puntos principales a visitar por los artistas más renombrados de la época a nivel nacional. De igual manera, lo incluían dentro de su itinerario las compañías provenientes del extranjero. Y es que los queretanos sabían apreciar las diversas manifestaciones artísticas.
La llegada de grandes personajes del teatro es, indiscutiblemente, signo de progreso y valía de la sociedad a donde llegan. Los grandes artistas no van a lugares donde no serían entendidos por la falta de preparación de los lugareños, sino que buscan ciudades con la cultura suficiente para apreciar su arte y con la riqueza necesaria pagar el privilegio de oírlos. En los últimos años del siglo XIX y los primeros del XIX, Querétaro recibió en el Teatro Iturbide lo más grande, lo más notable: La gran trágica italiana Mimí Aguglia, hizo temporada en 1895, con teatro lleno. En 1899 vino la Compañía de Ópera Italiana, que traía como estrella a la gran soprano María Luisa Tetrazzini.
Ricardo Castro fue recibido como una estrella, pues en la estación del ferrocarril lo esperaban el prefecto de la ciudad, algunas otras autoridades y todo el “mundillo del arte queretano”. Ahí mismo fue declarado huésped de honor y en carruaje de gala se le condujo al mejor hotel, donde el gobierno le había reservado varias habitaciones. Por la noche, en su concierto, no había una sola localidad vacía; la ciudad entera deseaba oír su bellísima voz. Por su parte, Virginia Fábregas representó el súmmum del arte escénico mexicano que fue apreciado por la culta sociedad queretana.
Sede del Congreso que promulgó la Constitución de 1917
Luego de las sucesivas querellas entre los revolucionarios, Venustiano Carranza se convirtió en el jefe indiscutible de la Revolución. Consciente de la necesidad de llevar a cabo ajustes al orden legal, convocó al Congreso Constituyente que tenía por objeto revisar la Constitución de 1857, para adecuarla a las nuevas necesidades sociales y económicas del país.
Para tal efecto, mediante decreto del 2 de febrero de 1916 designó a Querétaro como capital provisional de la República para que fuera sede del evento. La capital queretana vivió entonces una febril actividad: proliferaron las publicaciones periodísticas, se ampliaron avenidas, se remodelaron edificios, se multiplicaron los comedores para dar servicios a los constituyentes, se organizaron obras teatrales y serenatas.
El Congreso Constituyente se convocó para septiembre de 1916 y la sede fue el Teatro Iturbide. Los debates se iniciaron el 1 de diciembre con la sesión abierta por el presidente del mismo, Luis Manuel Rojas, con la presencia de Venustiano Carranza, quien, al entregar el proyecto de una nueva Constitución, pronunció un importante discurso.
Las diferencias entre los congresistas pronto afloraron: el grupo leal al presidente Carranza, de filiación liberal, pugnaba por conservar la Carta Magna de 1857, con algunas reformas para suplir sus carencias mediante leyes reglamentarias; por otra parte, los obregonistas “jacobinos” intentaban modificar la estructura de la nación desde sus raíces, mediante una nueva Constitución.
Triunfaron estos últimos y, así, lo que pretendía ser una revisión del ordenamiento existente terminó por promulgar el 5 de febrero de 1917 la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, aún vigente, que fue producto de la primera revolución social del siglo XX y resultó de avanzada para su época.
Teatro de la República
En 1921 el gobernador José María Truchuelo ordenó algunos cambios en el Teatro Iturbide, que fueron encomendadas al ingeniero queretano Miguel Montes, tales como la ampliación del escenario, la construcción de los camerinos, la reconstrucción de las localidades altas y la substitución de las viejas puertas de madera por magníficas verjas de hierro, que fueron forjadas por modestos artífices locales. Al inaugurarse estas mejoras en ceremonia verificada el 5 de febrero de 1922, Truchuelo, con el acuerdo de la ciudadanía, sustituyó el nombre de “Teatro Iturbide” por “Teatro de la República”.
En esos años estaba en marcha el proceso de institucionalización del sistema político postrevolucionario en nuestro país, de ahí que la muerte del general Álvarto Obregón no generó una crisis que llevara a un nuevo rompimiento dentro de los grupos revolucionarios. A ello contribuyó la creación del Partido Nacional Revolucionario, en 1929, que aglutinó las diversas facciones políticas en un organismo de carácter nacional, con lo cual se puso fin al caudillismo. Una vez más la ciudad de Querétaro fue protagonista de este hecho trascendental para la vida política del país, al ser sede de la Convención Constituyente del (PNR).
El histórico Teatro de la República fue, una vez más, el escenario que congregó del 1 al 4 de marzo a los convencionistas, quienes firmaron el Pacto de Unión y Solidaridad del PNR. El Acta Constitutiva del Partido, que contenía el programa de acción, fue elevado a la categoría de Programa de Gobierno, bajo el cual se designó a Pascual Ortiz Rubio como candidato a la Presidencia de la República.
Un autor de la época narra con un peculiar estilo las condiciones en que se encontraba la capital queretana después de atestiguar dicho acontecimiento: “Querétaro es una ciudad vieja y triste. Estando tan cerca de la capital […] Querétaro vive como sumida en un sueño […] Hay un tono de misterio y recato en sus calles […] Su prestigio de ciudad equidistante y tranquila, de su sereno ambiente propicio a la meditación grave, responsable, la hizo posteriormente sede imprescindible de todo acto trascendente en la vida nacional […] La ciudad quedó de nuevo tranquila, con su austero silencio y su digno recato colonial”.
En 1933 fue formulado en el mismo recinto el primer Plan Sexenal para el primer periodo presidencial de seis años, que inició con el general Lázaro Cárdenas.