Ramón Márquez C.
Domingo 13 de julio: cuatro de la tarde. Brilla intensamente el sol pero no hace calor. Unos mil aficionados ocupan su lugar en el estadio de Pocitos, y mientras aguardan con expectación, algo sucede en el vestidor del equipo mexicano: Luqué de Serrallonga suspende el calentamiento de sus jugadores y les dispara tremendo sermón: “Les suplico que se olviden de todo: novias, hermanos, padres, amigos, madres y se concentren en una sola palabra: ¡México! Ahora que lucharemos contra Francia hay que recordar al general Ignacio Zaragoza; si él pudo vencerlos, también podemos hacerlo nosotros. Sepan que hay 15 millones de mexicanos rezando por nuestra victoria, y en el cerro del Tepeyac la Virgen de Guadalupe ora por los colores del futbol mexicano. Les suplico un minuto de silencio por esa virgen”. Durante el sosiego, Luqué hace tocar un disco con el himno nacional. Y ya es demasiado para el corazón hasta de los más bravos. El Chaquetas Rosas, un duro de las canchas, rompe a llorar y abraza a Bonfiglio. Bajo el dintel de la puerta, el andaluz lanza la última arenga: “¡Fuera lágrimas y a darles en la torre a los franceses!” Sorprendido por lo allí visto y escuchado, el masajista uruguayo Darío Tramaglio, contratado por la selección, pregunta divertido: “¿Y ché… ¿es que vamos a la guerra o al futbol?”
Una vieja vitrola de mano acompaña a mexicanos y franceses cuando entonan su himno respectivo. En el palco de honor, Rimet enjuga una traicionera lágrima al escuchar La Marsellesa. Fango en la cancha. La lluvia cae pertinaz y sopla un viento frío. Cinco minutos de juego: Francia anota el primer gol de la Copa del Mundo. Un disparo de Laurent bate a Bonfiglio. Finalmente, vence por 4-1. El tanto mexicano, histórico porque es el primero en campeonatos del mundo, es anotado por el Trompo Carreño -también marcó el primero en los JO de Ámsterdam 1928-. Dos días después –Parque Central-, Chile se impone 3-0
Sublabre -3’ y 52’- y Vidal -65’-. México está automáticamente eliminado. La gran aventura culmina el día 19, cuando juega en el flamante estadio Centenario y en 17 minutos ya pierde 3-0 ante Argentina –Stábile 8’ y 17’; Zulmelzú -12’-. Su lejano disparo se cuela por el ángulo superior derecho. Bonfiglio, de tardío vuelo, voltea a ver a Luqué, quien se encuentra detrás del marco y no puede creerlo. Pero Bonfiglio, ¡me cago en Ceuta! ¿Qué ha pasao? Bonfiglio, a manera de disculpa: El sol, don Juan, el sol. Y don Juan, con el rostro enrojecido: ¡Er sol!… Hijo de mil… ¡Le voy a arreglá a usté un partido de noche a ver si no le molesta la luna! ¿Goliza implacable? No tanto: Chaquetas Rosas
-38’- anota un penal, pero -53’ y 59’- Varallo sube a 5-1. Diente Rosas -65’- y Moco López -75’- acercan a 5-3. Bonfiglio, que cargará de por vida el peso de haber recibido el primer gol en los mundiales, se convierte en el primer arquero que detiene un penal. Y a Paternoster, de potente disparo. Scopelli anota el tercero de su cuenta: 6-3 final. Dientes y Chaquetas Rosas también hacen historia: son los primeros hermanos en anotar en un mismo partido y, con Francisco y Rafael Garza, la de dos dúos fraternos en la cancha. En contraste, el
futbol mexicano comienza a escribir una libro negro en Copas del Mundo: recibe el primer gol, es el primer vencido, el primer goleado, el primero en quedar en último lugar, el único que pierde sus tres partidos y, por extraña coincidencia, por diferencia de tres goles en cada uno.