Es el dinero en efectivo el que mantiene la popularidad del presidente y a la economía en aparente ruta de prosperidad, aunque los datos globales sexenales de crecimiento lo desmientan. El promedio esperado rebasa apenas el 1%, el más bajo desde el gobierno de Miguel de la Madrid.
Los datos del consumo de los mexicanos indican que hay dinero para gastar. El indicador de consumo de Big Data BBVA research indica que el consumo privado se mantiene en niveles elevados con un crecimiento en febrero del 3.5% mensual, un 4.7% en el consumo de servicios y el consumo de bienes creció el 3.1, mientras que el crédito al consumo registró un incremento del 11.3% a tasa anual y el de tarjetas de crédito repuntó un 12.5%. En qué gasta el mexicano es otro cantar, ya que la mayor parte se va a alimentación y vestido, pago de servicios, salud y diversiones, en ese orden, sin lugar para el ahorro.
En consecuencia, la percepción de felicidad y satisfacción gana terreno. México es el país que ocupa el lugar 25 en el Informe Mundial de la Felicidad de la ONU, y somos, según el informe, el país más feliz de América latina. Y de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), la población total de México en promedio se siente 8.4 satisfecha con su vida, esto en un rango del 0 al 10. Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (EMBIARE) 2021.
En contraste, el mismo INEGI reporta que hasta los últimos meses de 2023, el 64.8% de las mujeres y 52.3% de los hombres consideraron que es inseguro vivir en su ciudad.
Es toda una paradoja, sentirse feliz y satisfecho, pero inseguro. Por qué somos felices si la desigualdad persiste y la pobreza no disminuye; la asistencia médica y suministro de medicinas es deplorable, la educación está en niveles bajos, el precio de la gasolina, la electricidad no han bajado, los productos agropecuarios siguen subiendo de precio, igual que los refrescos, cigarros y cosas de consumo cotidiano, haciendo que la inflación ronde los 5 puntos.
La respuesta está en el efectivo circulante. Como ninguna otra administración la presente ha puesto en el bolsillo de la gente dinero en efectivo, que sumado al incremento de las remesas y el aumento de los salarios mínimos, generan la percepción de satisfacción, al menos de quienes viven el día con día.
Las consecuencias de esta derrama económica, sin reparar en el desorden y falta de controles en el gasto de los programas sociales, ha repercutido en que hoy se tiene el déficit más alto en el gasto gubernamental, 4.9%, que es el más elevado desde 1988, aunado al crecimiento de la deuda que llevó a que, a lo largo de 2023, solo el costo financiero de la deuda sumara un billón 45 mil 85.9 millones de pesos.
Súmele a esto el gasto excesivo en las obras emblemáticas y caprichosas del sexenio y podrá darse cuenta de lo comprometido que están las finanzas nacionales, más ocupadas en salvar a Pemex que en garantizar vacunas y evitar las muertes en exceso por la pandemia, que sin embargo mantienen la ilusoria percepción de felicidad, en una población entretenida por la narrativa de las conferencias matinales del presidente de la república.
El efectivo circulante y la confianza de la gente en que el flujo de dinero no parará explican, tanto la aprobación presidencial como el nivel de satisfacción en que se basa el discurso electoral del régimen, sin embargo, los problemas reales de la economía de México que son, la baja calidad del gasto público, orientado a satisfacer los caprichos presidenciales, la baja productividad, el bajo crecimiento, la infraestructura insuficiente y la ineficiencia del sector público en sectores clave como agua y energía, la pésima gestión de la pandemia y de la actual sequía, se mantienen ocultos tras la cortina de la retórica presidencial.
Sin la derrama de efectivo que han significado los programas sociales, la presión social hubiera hecho insostenible a este gobierno, pródigo en ocurrencias y pésimo en planeación y proyecciones a futuro. No hay en su política paternalista y electorera visión de futuro como nación, solo la visión del caudillo.
El gobierno de un solo hombre, empeñado en domeñar a los poderes de la unión y a los órganos autónomos, exitoso en la mediatización de las iniciativas políticas empresariales y el control de los medios, está sostenido por la inyección de dinero en efectivo, a cambio de lo cual la mala administración es intrascendente.
Es época electoral y el dinero en efectivo seguirá incrementando su presencia, es necesario seguir alimentando el espejismo, la percepción del mundo feliz mientras toda la estructura institucional cruje desvencijada.
Este gobierno tira cohetes para que a otros les toque recoger las varas.