Imposible separar al poeta del fotógrafo. Labora imágenes en los bares donde el arrabal no es una palabra sino una marca de vida; ahí donde la pobreza se ensaña disfrazada de risa, drogas y alcohol en pleno barrio de Tepito. Clic, clic, clic. Más tarde llegará a casa y abordará en un diario descripciones de lo que sus ojos rebelan en “antros LGBTTTIQ secuestrados por los cárteles que se dedican a vender droga” (así dice en lo que luego se convertiría en libro: Divino poemario, que, con el nombre de Erick Meneses gana un premio literario, de nula circulación. ¡Injusto!).
Los rostros que aparecen, ¿aun viven? Responde sin pensarlo: “tengo registrados a muchos de ellos como desaparecidos o muertos”. Son fotos de desolación donde el placer es, con cocaína, la auténtica reina de la noche. Gente captada por la lente de Eriko Stark entre 2015 y 2021 que podemos ver en la Galería José María Velasco, animada por Alfredo Matus. Testimonio visual de una época. Cuesta trabajo resumir lo que una imagen dice por temor a caer en el lugar común (“con la cara de tristeza y la derrota entre sus brazos”, escribe el poeta voyerista). Hay en la estética de Eriko Stark un paisaje brutal, un campo de aparente jaleo donde el personal se expone desencajado en medio de una alegría falsa, bárbara, inconscientemente destructiva. El alma se estremece al ver escenas suspendidas: obras de arte que expulsan diablos y sapos en la emoción del que mira.
Fotografía y poesía al límite, al borde del desquiciamiento. El autorretrato del “primer artista queer del barrio de Tepito”—nacido en 1988—, lo exhibe sin tapujos: desafiante y medroso, sinuoso, en el límite de la bipolaridad, sea esto una mentira o parte de verdad, ahí donde deseos se confunden con padecimientos más allá del ser. El arte de la provocación como juego de máscaras para encontrar el verdadero rostro —abatido—, de un movimiento LGBTTTIQ perdido en bares de mala muerte.
Poeta y fotógrafo jamás separaron vida y arte. Ha sobrevivido a la tempestad sin manchar sus alas de ángel de Sodoma (“te tomé una foto besando al cadáver de tu erección”). Eriko Stark es una llaga viva, “una mirada cómplice que puede ver el alma”: es el espíritu que acecha.