QUERETANIDAD
La Popular 110 años
POR: SERGIO ARTURO VENEGAS ALARCÓN
Inseguridad e inmovilidad son los graves problemas de nuestra zona metropolitana, diagnostica José Sosa Padilla, El Sombrerero, dueño del negocio más antiguo de Querétaro, Sombrerería La Popular, con 110 años a la cabeza y siempre en el Centro Histórico.
Comerciante de cuarta generación y director de la Facultad de Contaduría y Administración de la UAQ de 1985 a 1991, en donde creó la maestría en impuestos y la carrera de técnico en administración de empresas cooperativas, lo ha visto todo bajo el ala de su sombrero Tardán, de esos que se prefieren de Sonora a Yucatán y que su abuelo comenzó a vender en 1907.
La Popular es ya la tienda queretana más longeva, tras el cierre de la Librería del Sagrado Corazón, fundada en 1906. Pertenece a un Querétaro sin rejas en el que las casas permanecían con las puertas abiertas de par en par, de las siete de la mañana a las siete de la noche, para que las señoras pudieran lucir sus macetas y pájaros.
Ciudad segura, aquella, de tres bancos, el de Londres y México para los clientes de abolengo; Banamex el de los ricos y el Banco Mercantil del Bajío (hoy Bancomer) para el pueblo. Este último se encontraba en Madero, igual que la Sombrerería, en donde ahora se halla la Farmacia Guadalajara.
A la una en punto cerraba el Banco Mercantil del Bajío para hacer su corte y llevar el efectivo al Banamex. Imagínese, cuenta Sosa, que los empleados acostumbraban hacer una escala técnica en la XENA y XEJX, en el número 18 de la calle, para conocer los nuevos discos y dejaban en dinero en la puerta, en dos costales de lona con la leyenda del Banco de México y no se perdía nada. ¡Imagínese!
Hoy Querétaro, se queja, está lleno de rejas. Casas y comercios se protegen así. Antes, de lo único que tenían que protegerse los queretanos era del sol. Los hombres con sombrero, las mujeres con chal y mantilla. Era, también, señal de estatus y eso, ya se perdió.
De esto y más habla el heredero de La Popular, tienda abierta en 1907, en la época porfirista. Tres direcciones ha tenido: la original, en Madero 13, hoy restaurante La Llave; la de Juárez norte 39, hoy Opticas Devlyn, desde 1971 y la actual, de Independencia, a partir de 1981, donde se anunciaba “sin problema de estacionamiento” y hoy no hay forma de pararse.
Cuatro Josés Sosas han estado al frente: José Sosa Contreras, José Sosa García, José Sosa Padilla y José Sosa Delgado. Los dos últimos, padre e hijo, están presentes en esta entrevista.
El primero de ellos advierte un resurgimiento en el uso del sombrero y registra la crisis de los años 40 con la aparición de la Glostora para los bien peinados, que dejaron de cubrirse, aunque siempre prevaleció la sentencia de la abuela Celia: “Mientras los niños nazcan con cabeza, se venderán sombreros”.
Era un elemento imprescindible.
A Sosa Padilla le encanta aquella frase del general y ex gobernador Octavio S. Mondragón, recogida por este reportero en una entrevista para la serie Personajes de Querétaro: “Una ciudad sin periódico es como un hombre sin sombrero”.
Los hay aquí desde los 150 pesos a los siete mil 500 y con conocimiento de causa, José Sosa Padilla asegura que los mejores de México son los Tardán y que el llamado Panamá es, en realidad de Ecuador. Ellos los venden, igual que el Stetson, creadores del texano, por pedido. Son tan buenos que pueden durar 50 años o más.
Algunos clientes traen a arreglar los de sus padres o abuelos, tarea encomendada a Celestino, que es como de la familia.
A los Sosa no les preocupa la proliferación de tiendas en donde venden sombreros de palma, baratos, de úsese y tírese, sobre todo con la moda grupera. Anteriormente, recuerda don José, hubo muchos establecimientos dedicados a eso en donde está el Jardín de la Corregidora, antes mercado de San Antonio, que estaba lleno de jarcierías hasta 1910.
Es más, en La Popular no solamente encontrabas sombreros. También tenían zapatos, mancuernillas y camisas, todo para hombres. Y hasta billetes de la Lotería Nacional. Fue el cuarto José el que el año pasado, con motivo de los 110, decidió hacer el primer gran cambio, ofrecer sombreros para mujeres. En los años 70, cuenta Sosa Padilla, la única cliente y muy buena era Teresa Rovirosa, esposa del gobernador.
De allá para acá todo es distinto. Se acabó la tranquilidad. No había calles cerradas y, ni hablar, no hay soluciones mágicas, sino de largo plazo. Para Sosa Padilla el deterioro social comenzó cuando quitaron las clases de civismo de las escuelas, hace como 30 años, por considerar que era un tema religioso. Hay que volver a eso, remachó.
Agréguele el crecimiento explosivo e imparable de Querétaro. Ha sido sin orden ni concierto, porque el plan regulador lo maneja el alcalde en turno como quiere. Y no debe alterarse.
Ahí tiene Usted la nueva plaza comercial Latitud, un desarrollo que ya reventó Constituyentes y lo mismo va a pasar con el Barrio Santiago en los Arcos.
El reto es respetar, a Querétaro, su historia y su futuro, sentencia. Sosa, parte esencial de la queretanidad, lo observa todo. Por eso fue a probar Red Q cuando nació y con el que, dice, engañaron a Pepe, como ahora con el Qrobus, que es muy bueno pero más peligroso el cruzar Constituyentes para trepar al camión, frente al Auditorio, por ejemplo.
Y ya no se diga el absurdo de las ciclovías. Nuestra ciudad no es de eso. Son decisiones de escritorio, sin planeación realista. Nunca seremos como Ámsterdam, en donde no hay ciclovías y aquí tenemos más ciclovías que ciclistas.
Así lo ve José Sosa Padilla, maestro jubilado de la UAQ que, para matar el gusanillo, aún da clases en la Marista y viene dos veces por semana a La Popular, en donde la moda no cambia mucho. Los que usaba Pedro Infante en las películas, son del mismo estilo de los de Julión Álvarez.
Cambia más Querétaro. Tan distinto al de 1907, cuando nació esta tienda e incluso al de hace 30 años, cuando los niños todavía eran educados en el civismo.
Hoy, dominan inseguridad e inmovilidad. Esos son los mayores problemas de Querétaro, finaliza José Sosa Padilla, mientras su hijo José Sosa Delgado –cuarta generación de sombrereros- coincide con Joaquín Sabina en que “está bien traer sombrero, por si se presenta una buena oportunidad para quitárselo”.
Y es que este José, el bisnieto, le ha puesto pimienta al negocio, aunque su padre todavía no está muy convencido de que haya dejado de ser una tienda sólo para hombres. Eso comenta mientras, al despedirnos, nos obsequia un imán para el refrigerador en el que se lee: Quiero comprarme un sombrero nuevo… no menos, como cinco.