Donald Trump dio este martes una vuelta de tuerca en su radicalizado mensaje antiinmigración. Necesitado de enviar contundentes afirmaciones a sus comunicadores más influyentes, críticos con sus incumplimientos, el presidente de Estados Unidos anunció este martes que desplegará al ejército durante las obras de construcción de su prometido muro con México. Durante una comparecencia junto a los primeros ministros de los países bálticos, a la que asistía precisamente en primera fila James Mattis, su secretario de Defensa, Trump aseveró: «Para que la construcción del muro tenga la adecuada seguridad, hasta que termine, protegeremos la frontera con nuestros militares».
El anuncio de Trump no fue acompañado de cifra alguna, al tratarse de un plan que aún está supervisando personalmente con el jefe del Pentágono. El tiempo dirá si es casualidad que hace pocos días, el propio presidente, consciente de que su proyecto de muro choque con la falta de fondos para llevarlo a cabo, dejara caer que el Pentágono podría asumir parte del presupuesto.
Trump lanzó la ocurrencia días después de firmar la llamada «ley omnibús», que contempla un gasto de 1,3 billones de dólares para este ejercicio, de los que prevé para el muro con México la raquítica cantidad de 1.600 millones. Un contrariado Trump, que había reclamado 25.000 millones en el primer ejercicio, intenta ahora hacer frente a las críticas de los suyos con andanadas contra republicanos y demócratas, sonoros anuncios de futuros pagadores y la promesa firme de que el comienzo de las obras de construcción es «inminente». La asumida realidad de que México no se hará cargo de la financiación, uno de sus eslóganes más repetidos en campaña, también ha alimentado las reacciones negativas de sus acólitos.
La presencia de soldados en la frontera con el país vecino del sur no es tan infrecuente, pero en boca de Trump, tan aficionado a la hipérbole y siempre preocupado con que sus propuestas destaquen más que la de sus antecesores, todo parece el fin del mundo. En 2006, George W. Bush envió a cientos de soldados de la Guardia Nacional para ayudar a la Policía de Frontera de Estados Unidos a frenar la llegada de inmigrantes. Con la decisión pretendía atraerse a los congresistas más conservadores, para que apoyaran su plan de regularización de varios millones de inmigrantes. Cuatro años más tarde, en 2010, Barack Obama hizo lo propio, también de forma temporal, en un momento en que la entrada de indocumentados se había disparado notablemente.
Aunque la diferencia, no menor, que el propio Trump recalcó tildando su decisión de «gran paso», es que con la envergadura de esta obra, el concepto de tiempo adquiere una dimensión mucho mayor. Llamada a suponer un desembolso de decenas de miles de millones de dólares (nadie sabe a ciencia cierta cuál será el coste final), los expertos calculan que la obra de protección de los aproximadamente 1.700 kilómetros (de los 3.100 que recorren el paso) que serán cubiertos con la nueva empalizada llevará no menos de diez años. Si el ejército va a estar permanentemente a lo largo de la frontera, a Trump le será más difícil sostener el argumento que empleó en su momento Bush frente a las críticas: «No vamos a militarizar la frontera con México».
Claro que el anterior presidente sustentado por el Partido Republicano también calificaba entonces de «amigo» al país vecino. Eran otros tiempos. Este martes, Trump ya se había adelantado a las previsibles reacciones críticas de México durante dos días al presionar en Twitter al Gobierno de Peña Nieto para que frene la llegada de los cientos de indocumentados que están cruzando el país en dirección a la frontera. Huyen de la violencia en Honduras y pretenden entrar en Estados Unidos. El ocupante del Despacho Oval también había calentado las horas previas al anuncio con una amenaza expresa a terminar con el Nafta, el tratado de libre comercio que renegocian en la actualidad ambos países, además de Canadá, por expresa exigencia de Trump.
El presidente estadounidense también ha preparado el terreno con continuas apelaciones a la falta de seguridad en la frontera, que atribuye a las «horribles leyes de inmigración» con que cuenta Estados Unidos, que tacha de «mucho más blandas que las de México».
MANUEL ERICE/ABC