COLUMNA INVITADA
‘Imaginemos cosas chingonas’
Alemania es una gran nación. Es la cuarta economía más poderosa del orbe y el motor económico que impulsa a la Unión Europea. La calidad y la innovación es la constante en el trabajo incansable de sus ciudadanos, así como lo desarrollado de la tecnología que imprimen a sus importaciones: desde simples bolígrafos, hasta los más sofisticados automóviles y equipos ópticos.
Son un pueblo altamente disciplinado y tenaz, valores que no siempre jugaron a su favor.
Un káiser vengativo y un dictador megalómano llevaron a los teutones al borde del abismo. Tras las derrotas en las conflagraciones mundiales, Alemania fue saqueada, y cual botín de guerra, repartida entre los aliados. Reducida a cenizas, pues.
Pero, como el Ave Fénix, renació nuevamente y con más vigor. Es admirable cómo logró reorganizarse para convertirse, de nuevo, en potencia económica… y futbolera. Por algo son los actuales campeones del mundo y ya lo habían sido en tres ocasiones anteriores.
Corea, aunque no destaca por la calidad de su futbol, vaya que sí lo hace en sus productos. Proveniente de una cultura del esfuerzo, de guerras intestinas y ocupaciones niponas, en muy pocos años pudo transformar su economía primaria a otra altamente industrializada.
La división de su territorio, consecuencia de la pugna capitalista-socialista posterior a la Segunda Guerra Mundial, alentó los ánimos nacionalistas.
Mediante una estrategia bien definida de orientar la inversión pública hacia la educación y la extranjera a proyectos de alta tecnología, los coreanos consiguieron desarrollar su economía hasta lograr niveles de ingreso superiores a los de países como España.
Pues bien, nuestra selección doblegó en la cancha a ambas potencias económicas. Aunque hay excepciones, regularmente se identifica una correlación positiva entre el éxito económico y el futbolístico de una nación.
No hace falta más que echar un vistazo al medallero en la historia de las copas del mundo.
En este contexto, hemos dado un gran paso. México, al igual que Alemania y Corea, tiene un pasado convulso, marcado por las guerras y la mutilación de nuestros territorios. Para ser grandes, antes debemos de creérnosla. “¡Imaginémonos cosas chingonas, carajo!”, como bien le espetó el “Chicharito” al entrevistador que pretendía mediocratizarlo.
Regatear el mérito y reducirlo a la fortuna o a la circunstancia, es para mentes mezquinas.
Nuestros muchachos consiguieron un logro extraordinario en Rusia, sin discusión. Con sus dos victorias consecutivas nos han dado una lección de triunfo en la adversidad, de amor a México y de pasión por nuestra camiseta. Y han demostrado que nuestra estirpe no es inferior, no se doblega y sí, en cambio, es capaz de competir y ganarle a los mejores del mundo.
¡Creámonosla, pues!