Daniel de la Fuente
Practicante del tiro con arco desde la pandemia, hobbie que disfruta cada que le es posible, Pedro de Isla encuentra similitudes entre aquel deporte y la de escritor, sin duda más que un pasatiempo y no menos gozoso.
“Equivocarte por un milímetro en la puntería al blanco hace que te equivoques varios centímetros”, comenta.
“Hay que sostener bien el arco, acomodar bien el cuerpo, no pensar más que en el objetivo y estar concentrado incluso en la posibilidad de un accidente, como puede ser el viento, la lluvia”.
Agrega: “La metáfora del arco y la flecha se aplica a la escritura: atención”.
De esto ha tratado la vida de Pedro desde que hace un cuarto de siglo publicó su primer libro: Los Batichicos, sobre empleados que trabajan en una planta industrial, formalmente un compendio de cuentos entrelazados, el primero en el género en que Pedro, nacido en Monterrey el 20 de mayo de 1966, pronto comenzó a destacar.
“Mi primer libro tuvo un muy buen padrino: Luis Humberto Crosthwaite”, recuerda. “Salió en la importantísima Ediciones Yoremito que aquél armó desde Tijuana y me permitió darme a conocer fuera de Monterrey. Ahí cometí mi primer gran error: se me ocurrió presentarlo en La Casa de Pancho Villa una semana después de la FIL Monterrey 1999. No fue casi nadie.
“Luego vino Todo hombre es como la luna, que se agotó muy rápido, y ahí cometí mi segundo error: no revisé la última versión y salió de la imprenta sin la dedicatoria”.
En general, dice, a todos los libros que conforman su reino literario les ha ido bien a pesar de que, trabajador en agencias de publicidad en otro tiempo, se considera muy malo promocionándose. “Lo he ido resolviendo poco a poco, pero me cuesta un montón”, sonríe este hombre clave en la literatura regiomontana.
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El hijo mayor de la saltillense Estela Concepción Martínez Fraustro y del regiomontano Pedro Jaime de Isla Treviño creció en el Centro de Monterrey e incluso fue unos meses a un jardín de niños que estaba en la Alameda.
“Tengo pocos recuerdos porque nos fuimos a mis 5 años al sur de Monterrey, a Valle de las Brisas. Mis padres eran maestros en el Regiomontano Contry, donde estudié la primaria y secundaria.
“La ventaja es que ahí jugaba mucho en la calle. La colonia estaba casi vacía cuando llegamos y se fue poblando. Como vivíamos en una esquina y la cochera era abierta, ahí nos juntábamos los amigos y teníamos una calle para nosotros”.
Su interés por la literatura surgió porque viene de una familia de maestros: “Mis padres lo fueron, las hermanas de mi madre lo fueron, el único tío materno se casó con una maestra, algunos primos lo son.
“Una tía abuela materna lo fue. Entonces, lo más natural es que hubiera libros en la casa. Para mí era de lo más común salir a jugar a la calle y en la tarde o noche agarra un libro y ponerme a leer. Además, esa misma tía abuela, Ardelia Fraustro, me regaló un par de ejemplares que atesoré por años hasta que una tragedia acabó con ellos. Uno era Cien años de soledad, edición de Sudamericana. Lo leí en cuarto de primaria en dos semanas durante las vacaciones. Ahí quedé prendado de la literatura”.
Pedro entró a la carrera de ingeniería química ya convertido en lector voraz y con intentos de escribir, el primero en la secundaria cuando su madre lo llevó a un taller de lectura que organizaba Rogelio Reyes en la Normal y, el segundo, en la prepa.
“Ya con la universidad terminada me atreví a entrar en un taller que daba el maestro Xorge González en la UDEM. Ahí llevé mis primeros textos, que eran malas copias de Cortázar”.
Lo interesante es que en ese taller conoció a Fernando Treviño, Artemio Tamez y al se convertiría en el mayor escritor de la Ciudad: David Toscana. A partir de ahí, dice, le dio por ir a cuanto evento literario se presentaba, que no eran muchos, y entró a la SOGEM cuando abrió en Monterrey y a un taller dirigido por el escritor Héctor Alvarado. “Era cortaziano, profundamente cortaziano. ¿Y quién no?”, dice al preguntarle por sus referencias literarias de entonces.
“Luego me fui al otro extremo, a Borges. Finalmente me anclé en Rulfo. ¡Vaya tríada! Con el tiempo, me fui haciendo más de libros que de autores, cosa que sigo sosteniendo”.
Dice que quería ser disruptivo a la manera de Cortázar, sin embargo, un día salió en una plática, quizá con Eduardo Antonio Parra, que Monterrey era una ciudad novelable y que ellos debían hacerlo, lo que le marcó una ruta.
“Cada vez me convenzo más que se puede cuidar la forma e involucrarse en el fondo desde una ciudad tan compleja como Monterrey”, comenta. “Eso no significa que sólo pueda escribir sobre ella, pero de que tiene cosas dignas de escribir, eso que ni qué. Después de todo, lo universal parte de lo local, ¿no?”.
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Un año antes de publicar Los Batichicos en 1993, Pedro entró con el pie derecho en la literatura al ganar el Premio Latinoamericano de Cuento, convocado por Puebla, con el relato Holiveira, inspirado en el Oliveira de Rayuela, que narra un día de trabajo de un burócrata cubano en La Habana.
Vendría el libro de cuento Todo hombre es como la luna y, en el 2005, nuevamente otro triunfo, ahora en el Premio de Cuento Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional con el clásico Papá se pegó un tiro hoy a las 6:52 de la mañana, en torno al suicidio de un inmigrante cansado de perseguir con poco éxito el sueño americano, acaso su primer paso en la literatura negra.
El cineasta José Luis Solís es su amigo y afirma que Pedro es, sin duda, el más “grande” de los escritores nuevoleoneses, porque su pasado como posición centro de representativos de basquetbol lo confirma.
“Más allá de su grandeza, cabría destacar su enorme afición y conocimiento del deporte que más decepciones le ha causado al pueblo mexicano, sin embargo, el sino adjudicado a él por los dioses del balompié lo sitúa en una posición privilegiada junto a destacadísimos escritores como Daniel Salinas Basave y Julián Herbert que portan la camisa auriazul de los Tigres cual si ello refrendará y blindara de una áurea campeona su prosa simple, pero siempre cuestionadora -y aún más, pero más allá- está el ser humano que vive para las verdaderas ‘islas’ de su vida: su esposa e hijas”.
Por lo anterior, dice, es deslumbrante saber que escribió uno de los cuentos más delirantemente crueles y emotivos que ha tenido la fortuna de leer: Papá se pegó un tiro hoy a las 6:52 de la mañana.
Más tarde publicaría Del Roble-Juárez, conjunto de crónicas, y El Apóstata, integrado por una serie de relatos basados en el Antiguo Testamento, cada uno escrito exactamente con 300 palabras.
Pedro habría seguido por el sendero del texto corto de no ser porque años atrás le llegó la historia real del crimen de Laura Millet y el intento de asesinato de su hermana Elda a manos de Edgar Contreras, pasaje que estrujó a la Ciudad en 1977 y que la volcó en prejuicios y descalificaciones… hacia las víctimas que decidieron irse con alguien que acababan de conocer en un popular antro llamado Sargent Pepper’s.
Esto dio paso, en el 2016, a su primera novela Los andamiajes del miedo, proyecto que le representó, dice, un gran reto. “Hay historias que caben en un cuento y otras que necesitan más espacio, más personajes, más contexto. Aquí entran en juego cosas que en el cuento son menos complicadas de controlar, como la tensión dramática. En todo caso, para mí el asunto más demandante no es cómo armar la historia, porque haces lo mismo en un cuento y en una novela, sino mantener el ritmo y el lenguaje. Ahí está el meollo del asunto”.
El más reciente libro de Pedro es su segunda novela: Tuyo es el reyno, Premio Nuevo León de Literatura, sobre un ficticio movimiento independentista de Nuevo León, y ahora trabaja en una novela sobre la invasión norteamericana de 1846: “Ya voy en la tercera versión. Entre la primera y la segunda hubo una reescritura total, no quedó palabra sobre palabra. A veces puede parecer frustrante, pero así es esto de la escribidera”.
Así es esto de la puntería en la literatura.
También hay un libro de cuentos en el cajón, revela, esperando que pase un poco más de tiempo para sacarlo y ver si sobrevive, asevera, al mejor juez que existe para la escritura: el paso del tiempo.
Pedro no sólo se ha dedicado a la creación, sino también a la difusión de la literatura regia: fundó con otros escritores en los 90 la revista San Quintín 106, dedicada a la narrativa; años después, el sitio Monterred, con obra local en internet, así como ser vocal de literatura ante Conarte, de ahí que, con el tiempo, de ser el benjamín del gremio ya es considerado de los mayores.
Así lo considera el escritor Daniel Salinas Basave.
“Pedro es un prosista con oficio. Sabe ejecutar malabares en el espacio corto del cuento, pero es también un buen corredor de fondo capaz de mantener la tensión y sacar conejos bajo el sombrero en el largo aliento de la novela.
“Es un gran explorador del lenguaje (sus texto-servicios en Twitter son un agasajo) y también un profundo conocedor de la historia, la cultura y la psicología regiomontana. Es siempre un gusto poder leerlo y un honor ser su amigo”.
Gabriela Ruiz lleva casada 28 años con Pedro, tienen tres hijas: Luciana, Jimena y Natalia, y dice que algo que aprecia mucho son las pláticas de sobremesa.
“Pedro las escucha con atención y sonríe mientras ellas están dando su opinión de lo que sea que estemos hablando. Es un buen ejercicio de respeto e inclusión que de manera natural fomentamos desde la casa”, comenta.
“Por otro lado, mis hijas tienen el hábito de la lectura, y no como imposición, más bien es el molde que ellas tienen de cerca y lo han sabido captar para convertirlo en un gusto”.
El escritor es desde hace dos años director de la Casa de la Cultura de Nuevo León, su primera incursión en un cargo público, a la par de su escritura personal y por encargo.
Su labor no ha hecho mella en su reino, la escritura, de ahí que tenga muchos planes en la cabeza.
Tal y como si los estuviera meditando de manera pausada para que vengan sus mejores tiros al blanco.