No lo niego, me causa un especial rechazo la personalidad de Emilio Lozoya. Independientemente de la inevitable y unánime reprobación al saqueo obsceno que hizo de nuestros impuestos, me parece imperdonable en un universitario, con una preparación excepcional, que hubiera podido aplicar a cargos magníficamente pagados y que, además, tenga como agravante ser en el argot policíaco, un “soplón”, un “sapo”, un “chivatón”, es algo que en verdad me provoca una hemisférica y profunda repulsión.
Lozoya no es solamente un pillo, es un doble traidor, al país y a sus contlapaches. La autoridad se aprovecha de su indecencia y falta de hombría para hacerlo su aliado y darle como primera recompensa un trato privilegiado. Vuelo especial, hospital VIP, prisión en su casa. Ninguna exposición al público. No hemos visto ni siquiera una fotografía para saber si realmente está aquí. No ha visitado los tribunales y firma por correo. La autoridad, a la que ha agraviado, lo cuida como una tienda comercial al empleado del mes. En toda la banda de rateros el más infame es recompensado, el mismo que se alzó con el santo y la limosna. Lozoya dice que fue presionado. La máxima coacción es la violencia física, tendría que presentar un video en el que está amarrado, tal vez en la Casa Blanca, mientras Peña Nieto y Videgaray, con tehuacán y chile piquín le ordenan que firme y reciba diez millones de dólares; además que en ese momento hable a diputados y senadores y les explique que por una lana apoyen la reforma energética. Se verá que Lozoya, se resiste, al fin, lloriqueando y tembloroso, pero con un cañón de un revólver en la cabeza, marca los teléfonos.
En lo máximo de su cínica defensa, afirma que él sólo obedeció órdenes de sus superiores. Está más que documentado que estuvo en la maquinación, en la estrategia, en la planeación financiera y en la operatividad de todo el delito. En todas las leyes nacionales su conducta está tipificada como delincuencia organizada. La coartada de la obediencia perruna es una salida de los criminales de guerra y perfectamente desmontada por los órdenes jurídicos y códigos de ética internos e internacionales. Vale la obediencia cuando el inculpado no sabe que la orden es ilícita. En este video tendremos que ver a Lozoya como Hamlet, no ante una calavera sino ante un montón de dólares, cavilando: “Este dinero ¿será legal o no será legal?”. Los tribunales afirman que se justificará la obediencia si la orden cumple todas las formalidades institucionales. En el nuevo video que presentará Lozoya, aparecerá en su oficina, revolviendo papeles y hablando en voz alta: “¿Dónde está el oficio del Presidente y del Secretario de Hacienda, en el que me ordenan que les dé dinero a los legisladores?”. El colmo sería que le crean que compró casas y organizó fiestas con escorts internacionales, no porque le gustara, ¡fuchi caca! sino porque se lo ordenaron y él es muy obediente.
Lo que debe percatarse el Presidente es que en el banquillo de los acusados está Lozoya, pero también se juzgará la convicción de su gobierno para hacer justicia. Todo este apapacho a Lozoya indigna a la opinión pública. La sospecha sobre el Presidente oscila entre, si toda la extradición, la recepción con alfombra roja y el juicio es una farsa o la Cuatro T es cómplice del Chivatón. Es decir, la mafia en el poder reciclada en el nuevo sexenio. ¡Qué horror!