COLABORACIÓN ESPECIAL
Beethoven, el genio y sus demonios
En esta fecha en la que recordamos el 191 aniversario del fallecimiento de uno de los más importantes e influyentes compositores musicales de todos los tiempos, Ludwig van Beethoven (17 de diciembre 1770 – 26 de marzo 1827) en homenaje a su memoria deseamos expresar algunas reflexiones acerca de este personaje. Muchos de nosotros al escuchar con atención a su música, pretendemos poder distinguir en estas obras, la mayoría de los oyentes si no es que todos, los estados emocionales que emanaban del autor al componer las diversas partes de sus composiciones. Pero nunca debemos de olvidar que lo que esa música nos puede decir en determinado momento, estará siempre procesada por nuestro particular estado de ánimo al estarla escuchando, y la misma composición variará de escucha a escucha, independientemente si éste es un músico profesional (musicólogo o crítico) o simplemente un amante de este tipo de expresión artística.
Toda esta proposición anterior la podemos aplicar a cualquier manifestación de las bellas artes, especialmente a la música. Ya lo decía Richard Wagner al final de su vida, cuando confesaba que desde que había escuchado por primera vez la Novena Sinfonía y había tratado de describirla toda desde el primer movimiento: “…esta obra no puede ser expresada en palabras”. Y estamos de acuerdo con que: “La música se explica por sí misma y el 4to movimiento de la Novena Sinfonía es indescriptible”…. como manifestaba Stravinsky.
En cualquier artista, si hemos conocido su biografía, tendremos una base que nos permita tratar de explicarnos, su obra, al interpretar cualquiera de sus interpretaciones de la misma.
Suponiendo, la mayoría de situaciones que pudieran haber condicionado su espíritu al ponerse a expresar con su arte, lo que sentía dentro de sí. Podemos decir que Beethoven de modo muy especial debido a su sensibilidad y siempre modelado por su agreste circunstancia existencial desde su más tierna infancia, procesó sensiblemente su experiencia de vida de manera muy intensa al empezar a elucubrar cualquier composición musical, llenando su pensamiento y su imaginación con innúmeras imágenes mentales, textos verbales, recuerdos de personajes, escenas de lugares y situaciones, que de manera consciente o inconsciente tenía en su agitada mente, mientras planeaba o transmitía estas sensaciones al pentagrama.
La tormentosa personalidad de Beethoven siempre osciló conflictivamente entre su desprecio por la mayoría de los seres humanos y su inmarcesible afecto por la humanidad. Siempre esperó y firmemente creyó, que solamente a través del arte podríamos superar el círculo vicioso en que la raza humana se encontraba desde que ésta adquirió conciencia y solamente de esta manera, llegar a ser parecidos a los dioses. Cosa que en él nunca se pudo dar porque durante toda su existencia vivió inmerso en su propio y conflictivo entorno.
Pero ese sentimiento íntimo ambivalente nunca lo abandonó y en la mayoría de sus obras, especialmente en las últimas, la Novena Sinfonía y la Missa Solemnis, (si se escuchan hay que hacerlo con mucha concentración y cuidado) estando ya completamente sordo, lo pudo expresar verbalmente con sus coros, permitiéndole su personalidad crear destellos de trascendencia para él y para otros. Momentos en que su espíritu se metía en lo más hondo de su subconsciente y lo motivaba a decir con su música, la necesidad de que la humanidad tenía que tender hacia la armonía universal. “Alle Menschen werden Brüder”(Todos los hombres se volverán hermanos) y “Seid unschlungen Millionem” (Abrazaos ustedes millones) que serían las frases torales del texto que tomó Beethoven de la oda “An die Freude” (Oda a la alegría) de su amigo Friedrich von Schiller y que nuestro artista plasmó en forma sublime en el cuarto movimiento (coral) de su Novena Sinfonía.
En los últimos años de su vida, respecto de lo arriba expresado, se fue haciendo más agudo su conflicto existencial; ya estaba totalmente sordo, pero esto no sería óbice para que pudiera expresar la magnificación de su genio. Y ya siempre a pesar de lo anterior, pudo conservar en su yo íntimo ese espíritu de libertad que lo apartó de confundirse con la masa de sus semejantes y de las cosas y que lo significaría y preservaría aún más allá de su muerte, con este último hecho ineluctable, su eternidad comenzaría.
Todo lo anterior lo motivó a mostrar con su música, su especial esencia como ser humano por encima de cualquier circunstancia por adversa que ésta fuera para él y así poder domeñarla consciente o inconscientemente, para lograr alcanzar niveles sublimes de expresión musical en donde las emociones se manifiestan, de tal manera que NADIE (así lo pongo con mayúsculas) en la historia de la música occidental ha alcanzado. Ni creo yo, podrá alcanzar. Estando totalmente de acuerdo en lo que expresa uno de sus biógrafos Harvey Sachs, de que : “…no vamos a decir aquí que Beethoven es más grande que: ”Bach o Mozart”, “….solamente podremos decir, que Beethoven, solamente es Beethoven”.
Uno de los más grandes directores de orquesta que para mí han existido, Furtwängler, ( su dirección de las nueve sinfonías del sordo de Bonn es para mí sublime) con toda atingencia comentaba que: “comparar a Bach con Beethoven es como comparar a un enhiesto cedro con un león”. Y yo podría añadir que siempre he sentido y manifestado, qué: …“podemos comparar a Mozart con un astro en el firmamento, a Bach con la perfección en la estructura de la composición, y a Beethoven con la exacta expresión de la esencia íntima del ser humano”.
Como Bach y Mozart, Beethoven: vivió, amó, sufrió (y mucho desde sus primeros años de vida, con un padre dipsómano y sifilítico, que lo maltrataba verbal y físicamente constantemente). Y como los autores arriba mencionados, se abocó a su música, creó y murió, pero a diferencia de ellos, él tomó su sufrimiento para crear para la posteridad. El cuarto movimiento de la Novena Sinfonía, ha sido, es y será, la composición musical más influyente en los ámbitos de todos los seres humanos. Su música es usada frecuentemente para solemnizar algún evento importante: la apertura de las sesiones de la Naciones Unidas, la firma de un tratado de paz al final de una guerra, la caída del muro de Berlín, o la inauguración de una sala de conciertos, entre muchísimos otros. Ha sido usada como una bandera por liberales y conservadores, por demócratas y autócratas; por nazis, comunistas y anarquistas; por niños y adolescentes. Y continuará resonando en todo el universo mundo, siendo un acompañante y un paralelo de expresión de los ideales y de las ideas positivas del género humano.
Termino este ensayo con una estrofa de un verso de Amado Nervo, que yo se lo recito a mi amada esposa frecuentemente, en donde creo que se demuestra, al menos para mí, el papel que puede jugar en las emociones de cualquier ser humano la obra de Beethoven: ……“El día que me quieras, tendrá más luz que junio;/la noche que me quieras, será de plenilunio./ Con notas de Beethoven vibrando en cada rayo/ sus inefables cosas/ y habrá juntas más rosas/ que en todo el mes de mayo”.
SUGERENCIA AL LECTOR: No nada más hay que oír música (sobre todo la de Beethoven,) sino escucharla con atención y tratar de integrarla con uno mismo.