COLUMNA INVITADA
Cuando las águilas cayeron
“Como renuevos cuyos aliños un viento helado marchita en flor, así cayeron los héroes niños, ante las balas del invasor”.
Amado Nervo.
Apenas remontaba el crepúsculo matutino la mole inmensa de la Sierra Nevada empezando la luminaria a despertar el Valle ese 12 de septiembre de 1847, cuando las tropas invasoras al mando del general Winfield Scott, que circundaban Chapultepec, reciben la orden de desencadenar sobre el bosque y el Castillo toda la fuerza de su artillería con el fin de preparar el terreno para el asalto final a la fortaleza. Estando defendido físicamente el sitio por débiles obras de fortificación: algunos parapetos de tierra o sacos, parte del perímetro que circundaba el bosque con un foso de 7 metros de profundidad, revestimientos de madera, enramadas y algunas bardas de adobes, blindándose los techos que cubrían los dormitorios del Colegio Militar y los principales depósitos, entre ellos la Santabárbara…. Únicamente 7 piezas de artillería defendían la posición… El comandante en jefe de ese punto, el gral. Nicolás Bravo, quien tenía como segundo al general Mariano Monterde, contaba nada más con una guarnición de tropas indígenas bisoñas, junto con el alumnado y la oficialidad, todos sumaban unos 800 hombres que se distribuyeron en las obras del bosque y en la defensa del Castillo en lo alto del cerro.
Todo el día hasta entrada ya la noche junto con el estruendo de la artillería, cayó sobre Chapultepec una lluvia de granadas, morteros, obuses y bombas, que destruyeron gran parte de las fortificaciones causando estragos espantosos en la escasa tropa que las defendía. En el entretanto, el general Bravo enviaba con urgencia parte tras parte a Santa Anna pidiéndole desesperadamente refuerzos para contener al enemigo. El general presidente, con alevosía, nunca hizo caso de estas demandas…. Mientras, Scott organizaba a sus tropas ordenando sus próximas evoluciones, preparando el asalto final a la fortaleza. El gral. Bravo y sus oficiales efectúan un reconocimiento de los daños materiales y de personal causados por la hueste invasora y el bombardeo, dándose cuenta de la terrible situación en que se encontraban. Aprovechando la noche apresuradamente se llevan al cabo las reparaciones más urgentes, se atiende a los heridos y se arenga a la tropa, preparándose para la postrera resistencia…. Un débil rayo de esperanza anima al general, le informan de la presencia de un cuerpo de ejército al mando del gobernador del estado de México don Francisco M. Olaguíbel, que se dirigía a reforzar la guarnición de la Ciudad. Esta ayuda esperada nunca llegó, debido a las órdenes y contraórdenes del siempre indeciso apátrida de Santa Anna.
Los defensores del bosque y del Castillo, amanecen el día 13 otra vez bajo el bombardeo enemigo que había aumentado su intensidad. A las 6 de la mañana, Bravo informa al ministro de la Guerra la deserción de gran parte de sus tropas (indígenas sobre todo) desmoralizadísimas por los estragos y la masacre que se estaba dando, solicitando otra vez ayuda urgente. Santa Anna insiste en no mandarle refuerzos, a pesar de saber la inferioridad numérica y el estado desesperado de esa tropa…. Al filo de las 9 de la mañana se inicia el ataque de las tropas usianas con tres columnas de asalto, una por el occidente y las otras a derecha e izquierda con una maniobra envolvente, enfrentándose a los defensores que al grito de ¡Viva México! responden al fragor de los bronces y de la fusilería batiéndose con denuedo al arma blanca, viéndose superados por el número de los enemigos. Santa Anna al enterarse de nueva cuenta de la situación decide al fin, enviar como refuerzo al Batallón de San Blas al mando del bizarro teniente coronel Santiago Xicoténcatl…. No le da tiempo al Batallón de subir la colina, por lo que se tiende por el bosque para presentar resistencia al contrario; nuestra unidad militar se ve rodeada y abrumada por la superioridad del enemigo, cayendo heróicamente al pie del cerro en medio de un mar de sangre y fuego, muriendo la mayor parte de sus oficiales y soldados junto con su valiente jefe, el inmortal Xicoténcatl quien cae en medio de nubes de pólvora, ayes de dolor de sus soldados y de los otros, brillo de sables y de bayonetas. Acribillado por una andanada de balas, asido a la enseña tricolor, levantando su espada y la cara al cielo, exclamando vivas a la Patria, tinto en sangre… así perece el héroe.
Sigue el invasor su marcha a las alturas, encontrando una férrea resistencia de las escasas tropas mexicanas; se lucha palmo a palmo, centímetro a centímetro…los escasos sobrevivientes se van retirando hasta llegar a la periferia del Castillo, integrándose a los alumnos, los aguiluchos cadetes del Colegio Militar, los cuales habían rehusado con toda galanura, desobedeciendo la orden de su general don Nicolás Bravo, de retirarse del lugar. Aparece el enemigo y los nuestros lo hacen morder el polvo según van emergiendo sobre los límites del Alcázar; los dos bandos se enfrascan en el combate cuerpo a cuerpo…no se pide ni se da cuartel…es abrumadora la fuerza de los atacantes…pecho a pecho, bayoneta a bayoneta, se va cediendo terreno…van muriendo la mayoría de esos imberbes defensores de la Patria, culminando su épica acción exhalando el último aliento, “…al sonoro rugir del cañón”, al no permitir que manos extrañas, mancillaran la Enseña Patria…los escasos sobrevivientes malheridos y maltrechos, se van retirando ordenadamente sin dejar de pelear hacia el jardín del inmueble, en donde vencida toda resistencia, son hechos prisioneros.
La mayoría de los cadetes y la oficialidad del Colegio Militar, cumpliendo a cabal satisfacción con su misión de soldados y mexicanos, murieron con excelsa honra en el fiel cumplimiento de su deber, tal dijera el excelso poeta nayarita : “…cayeron porque Dios quiso que cayeran, mas cayeron como el águila altanera, viendo al sol y apedreados por el rayo…” “… Allí fue…La mañana era de oro, septiembre estaba en flor…¡ y ellos morían!” quedando inscrito con letras de oro en el mármol glorioso de los Anales Patrios el nombre de los siguientes alumnos cuyos hechos nunca debemos de olvidar: teniente Juan de la Barrera y los subtenientes Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Agustín Melgar, Juan Escutia y Vicente Suárez. Estos sucesos con toda seguridad, debieron haber inspirado 7 años después a don Francisco González Bocanegra, el verso 2 de la estrofa I y la estrofa VI de nuestro Himno Nacional:
“Más si osare un extraño enemigo/profanar con su planta tu suelo/ piensa ¡Oh Patria querida! que el cielo/ un soldado en cada hijo te dio”….
….“Antes Patria que inermes tus hijos/bajo el yugo su cuello dobleguen,/ tus campiñas con sangre se rieguen,/sobre sangre se estampe su pie”
“Y sus templos, palacios y torres/se derrumben con hórrido estruendo/y sus ruinas existan diciendo:/ De mil héroes la Patria aquí fue”.