POSVERDAD
La invasión de facultades al interior del Poder Ejecutivo y el acuerdo con Estados Unidos en materia migratoria como saldo de las negociaciones de las últimas semanas, han sido los detonadores de las críticas de personajes como Porfirio Muñoz Ledo y ha puesto en evidencia las tensiones al interior del gabinete presidencial.
Muñoz Ledo regresa a la discusión pública después de expresar su abierto rechazo a la forma en la que el actual gobierno ha decidido enfrentar la crisis con el gobierno estadounidense. Con su habitual lucidez y su natural talante parlamentario, Muñoz Ledo se lanzó contra la estrategia encabezada por el Canciller Marcelo Ebrard, así como por su intervención en temas que atañen directamente a la Secretaría de Gobernación, es decir, los flujos migratarios al interior del país.
La invasión de facultades de una Secretaría a otra no es un tema nuevo en la cultura política de México. En tiempos recientes, la influencia de Luis Videgaray en diferentes carteras fue de suma trascendencia para construir la idea de que él era “el hombre de confianza” del presidente Peña Nieto o bien, “el que más poder acumulaba” al interior de su equipo.
La denuncia de Muñoz Ledo exhibe principalmente dos cosas: la incongruencia de una decisión que deriva en una sumisión pactada con el gobierno estadounidense; y la transgresión de facultades que se traduce en un nulo compromiso con la administración pública. La voz disonante de un político como Porfirio cae como balde agua fría en un gobierno copado por la soberbia e incapaz de aceptar sus paradojas y contradicciones. A esto, se suma la renuncia del titular de Tonatiuh Guillén del Instituto Nacional de Migración en un momento donde el gobierno mexicano no puede salir de su propio laberinto donde las palabras militarización, migrantes y derechos humanos, no son capaces de ocupar un mismo espacio.
Muñoz Ledo pertenece a esa escisión priista opositora al neoliberalismo y los tecnócratas. Basta recordar su famosa interpelación el 1º de septiembre de 1988 al entonces presidente Miguel de la Madrid. Con ese acto, Porfirio puso en duda los rituales priistas que socavaban la democracia y la libre expresión. Ahora, poco más de treinta años después, repite el gesto en un México con características sumamente diferentes a las de aquél tiempo. El proyecto lopezobradorista está obligado a demostrar que su vocación democrática es vigente y que está por encima de ambiciones personales y camarillas sectarias.
No está demás mencionar que la inspiración decimonónica de la cuarta transformación hace recordar cuando Melchor Ocampo ocupó al mismo tiempo el ministerio de exteriores y de gobernación durante el gobierno de Juárez.