Un amigo del poeta que había escrito un detallado estudio sobre “Muerte sin fin” de José Gorostiza le recomendó a David leyera una nota que yo había publicado en la ‘Jornada semanal’ intitulada “Rencores vivos”. Atendiendo a la sugerencia, el poeta escribió un amable artículo sobre mi persona si mal no recuerdo en el diario “El Universal”. Para agradecerle, lo contacté.
Nos encontramos en una librería allá por los rumbos de la Condesa en la ciudad de México. Donde entonces nos frecuentamos. Hacíamos largas caminatas y comíamos donde a él se le ocurría. ¿qué conversábamos? He perdido la memoria de nuestros diálogos. Lo que sí tengo muy presente es que jamás hablaba de sus múltiples premios y reconocimientos: el ‘Javier Villaurrutia’; el ‘Carlos Pellicer’, el homenaje en la Feria Internacional del libro en Guadalajara. Era de una modestia casi inverosímil.
Pese a su grandeza, colaboró en una plaqueta que publiqué, por mi cuenta, para conmemorar el bicentenario del natalicio de Don Benito Juárez y redactó el prólogo de un libro mío, “Fulgores de México”. Misteriosa suele ser la hermandad entre personas tan desiguales. Él, un gran señor de las letras; yo, un escribano de tierra adentro. Pero la amistad es así, como un intercambio de regalos que nos da la vida
El poeta escribió también sobre poesía. Si sus poemas, como “Incurable” son complejos y, a la vez conmovedores, sus ensayos nos hablan de un hombre erudito y, al propio tiempo, sencillo. En nuestro último encuentro tuvo a bien obsequiarme una compilación de sus ensayos bajo el título “Las hojas” que, con su gentileza habitual, estampó una dedicatoria que aquí reproduzco. Lo extraño y lo extrañaré hasta mi muerte. Qué inmenso vacío el de mi alma.
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En los últimos días de septiembre, comentó mi columna en Plaza de Armas, bajo el título “La ignominia”. Con un incomio acaso inmerecido. Fue como una extraña despedida. Pues que días después, inopinadamente, falleció a sus apenas 72 años, cuando todo parecía irle de perlas después de haber sobrevivido a la pandemia.
Hasta pronto querido David. En algún lugar volveremos a encontrarnos para disfrutar de tu sobria alegría, de tu dulce silencio, de tu mechón de cabello encanecido que caía sobre tu noble frente.