Hace muchos años Tulio Hernández, un notable político tlaxcalteca nos regaló una receta para gobernar. Al menos para gobernar su estado: con pulque y saliva. Un pueblo embriagado con el divino neutle y una autoridad experta en la palabra. Cierta o falsa, no importa.
Ebrio y aturdido, el pueblo se vuelve dócil, sumiso.
Y hoy el régimen tetramorfósico gobierna así; pero sin pulque. Los programas socio electorales sustituyen al caldo de Xóchitl.
Hace unas horas, en Foro TV, con Raymundo Riva Palacio, Paco Abundis y Roy Campos, propuse esta idea: el pueblo está hipnotizado con la verborrea del presidente López Obrador. Verborrea, aun cuando suene feo quiere usarse aquí como abundancia, catarata de palabras. No tiene relación con esos líquidos desajustes estomacales cuyo remedio es a base de Loperamida.
La palabrería presidencial resuelve las cosas por encima de la realidad y ha logrado un milagro comunicacional: una sociedad con aprecio por el discurso, por encima de la realidad.
Por ejemplo: la autoridad electoral viola la constitución al condicionar la consulta sobre revocación del mandato, pues la cosa se resuelve si el pueblo (sin ninguna autoridad electoral), organiza por si mismo la consulta para violar la constitución.
Expresado así es un desatino; dicho como lo propuso el presidente en su reduccionismo simplón y deliberadamente palmípedo (o patito) es una reivindicación popular, democrática, política e histórica. Es una gesta, no una usurpación. insuficiente.
“O sea. –dijo el gran líder–, si fuese un asunto de dinero, ellos mismos podrían convocar a la gente, ayudar, a todas las autoridades.
“¿Qué, no podrían ayudar los gobiernos municipales, los gobiernos estatales, las organizaciones civiles, los ciudadanos? ¿Qué, todo tiene que ser con dinero? ¿Qué, no puede haber voluntarios?
“Pero no es un asunto de dinero, es que, aunque parezca un contrasentido, son contrarios a la democracia. Es increíble, pero no quieren la democracia, o quieren la democracia nada más cuando les favorece, cuando les ayuda.
Es una forma simple de convertir el pan electoral, en el pastel de María Antonieta.
Otro tanto sucede, por ejemplo, con las medicinas y su escasez. Basta con un manotazo en público, para ponerle un rapapolvo a Jorge Alcocer secretario de Salud y compañía, incluyendo al señor Ferrer del Insabi, para dar la impresión de una futra y cercana corrección de las cosas. Nada cambió, pero la percepción es arrolladoramente favorable: ya les dijo el presidente.
–¿Y?
Y nada, las cosas siguen igual, pero la saliva patea el bote. La palabra omnipotente, la convocatoria al imagínense mientras la mano gira junto a la cabeza en alusión a las barbaridades del pasado, es suficiente para creer. Y nada supera en poderío a la fe.
¿La contabilidad de un día muestra 68 homicidios dolosos en el país, en medio de una ola de sangre acumulada? Es un buen. día.
Si todos los días fueran así de buenos, tendríamos una realidad espeluznante (como la tenemos) 24 mil 820 cadáveres en las calles. Eso cuando nos va bien.
–¿Y alguien se toma la molestia de decirlo? No. La palabra es poderosa. Ya no es como antes… y nos tiramos la retahíla de García Luna, Calderón y demás…
El asunto ha quedado resuelto y los muertos se acumulan.
–¿Se cierran las fronteras del planeta y la Organización Mundial de la Salud nos convoca casi a la cuarentena preventiva?, no pasa nada en este país.
El contagio es cosa de fe. Dudar de la sabia autoridad, así su sabiduría esté en manos del mamarracho “Gatinflas”, supera en peligro al virus.
Viva la alegría, venga la fiesta en el Zócalo. Sirvan las otras, viva la pulcata sin pulque.
Reconocer los riesgos haría evidente el fracaso de una política sanitaria fallida. Decir, no hemos fallado, pesa tanto como los muertos. Vamos bien, vamos bien.
Y el pueblo, sigue feliz en la hipnosis cotidiana y orgulloso repite, ya no es como antes, ya no es como antes…