Norberto Alvarado Alegría
La marginación de los individuos -personal y colectiva-, produce desplazamiento social y segregación con independencia del origen de cada situación. La desigualdad que de por sí es propia de la condición humana, se manifiesta en distintos órdenes: intelectual, físico, mental, educativo, económico, social, biológico y moral. John Rawls lo identifica claramente en su obra insignia “Teoría de la Justicia”, y le llama lotería natural, pero no despectivamente sino para explicar el rasgo contingente o aleatorio de las diferencias individuales.
Las desigualdades sociales y económicas que son resultado del azar en la distribución de riquezas y condiciones de vida al nacer se corregirían hipotéticamente a través de un pacto que hacemos con una venda en los ojos o ante el velo de la ignorancia de la situación de cada uno. A ese momento de vida social tan significativo le hemos nombrado metafóricamente contrato social, y ha dado pauta para explicar por qué nos organizamos en un Estado y tenemos una Constitución como punto de partida.
Este velo de la ignorancia consiste en el supuesto de que las personas no sabemos cuáles serán nuestras circunstancias específicas cuando elegimos los principios de la justicia a los que adscribiríamos nuestra vida, por lo que antes de hacer caer el velo de nuestros ojos, la mayoría aceptaríamos ajustarnos a dos principios; el principio de la igualdad y el principio de la diferencia. El principio de la igualdad establece que cada persona tiene derecho a un sistema de libertades igual al más amplio, compatible con un sistema de libertades equitativo para todos. El principio de la diferencia expresa la idea de que algunas desigualdades sociales no son injustas si mejoran la situación del más desfavorecido.
Esta postura, por cierto, la más aceptada en el discurso político contemporáneo, es objeto de férreos ataques por el liberalismo libertario representado por ejemplo por Donald Trump, Nayib Bukele y Javier Milei; paradójicamente, también es despreciada por la supuesta izquierda de Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales, y Claudia Sheinbaum, pues los extremos al final coinciden en el autoritarismo.
Si bien las desigualdades económica y social son las principales causas generadoras de diferencias de grupo dividiendo a la sociedad en estratos o clases y suscita la distinción de niveles educativos y culturales. La distancia de esos niveles califica a las sociedades, o se clasifica cuando las comunidades debieran regirse por principios de igualdad y hacer iguales a sus componentes. La condición igualitaria se disipa según el aumento o intensificación de las distancias o cuando tales persisten por espacios prolongados.
El distanciamiento social crea dos grupos principales: débiles y fuertes, a los cuales, en función de la capacidad económica, se les identifica como pobres y ricos. La esencia de lo vital en el ser humano y su ánimo político hace que la desigualdad sacuda la conciencia y provoque fenómenos sociales como las revoluciones o las actividades políticas igualitarias para enfrentar la disparidad social en general; sin embargo, ni unas ni otras, a lo largo del pensamiento humano y la acción, han conseguido la definitividad de condiciones uniformes para los miembros de una comunidad en un espacio y tiempo determinados.
Esta situación que lamentablemente vive nuestro país desde sus orígenes ha sido el caldo de cultivo para la crisis institucional que se ha generado y la cual arreció hace 6 años, llegando a su punto máximo al término del 2024. Sergio Sarmiento lo decía con atino hace un par de días, como presidente López Obrador tuvo un gran colmillo político, pero sin la capacidad de entender cómo funciona la economía o una sociedad democrática.
De esa mezcla perfecta de un merolico de feria que ofrece inservibles pociones que aparentemente curan milagrosamente todo, y de una masa ávida de encontrar un remedio mágico contra la debilidad, pobreza, marginación, carencia, dolor y sufrimiento, está hecha nuestra realidad como país.
Los actores políticos del régimen se han aprovechado de este escenario y lo están capitalizando política y económicamente sin mayor espasmo de la sociedad; la oposición se ha quedado petrificada ante un escenario que aún no saben cómo descifrar y que para mal de nosotros no lo harán prontamente. La aparición de Morena aceleró la conversión de la sociedad en una masa sin vigor, con ausencia de conciencia, y ávida de revancha.
Hay hechos indiscutibles; por ejemplo, los actos de corrupción tan grandes que son invisibles como SEGALMEX, PEMEX, el AIFA, el Tren Maya o el sistema de salud; el crecimiento de la violencia, la extorsión o el poder desmedido del narcotráfico; y el cinismo delictivo de personajes políticos ligados al régimen de la autoproclamada cuarta transformación, que en otros tiempos o lugares hubieran dado cuenta de impopularidad, renuncias, encarcelamientos o hasta caídas de gobiernos enteros.
Otros son menos visibles, o al menos de nula importancia para la mayoría de las personas, pues fundados en las falacias ad populum y del falso dilema, se ha creado una percepción favorable para justificar cambios constitucionales y decisiones de gobierno que carecen de sustento lógico y que son contrarias al propio ordenamiento jurídico.
La igualdad es la esencia de la justicia, por lo que ésta sólo se concibe como tratamiento igual de los hombres y relaciones iguales y como trato distinto de los desiguales según la medida de su desigualdad. La influencia en el derecho por consolidar la igualdad en la vida en sociedad nos hizo construir un andamiaje de instituciones, principios, reglas y prohibiciones cuya finalidad sería precisamente la de nivelar las desigualdades.
Cuando la debilidad social crece desproporcionalmente, el sector privilegiado debe responder con urgencia replanteando nuevas políticas rumbo al establecimiento del equilibrio social. Contrarrestar las diferencias es restaurar la armonía; acentuar las diferencias desde el poder como lo hace Morena, es acrecentar las diferencias y abonar a la confrontación, para distraer al pueblo con pan y circo,
Lo anterior mientras se vive un momento de crisis económica visible en el aumento más grande de los precios de los combustibles en casi 27 pesos por litro; las expectativas de crecimiento económico más bajas del siglo con apenas un 1.2% del PIB; y los niveles de deuda de más del 51% del PIB, es decir de 138 mil pesos por cada mexicano.
En el 2025, gasto en servicio de la deuda será mayor que en inversión, salud y educación. Hoy se enuncian con bombo y platillo becas que suponen la entrega periódica de dinero a ciertos sectores de la población. Lo que nadie nos ha explicado es que ese dinero no será suficiente para pagar por la salud, medicinas, transporte, servicios públicos y educación que cada día son menores y de peor calidad, basta analizar los resultados de la prueba de PISA que colocan a México en los últimos 3 lugares de los países evaluados.
Como es propio de estos tiempos podríamos buscar algún truco, hechizo o superstición para obtener riqueza en el año que comienza; sin embargo, no hay fórmula alguna que alcance para sacarnos de la pobreza y la marginación como país, sino el dejar caer el velo de la ignorancia que ató sobre nuestras cabezas de manera eufórica pero efímera, el dipsómano del poder con sus pócimas mágicas.