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El último narc

ESTRICTAMENTE PERSONAL

por Raymundo Riva Palacio
30 septiembre, 2020
en Editoriales
El reguilete de Lozoya
3
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A principio de los años 80, el presidente Ronald Reagan estaba empeñado en derrocar al gobierno sandinista en Ni­caragua. Su primer instinto fue una in­vasión, pero luego de consultas con varios paí­ses latinoamericanos donde no encontró el apo­yo para hacerlo, decidió hacer su propia guerra, como lo había hecho décadas antes en Guate­mala. En el Capitolio lo frenaron, y por iniciati­va del diputado de Massachusetts, Edward Bo­land, se enmendó el presupuesto de 1982 que li­mitaba la asistencia a los contras en Nicaragua a sólo asistencia humanitaria. La llamada En­mienda Boland impedía que Estados Unidos fi­nanciera una guerra.

La Casa Blanca y la Agencia Central de In­teligencia (CIA) decidieron, por la vía clandes­tina, financiar la guerra. La logística incluyó la participación del Cártel de Guadalajara y de la Dirección Federal de Seguridad, que dependía de Manuel Bartlett, en ese entonces secretario de Gobernación, y el territorio mexicano sirvió como la ruta de abastecimiento de armas a los contras, a cambio de cerrar los ojos al tráfico de drogas. Ese manejo ilegal de dos gobiernos con el narcotráfico, causó el asesinato de Manuel Buendía, el principal columnista político en el último medio siglo en 1983, y el de Enrique Ca­marena Salazar, el agente de la DEA en 1985.

Esta historia siniestra y de complicidades cri­minales volvió a resurgir al estrenarse la serie de cuatro capítulos en Amazon Prime llamada “The Last Narc”, sobre el asesinato de Camare­na Salazar. “The Last Narc” no se debe traducir como “El último Narco”. La palabra “Narc” fue acuñada en la DEA para identificar a los agen­tes de campo, como era Camarena Salazar, asig­nado a la oficina de la agencia en Guadalajara, y a quien mandaron matar los entonces jefes del Cártel de Guadalajara, Miguel Ángel Félix Ga­llardo, aún preso, Ernesto Fonseca, que recu­peró su libertad en 2017, y Rafael Caro Quin­tero, quien por un descuido –por ser lo más ge­neroso- de la vieja PGR, fue liberado en 2013.

“The Last Narc” recuerda la historia conta­da por varios de sus protagonistas desde hace 20 años, de cómo la CIA, en complicidad con el gobierno mexicano y el Cártel de Guadalajara, tuvo en México un centro de entrenamiento y logística para los contras nicaragüenses, en un rancho en Veracruz. Paradójicamente, cuando preparaba la invasión a Guatemala en 1954, la CIA entrenó mercenarios en un rancho en Los Tuxtlas, también en Veracruz. Las armas pa­ra los contras llegaban por México proceden­tes de Irán y de los depósitos de la OTAN, que transportaba el Cártel de Guadalajara de Esta­dos Unidos hasta entregarlos a contratistas de la CIA en Centroamérica, para evitar que hu­biera rastros del involucramiento del gobierno de Reagan en violación de la Enmienda Boland.

Lo hicieron con el apoyo del gobierno mexi­cano, en particular del secretario Bartlett y la Dirección Federal de Seguridad, que trabajaba con la CIA. Rogelio Hernández, un periodista de investigación, publicó en aquellos años en Excélsior, algunos detalles que en ese entonces parecían fragmentados, de cómo varios agentes e la DFS introducían droga en pipas del sindi­cato petrolero por las fronteras de Tamaulipas, donde las aduanas estadounidenses se abrían sin problema, y regresaban con armas. En plá­ticas semanas antes de que lo asesinaran, Buen­día comentaba la ruta de Tamaulipas a Guadala­jara y de la capital tapatía a la frontera con Gua­temala, donde el Cártel de Guadalajara jugaba de protagonista. Tampoco sabía en ese enton­ces que todo ello correspondía a lo que pocos años después se conoció como el Irán-Contras.

“The Last Narc” no revela casi nada, pero re­fresca la memoria de las imputaciones que la CIA tuvo un papel central en el asesinato de Ca­marena Salazar, de quien temían iba a descubrir el entramado clandestino. La CIA, que no suele opinar sobre estos temas, siempre lo ha negado. La serie no es objetiva ni equilibrada, al apoyar­se completamente en las afirmaciones de Héc­tor Berrellez, quien estuvo a cargo en un princi­pio de la investigación del asesinato, y que gra­dualmente fue encontrando, para su sorpresa, el involucramiento de la CIA.

Todo fue, sin embargo, de oídas, sin pruebas documentales. Bartlett jugaba un papel central como miembro del crimen organizado, según un testigo de Berrellez, Víctor Lawrence Ha­rrison, que manejaba las comunicaciones del Cártel de Guadalajara, que acusó al entonces secretario de Gobernación y hoy director de la Comisión Federal de Electricidad, y a los enton­ces jefes de la DFS, de vinculaciones con el cri­men organizado. Un juez en Los Angeles censu­ró el testimonio de Harrison en el juicio de Ca­marena, luego que llegara a un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos para eliminara su acusación a cambio de inmunidad.

El conflicto entre la DEA y la CIA no era nue­vo, y se alimentaba de objetivos distintos. La primera era policía, mientras la segunda aten­día los asuntos de interés para la seguridad es­tadounidense. Chocaron en Colombia y Pana­má, donde la DEA ganó la batalla al lograr el asesinato de Pablo Escobar y la captura de Ma­nuel Antonio Noriega, que estaban en la nómi­na de la CIA. La perdieron en Honduras, donde la CIA organizó y armó a los contras. Y perdió en México con el asesinato de Camarena Sala­zar. La dinámica de confrontación se daba en los diferentes campos de batalla donde sus me­tas eran excluyentes.

“The Last Narc” nos estrella en la cara que este pasaje siniestro en la historia de la Gue­rra Fría en nuestra región, no lo hemos discuti­do debidamente. Bartlett es el mejor ejemplo, y sigue siendo poderoso y arropado por la im­punidad. Pero él es sólo una pieza. El Estado Mexicano no ha aireado lo que fuimos y lo que somos, donde por años los gobiernos, incluido el actual, no han querido abrir esa puerta. Qui­zás, porque todos saben que son culpables de algo y no quieren que se sepa. Mejor el olvido, que rendir cuentas.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa

Etiquetas: CIAnarco

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