Después de larga sequía pandémica los comerciantes ven en la época decembrina la oportunidad de recuperar clientes y dinero perdido. Tienen razón, muchos establecidos quedaron en la lona, cerraron sus locales, emigraron a otros estados o cambiaron de giro. Algunos sin empleo, se decidieron por el comercio informal que abarca el estanquillo, puesto callejero con mesita, anafre y tanquecito de gas; venta ambulante a pie o en cajuelas de autos que ofrecen ropa usada, pan, campechanas, orejitas, yogurt, tamales, atole, taquitos sudados, cubrebocas, etcétera.
Llega diciembre y la ilusión renace para los que esperan al turista, sobre todo al nacional, que también, amolado por la pandemia, busca en estados vecinos un poco de distracción a bajo precio. En este punto el comerciante, grandote, mediano o chiquillo, debe esforzarse para no hacerle sufrir. Porque el turista sufre, sufre desde el viaje en carreteras que parecen estacionamientos, desviaciones entre milpas y terregales. Si se libran del robo de cartera o celular, no se libran del “barbacoyero” que vende tacos y consomés a precio de caviar. Ya en la ciudad, animados por recorrer el Centro Histórico, encontrarán calles y calles con venta de ropa “chafita”, esquites con queso, crema y mayonesa pirata, paletas michoacanas y payasos y raperos amenizando el ambiente. Los museos cerrados por vacaciones, los templos para evitar hurtos, los jardines con pocas bancas y en la que de lejos parecía libre, reposa un vago maloliente. Baños públicos no hay y ahí andan las mamás poniendo al chamaco en cuclillas en una jardinera y los varones “camunflajeándose” atrás de un poste. Al estacionarse en la calle le quitan las placas y los estacionamientos un buen tajo de dinero.
En general, los restaurantes populares de cadena o en casonas, tienen un servicio pésimo. Tardan mucho en atender, no hay carta y ni los meseros saben cómo funciona lo del sellito; la comida es peor que la cuenta, el café frío, el chocolate de polvo, los chilaquiles por ejemplo, un puñado de tortillas de paquete secas, chorreadas por salsa de lata, a veces hasta fría, lo único caliente es el plato y como dije, la cuenta, que tardan tanto en llevar, que ya hasta hizo digestión la comida. En estanquillos callejeros ofrecen hamburguesas, el hambreado turista ya no pone peros si es de carne o soya, total, los condimentos disfrazan su dudosa procedencia, lo que sí da coraje, es que tardan en despachar, tanto, que parece que fueron a matar la vaca. Y ahí está el cliente, sufre y sufre, saboreando lo que no llega, con los niños dormidos y la pareja enojada por la necedad de esperar.
Si el sufrido turista visita los pueblos mágicos encontrará muchos cuarzos y sombreros, entre la mar de productos chinos y fondas cuyo platillo principal son gorditas de migajas con algún guiso, todo ello, tan recalentado, que las gorditas quiebran muelas, las migajas ya reencarnaron en cerdo de nuevo y el guiso se saló. Lo único fresco son las micheladas. También, quienes venden “guajolotas” y enchiladas refríen sus productos una y otra vez. Las papitas y zanahorias parecen canicas, el molito que envuelve la tortilla o bolillo es aguado y desabrido; salvan el platillo los chiles en vinagre.
Los famosos “tours” por la llamada ruta del queso y el vino, se han acorrientado, el guía muestra las procesadoras de uva, paradas, los sembradíos son una retahíla de tronquitos, y lo único abierto es el restaurante que ofrece láminas, así de delgaditas, de carnes frías y venta de botellas de vino, muchas sin etiqueta con el pretexto que es el de la casa.
El turista sufre y también el que no lo es, cuando las autoridades correspondientes no hacen su chamba. Ahí está la tan cacareada aldea navideña, un lote baldío a medio campo, con alambres forrados de escuálidas luces. Lo único real, es el precio, altísimo para la maltratada economía familiar. Si en verdad se quiere hacer de nuestra entidad un destino turístico y en ello basar buena parte de su generación de empleos y estabilidad económica, los prestadores de servicios deben esforzarse, Los de establecidos pagar mejor a sus empleados, muchos trabajan por las propinas; capacitarlos, porque de repente se ve a los meseros enojados, a los cocineros chateando y suele vérseles, todavía con mandil, en el súper comprando paquetes de verdura congelada, latas de sopa o vino en empaque de cartón. El turista que sufre no vuelve ni Al tiempo.