Cuando uno piensa en la literatura española del siglo XX, hay un título que resume como pocos la desilusión, especialmente después de la guerra civil, es la novela: “Nada”, de la escritora catalana Carmen Laforet. En esas letras, la protagonista, Andrea, llega a Barcelona con un maletín lleno de ilusiones, una nueva vida, un futuro brillante y la promesa de una existencia distinta. Y lo que encuentra al abrir la puerta es un piso oscuro, una familia en ruinas, un mundo mezquino que poco tiene que ver con sus expectativas. Lo que creía el comienzo de todo termina siendo, literalmente, nada.
¿Por qué me viene a la cabeza esa novela? Porque no hay palabra que describa mejor nuestro ciclo emocional cuando juega nuestra selección nacional que el título breve y demoledor de esa novela.
Hace apenas unos días, nos habíamos vuelto a ilusionar. La Sub-20 jugó con valentía, con desparpajo, con alegría. Le ganó a Chile en Valparaíso con un gran juego, con goles que hacían soñar con un futuro diferente. En cada pase veíamos una promesa. En cada festejo, la ilusión de que tal vez, ahora sí, algo estaba cambiando. Incluso veíamos a alguno de los jugadores con potencial de estar en la selección mayor… Pero vino Argentina, nuestro demonio, y sin prisa, pero sin pausa, con simpleza nos devolvió a nuestra realidad.
Una semana después, nuevamente, una cachetada: derrota vergonzosa ante Colombia y un empate sufrido ante Ecuador y la sensación de estar viendo el mismo partido que llevamos décadas repitiendo. Lo de siempre: improvisación, carencia de ideas y de talento y muchas declaraciones huecas. Se comprueba que el “vasco” Aguirre volvió a los banquillos nacionales con nada nuevo que ofrecer. Es el amo del dicho fácil, ahí sí es el campeón, denle un trofeo por el dicharachero… pero de fútbol, nada. Para nuestra desgracia, aun no se gana ningún título con bromillas en las conferencias de prensa, donde el veterano entrenador es un crack.
Así vivimos en México: construimos castillos con cada buen resultado juvenil y los vemos desmoronarse con el primer soplido… Nos convencemos de que el cambio está cerca, pero seguimos atrapados en la misma historia: la ilusión dura lo que una semana de titulares optimistas. Luego llega la realidad y arrasa con todo.
En el libro, Andrea creyó que Barcelona sería una promesa luminosa. Nosotros creemos que el fútbol mexicano puede reinventarse. Pero, al igual que en la novela de Laforet, lo que encontramos al abrir la puerta de la casa, no es un porvenir brillante, sino un salón oscuro, lleno de resignación y mediocridad.
Y con el Mundial tocando el timbre de nuestra casa, al final, todo vuelve a ser lo mismo. Todo termina en nada…








