En esta segunda parte abordaremos el punto de inflexión del tiempo urbano, para pensar en el empate con el tiempo climático, teniendo como referencia la zona metropolitana de Querétaro.
Y es que cuando hablamos de la ciudad en sí misma y su proceso de crecimiento y expansión, hablamos por un lado de la acción o proceso de construcción y por otra parte, del proceso productivo transformativo, y es a partir de estos dos que se desenvuelven otros más como la movilidad de las personas y mercancías y, en sí, el flujo del metabolismo urbano consistente en energía, agua, residuos y contaminantes.
La rápida expansión de las zonas urbanas en la historia reciente ha cobrado impactos ecológicos profundos y no-lineales, por lo cual hay un amplio acuerdo entre académicos que el futuro del planeta depende en gran parte de nuestra capacidad para moderar y coordinar el crecimiento de las urbes. El impacto de una urbanización caótica en la metrópoli, caracterizada por un crecimiento poblacional e inmigración rural-urbana, crecimiento poblacional natural, asentamientos en zonas riesgosas, desastres, desigualdad socioeconómica, transporte público deficiente, así como recursos naturales limitados y contaminados.
En este sentido, como parte del proceso constructivo encontramos a la infraestructura, la cual se entiende como el conjunto de estructuras de ingeniería e instalaciones que constituyen la base sobre la cual se produce la prestación de servicios considerados necesarios para el desarrollo de fines productivos, políticos, sociales y personales. En particular, se busca enfocar en la llamada infraestructura económica, definida como los servicios en redes de la infraestructura energética, de transporte, telecomunicaciones, agua potable y saneamiento.
Pero la infraestructura también tiene repercusiones importantes en el medioambiente, ya que condiciona los patrones de consumo energético de una economía, la generación de desechos y efluentes, y los niveles de emisión de gases de efecto invernadero y otros contaminantes en la atmósfera. Además, las etapas del ciclo de vida de un activo de infraestructura pueden estar asociadas a múltiples impactos sobre los recursos hídricos, los suelos y la biodiversidad. De ello resulta que, más allá de la dotación de activos de infraestructura económica de que disponga una economía, la forma como se construyen, operan y desmantelan las redes de infraestructura es vital para determinar sus impactos sobre el ambiente.
Se estima que en el futuro cercano el monto invertido en infraestructura alcanzará un nivel sin precedentes en el mundo. Según los datos del Banco Mundial, se construirá más infraestructura en las próximas dos décadas que en los últimos dos mil años.
De esta manera, teniendo en cuenta la larga vida útil de ese tipo de inversión, decisiones como las referentes al diseño, dimensión y ubicación de los sistemas de infraestructura son cruciales para determinar en qué medida las economías estarán condenadas a seguir trayectorias altamente intensivas en emisiones de GEI.
La convergencia de, el tiempo climático, en cierto modo se ha abordado bajo la visión de la resiliencia, la cual es definida por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático como “La capacidad de un sistema social o ecológico para absorber las perturbaciones al tiempo que conserva la misma estructura básica y las mismas formas de funcionamiento, la capacidad de auto organización y la capacidad de adaptarse al estrés y al cambio”.
Pero la contaminación atmosférica abarca a toda la ZMQ y aun a las ciudades periféricas, por lo que se requiere de una política ambiental metropolitana que abarque las ciudades aledañas. Lo mismo es válido para los riesgos epidemiológicos, donde la falta de higiene y prevención causan la transmisión de enfermedades hídricas (cólera, enfermedades gastrointestinales) y atmosféricas (A H1N1, bronco-respiratorias). Asimismo, los ruidos excesivos, la contaminación visual, el desgaste del paisaje y la falta y contaminación del agua son factores que afectan la sustentabilidad de la metrópoli.
Por lo tanto, dependiendo de la forma en que se construye, la infraestructura puede favorecer o imponer obstáculos a determinadas trayectorias de desarrollo, soportando la constitución de sistemas más o menos resilientes y sostenibles. Por ello, y asumiendo que la infraestructura global necesitará un volumen significativo de inversiones en los próximos años, es fundamental que dichas inversiones que se hagan incorporen tempranamente, desde sus fases de diseño, los principios de resiliencia y los consideren en todas las etapas del ciclo de vida de la infraestructura.
Uno de los más difundidos y relevantes sistemas de rating es el Envision, desarrollado en colaboración por el Programa Zofnass de Infrastructura Sostenible de la Escuela de Design de la Universidad de Harvard y el Instituto de Infraestructure Sostenible (ISI). Lanzado en 2012, el Envision cuenta actualmente con 64 indicadores (llamados ‘créditos’), distribuidos en cinco categorías: Calidad de Vida, Liderazgo, Asignación de Recursos, Mundo Natural, y Clima y Resiliencia. En conjunto, los créditos buscan captar el desempeño de infraestructuras de los más variados portes y sectores según una diversidad de factores asociados a la sostenibilidad, desde el desarrollo comunitario a la conservación ambiental. El propósito es, por lo tanto, orientar la toma de decisiones en todas las etapas del ciclo de
vida del proyecto, desde su planeamiento y diseño hasta su operación y desmantelación.
Visto en su conjunto, en la metrópoli se han venido acumulando impactos ambientales por el desarrollo y expansión de las urbes, y ha llegado el momento en que puedan provocar un desastre o Shock, de ahí que de cara a los próximos 10 años, habrá que contener, reorientar y adaptarse o de lo contrario, se producirá el colapso. Este golpe de timón, es la inflexión, y ella, versa sobre varios aspectos, a saber: contención de cambios de uso del suelo en ecosistemas naturales, áreas naturales protegidas y UGAs de conservación; reorientar hacia el incremento de la biodiversidad con especies nativas en las zonas urbanas y aumentar o fortalecer los servicios ecosistémicos; reorientar el desarrollo urbano hacia un modelo policéntrico para ahorrar tiempos y distancias, y por ende, emisiones de gases GEI; fortalecer el transporte público, los ejes y las unidades de transporte al menos a gas natural; impulsar la generación y uso de energías renovables como la solar en negocios, residencias y alumbrado público e invertir en la infraestructura de redes de transmisión y conducción eléctrica; incrementar el tratamiento de aguas residuales y su re-uso, al mismo tiempo en que se protejan zonas de infiltración a los acuíferos y por otra parte, construir la infraestructura para traer el agua faltante de la reserva parcial de agua con que se cuenta en la Sierra Gorda; impulsar organismos metropolitanos en materia ambiental, del agua, residuos y transporte; reducir la generación de residuos, revalorizarlos y reutilizarlos y; adoptar criterios de adaptación resiliente en la infraestructura urbana.