Primera Parte
Hay procesos acumulativos y otros de ruptura que se dan en la actualidad, pero la escala de hoy en día no tiene comparación con el ayer, pues hoy la urbe nos empieza a devorar a bocanadas. Todo proceso sin excepción constructivo de ciudades es en sí un proceso de ruptura con las estructuras naturales y a su vez, un proceso acumulativo de impactos ambientales, que en muchos de los casos son irreversibles y permanentes.
Ayer el lugar, hoy el espacio habitado, es en otras palabras el habitáculo que ha dejado atrás al hábitat natural. Ahí en ese espacio construido es donde se concentra la mayor parte de la población y la economía, pero también es significativamente, el espacio que el humano ha destinado para desencadenar las mayor parte de las emisiones de gases contaminantes.
La urbe, es al mismo tiempo oportunidad para vivir y para morir, es la dualidad que lleva en sí esta obra del humano, que su desarrollo va transformando su entorno, lleno de tecnología y comodidades, pero en su esencia conlleva la ruptura de su relación con la naturaleza, con graves consecuencias, como hoy lo vemos y lo vivimos con el cambio climático, esta variabilidad climática gestada por los procesos económicos, sociales y culturales del ser humano.
El homo sapiens es el único animal que por decisión propia camina hacia su extinción, como producto, de su conocimiento y su enorme estupidez. Hoy mayoritariamente somos urbanitas, es el tiempo urbano el que engendramos y vivimos, pero es el tiempo en el cual se ha producido la “enormidad”, que se asoma ya como sombra sobre nosotros los urbanitas, para oscurecer nuestras vidas en la vulnerabilidad, la incertidumbre, el riesgo y la pérdida de futuro.
Pero hoy, también es el tiempo climático, que a su vez es la consecuencia que nosotros mismos hemos producido al explotar, usar y aprovechar recursos de la naturaleza, es el búmeran moderno como arma que retorna o mejor dicho como acto de hostilidad que daña a su propio autor. El tiempo climático entraña la polaridad del agua, o sea, la ausencia expresada como sequía o los enormes volúmenes que se hacen manifiestos en catastróficas inundaciones. Es el juego de la temperatura que pone en acción a gobiernos, empresas y ciudadanos para evitar que suba 1.5 o 2 grados más, que, sin duda, como la calentura que a veces padecemos, puede ser mortal y de graves consecuencias en la salud. Es el tiempo climático que declina a la biodiversidad, que provoca migraciones y que extingue especies, es el tiempo dirían algunos, de revancha de la naturaleza, pero más bien parece el tiempo de retorno al equilibrio natural.
Así, hoy en día se levantan gigantescas discusiones inacabables, discursivas, técnicas, económicas, sociales, políticas y científicas de lo que debemos en tiempo presente hacer para contener el aumento de la temperatura, y nos damos el lujo de planear al casi extinto futuro, metas y compromisos, para llevar a cabo medidas de mitigación y adaptación.
En el reloj de la evolución hasta el mínimo tiempo cuenta, pero como seres humanos atascados en la estupidez perdemos 1, 3 o más años sin lograr resultados por demás importantes o determinantes, como si se pudiera comprar tiempo en el supermercado, aunque los tecnólogos y proclives al desarrollo tecnológico nos juren que la modernidad y las actuales innovaciones nos salvaran de la avalancha climática.
Quizá debemos pensar en la conjunción del tiempo urbano y el tiempo climático, y no verlos por separados, situación que no ayuda demasiado, pero puede desembocar en un “punto de inflexión” sobre todo para el tiempo urbano. En otras palabras, si nos planteamos la inflexión para el tiempo urbano, es decir, la curvatura, desviación o torcimiento de la línea recta o plana del tiempo urbano, mediante una nueva visión del crecimiento urbano, principalmente con medidas adaptativas, entonces estaremos ante el punto de inflexión, pero ello exige, por supuesto, el abandono de viejos moldes, privilegios, inequidades y sobre todo de prácticas contaminantes y agotadoras en todos los sentidos.
Es un tiempo de ruptura con lo que se ha hecho, para pasar a un proceso acumulativo de y regenerativo con la naturaleza, que exige parar este tipo de crecimiento económico y urbano que hoy conocemos.
En la segunda parte abordaremos el punto de inflexión a partir del momento en que nos encontramos, de cara a un tiempo demasiado finito, sobre todo, para la zona metropolitana de Querétaro, que hoy se jugará el destino: entre el desastre o la reorientación urbana en sus próximos 10 años.