Quizá sea falsa la frase nostálgica sobre la excelencia o la calidad del tiempo pasado. Lo dudo.
Hoy, indudablemente se vive mejor. Volver a la época anterior a los actuales avances científicos resultaría impensable.
Por eso, ante la mediocridad política contemporánea, uno piensa a veces, hay sociedades, o países enteros cuyo comportamiento no corresponde al dichoso tiempo presente.
A México, por ejemplo, el avance científico cuya velocidad detuvo una pandemia en dos años le sirve como comprador. Nada más.
Sus operadores sanitarios hicieron todo en sentido contrario a la lógica y a la ciencia y produjeron una mortandad gigantesca, frente a la cual nadie hace nada, excepto elogiar la pésima estrategia y premiar la ineptitud de un merolico. Bueno, de dos merolicos.
Las vacunas producidas por empresas farmacéuticas capitalistas en países donde se practica la herejía neoliberal salvaron millones de vidas. Hasta los rusos –quienes ya ponen a Abramovich por encima de Lenin y practican un capitalismo mafioso– se metieron en una carrera contra Pfizer. Perdieron la carrera, pero ganaron su vacuna. De los cubanos, ni hablar, aunque aún con su deficiencia, la ciencia estuvo presente. En México no.
Pero hay cosas para las cuales no se necesita el pensamiento científico, como el talento propio, la personalidad.
De eso vamos a tener muchas pruebas en el futuro, cuando la palabra ciencia (y científica), sea la más utilizada en la política. Vamos a pasar de la política ficción denunciada por Salinas a la política científica consagrada al menos en los discursos del elogio, por ya sabemos quién. Pura falsedad.
Hablando de personalidad, ¿cómo podríamos comparar, por ejemplo, a Martí Batres con Ernesto Uruchurtu o con Carlos Hank? No le alcanza ni para sobresalir a un lado de Octavio Sentíes.
Su respuesta entre la ignorancia y la conveniencia en el asunto del agua emponzoñada en Benito Juárez (o de donde provenga para contaminar esa alcaldía), lo pinta de cuerpo entero. Un incapaz. No importa cuántos auto premios se cuelgue.
La izquierda en esta ciudad no ha tenido una figura o un momento estelar históricamente imbatible. Ni siquiera nuestro actual señor presidente quien usó a la capital desconocida como trampolín para llegar a la presidencia.
Y aun así su estatura histórica no podrá desplazar al general Lázaro Cárdenas, como punto culminante del nacionalismo revolucionario.
No podríamos comparar a Jorge Alcocer, con todo y su pasado de investigador, con el doctor Salvador Zubirán ni con Gustavo Baz, quien tenía además el honor del zapatismo. Este pobre no puede ni hervir una jeringa.
No ha tenido el PRI –para no hablar sólo de la izquierda– un hombre de las dimensiones de Jesús Reyes Heroles cuyo despacho en Gobernación (por otra parte) no se llena con una cabellera rizada como tampoco se supera en la secretaría del Trabajo el recuerdo de Adolfo López Mateos.
Los militares evocan a Joaquín Amaro y en tiempos más cercanos a Marcelino García Barragán. En la SEP nadie como Torres Bodet.
En asuntos alejados de la política, ¿quién llenará la tiara papal de Rodolfo Gaona o podrá acabar en el cuadrilátero con Salvador Sánchez, en un país todavía deslumbrado por los tiempos dorados cuya luz ilumina el actual camino de la mediocridad?
Nadie, parece ser.