La historia nos enseña que las sociedades modernas y, por ende, sus regímenes políticos mudan a gran velocidad. Aún en los modelos totalitarios: de Stalin a Gorbachov, hay un abismo. Con mayor razón en las democracias que transitan de un extremo a otro por la volubilidad del electorado. La condición de su devenir es, pues, la indeterminación. Por eso mismo, pretender un rumbo fijo para el futuro no deja de ser una señal de ignorancia o simplemente, de ilusión.
De ahí, que dictar un testamento político, como pretende López, para garantizar la continuidad de un ‘proyecto’ es todo un despropósito. Pues que testar es disponer una persona lo que se haga con las cosas que son suyas cuando muera. ¿Cómo dictar un testamento político, quisiera el tabasqueño, tal si México fuera suyo? Podrá testar los 200 pesos que guarda en su cartera y exhibe orgullosamente como símbolo de su pobreza. Y nada más. Pues ni siquiera la ‘granja’ dice que es a sus hijos a quienes pertenece.
Penoso sería heredar a México sus desatinos, la violencia irrefrenable, la pésima condición de la pandemia, que a él le vendrá como ‘anillo al dedo’ pero a nadie más. ¿El ‘testamento político’ incluirá el sufrimiento de millones de mexicanos que no pueden solventar la curación de los niños con cáncer, la corrupción de sus allegados, incluidos los hijos? ¿No sería mejor callar y que la suerte del futuro la decidamos los ciudadanos al margen de la palabrería engañosa de sus ‘conferencias de prensa’, respetando el Estado de Derecho, dejando que cada órgano de poder haga lo suyo? ¡En la democracia, no caben los ‘testamentos políticos’! Sólo la libertad para decidir nuestro presente y nuestro futuro. Sin testamentos irrisorios a los que nadie hará caso. Pues sea quien sea el que le suceda el cargo, tendrá que obedecer el mandato ciudadano. Para salvar a este país de la pesadilla que significa su megalomanía presencia.