Mientras los sembradores de la confusión se disputan el primer lugar; el subsecretario de Salud, el epidemiólogo sorprendente, el Mesmer de la pandemia, el doctor Hugo López “Gatinflas”, se despega notoriamente rumbo a la meta para el primer lugar en los enredos verbales propios de la verborrea de Morena.
Si la izquierda nacional se inspiró primero en el comunismo de Carlos Marx y después en el humorismo de Groucho, ahora su deidad protectora, su fuente de inspiración, su ángel tutelar, parece ser Mario Moreno “Cantinflas”; quien hizo de su célebre frase “…assssssordenes, jefe”,la tesis doctoral cuyo fervor ahora todos copian con ciega obediencia. Aunque digan gansadas.
Ante los desatinos de una y otra autoridades, entre el tartamudeo confuso de don Jorge Alcocer, nominalmente secretario de Salud, pero en los hechos apenas secretario del subsecretario de la elocuencia enrevesada y los no menos enredados diagnósticos en la palabra presidencial en verbosidad la curva de contagios y propagación se extinguió desde junio, el doctor “Gatinflas” ha dado una cátedra difícil de olvidar.
Revise usted, si tiene la bondad y el tiempo para desperdiciarlo en estos embrollos verbales, en esta oratoria desvaída, sin rumbo y sin mecate, asiento del berenjenal y la camisa de las once varas:
“…Y ojo, porque a veces surge esta idea de:
‘¡Oh!, (nótese la interjección admirada y sorpresiva), el presidente dijo que no hay rebrote (chato), y López-Gatell dijo que sí hay rebrote, ¿qué está pasando? (oiga, no hay que ser…)
“No está pasando nada (ah, bueno entonces es como si dijéramos que cuando no pasa nada como si viene siendo, pues no pasa mucho, porque mucho y nada no son lo mismo, chato; habría dicho el gran mimo Moreno) , estamos teniendo unas apreciaciones sistemáticas de todos los fenómenos.
“El presidente esta misma mañana dijo inmediatamente después de que el doctor Alcocer dijo:
‘Vemos señales de rebrote’, él dijo:
“No hay rebrote’, y luego yo me paré y dije: señales tempranas de rebrote, ¿por qué razón? (porque uno dijo y el otro también dijo, cuando yo dije…)
“Porque el presidente está viendo integralmente la nación en muchos campos que a nosotros no nos corresponde atender, podemos opinar sobre ellos internamente, pero no estamos atendiendo…”
Después de esta parrafada no hay disputa posible por la medalla de oro.
Pero a veces el consuelo de los muchos alivia el espíritu y la lectura de los sucesos de otras naciones, nos muestra cómo este espejo de la pandemia todo lo distorsiona. Apenas ayer leía yo “El país” un texto de Joaquín Vila cuya lectura nos prueba cómo en el reparto de los puestos, lo mismo da aquí o allá. Hay cada caso:
“…Aunque nadie lo sepa, España cuenta con un ministro de Universidades llamado Manuel Castells.
“Sí. Es uno de los 22 que los martes se sienta en la mesa del Consejo de Ministros a escuchar las ocurrencias de Pedro Sánchez (o de Iván Redondo).
“El tal Castells, al que ya se le conoce como el ministro fantasma, no se sabe si porque anda desaparecido o porque siempre está en las nubes, ha salido de las tinieblas hace poco para pronunciar una conferencia. Y al hombre, quizás porque no sabía de qué hablar, se le ocurrió soltar una perorata con ínfulas filosóficas.
“Tras alardear de haber escrito más de 40 libros (se desconoce si ha vendido alguno) y con toda la energía de que es capaz, auguró que “este mundo, tal como lo conocemos, se acaba”.
“Dicen que luego se fue a su casa a dormir la siesta. Estaba agotado de tanto hablar…”
Pero mientras el mundo se acaba, según ha dicho Castells y México se llena de laureles por su forma de atacar la epidemia, nosotros vivimos siempre con el Jesús en la boca, porque no sabemos cuando ni por qué ni por cuanto tiempo se van a mover a verdes los semáforos o –de perdida—a amarillos.
La jefa de Gobierno de la ciudad de México nos dice una cosa y luego –siempre habla con cautela, entre el sí el no y el quien sabe—nos anuncia lo contrario.
Lo único consistente y contrastante en su discurso es el uso de un cubrebocas, lo cual ayuda a disminuir los riesgos del contagio porque retiene las partículas salivales y la atomizada brisa del malévolo estornudo, impidiendo su dispersión en el aire.
Y eso, tan simple hay quien no lo entiende por razones de “machísimo” político.