Capítulo I
Derrota
Ciudad de Querétaro, batalla en la línea de la Alameda hasta la Hacienda de la Casa Blanca.
La ciudad de violáceos atardeceres ha recibido ya su primer bautizo de sangre después de varias arremetidas de los republicanos, los generales que habían reforzado el poderoso conglomerado militar del General Escobedo y su Ejército del Norte le alentaban en estas maniobras, el jalisciense Ramón Corona Madrigal, Vicente Florencio Carlos Riva Palacio Guerrero y Nicolás de Regules Cano le escuchaban en alaridos de aquellas derrotas. En un principio el General Escobedo pensaba que la arremetida y estrategia había sido suficientes para determinar a los imperialistas, derrocarlos y vencerlos.
¡Más no se llevaron a cabo los sucesos a su modo!
Hubo batalla en Casa Blanca ¡No se obtuvieron resultados!; por el barrio de San Sebastián los republicanos fueron parados en su totalidad no tomando de asistencia un metro de más de su arranque en caballería; por la Hacienda de Calleja fueron tomados presos más de cuarenta republicanos; el ataque por San Gregorio fue nulo, de inmediato fueron sostenidos en batalla, así que la molestia del general era mayor.
Escobedo fue el encargado de hacerse cargo del Ejército del Norte, una defensa férrea del ejército de Juárez, que, reforzado por norteamericanos hicieron todo un sistema de inteligencia, rearmamento, estrategia y una cautela de todo el plan del sitio para la pequeña ciudad de Querétaro, expertos de lo mejor en armería, mayormente catalogado de México junto con los norteamericanos, planearon la estrategia con tiempo, con infiltraciones a la ciudad de experimentados espías, todo como manda el manual, como le gusta al presidente Juárez.
Más de nueve mil trescientos combatientes llegaron al sitio conformando el valeroso Ejército Republicano, eran la elite de la milicia mexicana, experiencia de sobra en las armas, ejercitados al mando de los mejores generales de todos los batallones de México, halcones y águilas de grado que sabían disfrutar de su carnada en mansalva, ataques sangrientos y empoderados soldados que daban su vida por la causa antimperialista, Escobedo tenía en sus manos el ejército soñado por los independentistas hace tan solo cincuenta años detrás: Hidalgo, Morelos y Agustín de Iturbide, por citar en su mente del general algunos.
El plan es ingresar por los cuatro flancos a la ciudad, no dejar a imperialista vivo alguno, decapitar a Maximiliano, tomar a las familias de los adinerados y saquear a la ciudad entera, pisos superiores y sótanos — corría el rumor en los mandos de los republicanos de bodegas y galeras llenas de oro macizo— esto los llevaría si todo saliera bajo lo planeado ¡Unas cuarenta horas pensaron les duraría el embate! La batalla duró aproximadamente trece horas y sin resultados, la primera encomienda no se cumplió.
Al caminar Escobedo —después de salir de la reunión con sus generales— la sangre le hervía por todo el cuerpo, tomando hacia la baja de la cañada fue a visitar en donde estaban los heridos de los republicanos, hombres sin brazos, sin una pierna ¡La cabeza partida en dos! las consecuencias se miraban serias, una pila de insepultos a su izquierda se miraban, entre los vivos se ocupaba tratando de encontrar algún informante, se acercó a los postrados y trataba de escuchar algún quejido, alguien que por piedad supiera que había pasado.
En sus distracciones de lograr el cometido y comprender el retiro de las plazas … ¡De pronto escucho un zumbido en el aire «¡ziiiiiing!» se agazapó, se tocó el brazo y vio sangre, se hizo lo más pequeño que pudo y escondió por completo el cuerpo, mientras en sus adentros se lastimaba de la distracción cometida.
—¡Pendejo! — dijo a sus adentros, Escobedo se había puesto a punto de un franco tirador imperial, un miliciano búlgaro, con un tino de rey que, al confundirlo con un general común ¡No tiró a matar! de otra manera solo apuntó al santo y seña.
—¡Qué pendejo, idiota que soy! — se volvió a decir a sus adentros, corrió a la gruta que servía de casa de campaña, le pidió al doctor le examinara, mientras movía su cabeza de un lado para el otro, lamentándose lo que acababa de hacer.
—¡Si se deja de mover le puedo atender mejor! — indicó pausadamente el doctor.
—Ándale cabrón no estoy para tus niñerías ¡Arréglalo!
Continuó el galeno haciendo la curación.
— Voy a hacer el reporte de que nuestro General está herido.
— ¡Tú haces eso hijo de la chingada y te rebano los testículos con un cuchillo! —le miró serio a los ojos del doctor.
—Es mi labor y lo voy a hacer —inmutado el galeno guardaba sus cosas.
—¡Es una orden! Además, soy tú superior.
El doctor lo miró, lo vio por encima de sus lentes, dando media vuelta se fue.
—¡Hijo de su chingada madre! — mientras pateaba el banco y hacia volar todas las cosas de su mesa.
La ciudad esta sitiada por más de treinta mil hombres, quienes tenían la orden de no dejar escapar a nadie, un círculo rodeaba a todo el sitio, era como una corona con todo lo que había debajo de la ciudad, pareciera fuera una corona que custodia oro.
El General Mariano Escobedo pensó que unos días sin agua y sin ingreso de víveres, pronto la ciudad daría dejos de hambre y desesperación ¡No fue así! bodegas completas de comida, granos, frijol, maíz, habas, azúcar y viandas, así como vinos y agua se habían almacenado en grandes bodegones de diferentes casas —pareciera que alguien les previno del embate del sitio— ¡Les daba para aguantar años enteros! desde el catorce de marzo a esta fecha, los cañonazos y los disparos a la ciudad no cesaron, en defensa las capturas de republicanos e imperialistas se suscitaban por decenas, se esperaba que los republicanos atacaran de forma frontal por el Cimatario y por los cerros de San Gregorio y San Pablo, no sucedió así.
Maximiliano estaba presto al ataque, tenía a sus mejores hombres, José Tomás de la Luz Mejía Camacho, Leonardo Márquez Araujo y Miguel Gregorio de la Luz Atenógenes Miramón y Tarelo completamente listos con sus batallones, acompañados por el príncipe Salm Salm —un alocado aristócrata europeo, amante de las aventuras y los escándalos— la elite del ejército francés contra el ejército republicano liberal en una batalla que haría historia y sería recordada con entusiasmo, las hojas de los libros escribirían con oro ese día.
A las once de la mañana los primeros cañonazos a la ciudad no se hicieron esperar, ¡Puntualidad macabra! cada cañonazo retumbaba el suelo, pájaros salen despavoridos y los animales de los alrededores corren, los vidrios de los templos caen en cascada y las casas se cuartean ¡Deshacían a las personas que iban caminando! Desmembrados, truenan las casas altas y elegantes ¡Niños heridos y sus madres muertas! De los doce mil hombres, bajaban de mil en mil desde el Cimatario a la Alameda.
El General Tomás Mejía y su batallón al enfrentarlos ¡Los cortaban! los destrozan… rompen el corazón entre los estragos de la metralla, los hacen presos ¡Hizo lo que se le pego en gana con los republicanos! Las fuerzas imperiales habían escogido el resguardo desde la hacienda de Casa Blanca hasta la Alameda, una línea de fusileros disparaba a la par con ritmo, así caían los republicanos ¡Muchos de ellos atemorizados se entregaban! no había reglas.
—¡Matadlos y después investigar si se querían rendir! — es la orden.
¡El General Tomás Mejía en su corcel pareciera que se despegaba del suelo! su rostro de rasgos indígenas emula la guerra de antiguos aztecas y españoles, resumía ese concepto ¡Es una imagen digna de un cuadro de un museo! Es el Napoleón chichimeca de férrea estrategia militar y siempre al frente de sus ejércitos ¡Jamás en la retaguardia! Al mando de sus hombres, un líder nato y experimentado, un hermoso bridón de color blanco con pintas negras, moteadas chispas saltan de sus cuartos traseros, el general es diestro en el manejo de la montura, con zigzagueante tiro de espada le permite herir al enemigo.
La infantería republicana lo admira le alababa, con dejo de celo y emociones —¡Era el héroe que debería de estar con ellos! — es la plática de todas las noches, cuando al son de varias guitarras los republicanos arman corridos de las hazañas de tan insigne prócer ¡Enemigo mortal! El propio Mejía cortó la vida de cuatro coroneles republicanos, entre ellos Florentino Mercado, Baz y otros dos. De mil en mil los liberales no pudieron pasar por el estrecho espacio de la Alameda, defendida por Mejía, que ya para las dos de la tarde ¡Era un demonio! no entendía razón, cientos de muertos con su espada, la metralla de los cañones, de los rifles los tiros son interminable, le pasan y le rozaban los tiros, tanto del fuego enemigo como del amigo, entre líneas de fuego se le observa.
¡Una danza diabólica!
Sus ojos desorbitados por horas de combate, su montura llena de sangre por todo el cuerpo, cortar los pechos de los enemigos y no salir herido era algo del maligno, era un sacerdote azteca haciendo gala del martirio y sacrificio de sus propios hermanos ¡Para los dioses de la guerra histórica y ancestral! Deidades de la muerte, ese día, le acompañan el rey del mal estaba del lado de Mejía, como si hubiera un pacto faustiano, el general sale ileso de todos y cada uno de los combates, se adentra de más en la línea enemiga ¡Seguro que nadie le podría herir ese día! era osado y sorprendía a los soldados republicanos que se escondían en las trincheras —canales hechos por ellos mismos para el resguardo— a los cuales ¡Mejía se adentra y reparte su espada a diestra y siniestra! No hay tiempo de reacción ¡Mueren sorprendidos! es tanta la sangre derramada que los fusiles de repetición, no se pueden accionar de los mojado de las armas.
¡Baño de sangre por todos lados!
No toma agua ¡Solo vino! embriagado de alcohol y sangre es una de las memorias que jamás borraría de su vida, la apología de la batalla cuerpo a cuerpo ¡Después de horas de batalla! los liberales volvieron a ser vencidos. ¡Victoria! —grita el General Mejía aun llorando de emoción y embriaguez, alocado de tanta sangre e insatisfecho ¡Quiere matar a más! Una sed le recorre todo su cuerpo, espíritu y alma ¿Quién le hubiera vencido ese día? ¡Gladiador incansable de la guadaña! que levantaba a sus huestes de uno por uno ¡Haciendo de la sangre un río de libertad!
Al bajar de la monta sus piernas no le obedecen ¡Tuvieron que sostenerlo! casi caía de bruces ¡Se abrazan! se felicitaban.
—¡Victoria!
Gruta del Cerro de la Cantera que hacía de lugar de Casa de Mando del General Escobedo, primera fractura republicana.
—¡Hijos de su reputa madre que los parió! son todos unos pendejos, me hierve la garganta de coraje ¿Quién hijos de la chingada les dijo que se retiraran? los teníamos agarrados de los testículos y tenía a Maximiliano a tiro de bala… Teníamos a Miramón casi vencido en Casa Blanca, al General Márquez a unos metros junto con Maximiliano… en la posición de San Gregorio y San Pablo ¿Cómo chingadas madres les ganaron los metros que ya habían tenido? ¡Atajo de idiotas! son unos pendejos— El enojo del General Escobedo le hacía ver de mayor bravura que de costumbre.
Las posiciones del conjunto religioso de La Cruz avanzaron con la certeza de ser un distractor ¡Por una orden del general de la división se suspendió el ingreso! unos dicen que tal vez porque había muchos muertos y otros, porque hubo confusión en el toque de retirada, en la Alameda, a unos novecientos metros de la Cruz, Mejía se fajó con el ejército, pero fueron replegados con audacia y valentía, matando a una cuarta parte del batallón republicano, en San Gregorio y San Pablo, lo ganado, prontamente fue recuperado por francotiradores, que daban cuenta, uno a uno.
Marzo de 1867 pasó como el comienzo de las batallas del ejército Imperialista contra el ejército republicano, pero con un comienzo jamás esperado, nadie pudo entrar a la ciudad de Querétaro y aquél había sido la primera jugada del ajedrez del sitio ese era el cometido principal que se le había encargado a Escobedo, era la orden máxima del presidente Benito Juárez.
Molesto comenzaba a desvariar, al acercarse a Riva Palacio le asestó una mirada retadora.
—¿Ahora como putas a le explico al presidente Juárez esto? Digan, ¡Tú el del bigote! ¿Acaso se lo vas a decir cabrón? — Les señalaba con su dedo índice chueco — o tú ¿Cómo te llamas? ¿Tú se lo vas a explicar? — sus generales solo lo miraban con los ojos perdidos en su boca que no dejaba de articular improperios.
Continuará…