Capítulo I
El Préstamo.
8 de marzo de 1867, ciudad de Querétaro, segundo día del sitio.
Al tiempo que Don Fernando Duque de las Casas toma posesión de sus quehaceres en la ciudad de Querétaro —hacía ya dieciocho años— era de vital importancia ponerse al día de lo sucedido, negocios, pagos, manutenciones y todas las relaciones de alto grado, que ya su familia venía desarrollando, no solo desde hace unas décadas ¡Siglo y medio haciéndolo dentro de la historia de México! Era tiempo que su hija María de los Dolores supiera los movimientos.
Recuerda cuando conoció a su esposa Doña Andrea, de linaje puro de Puebla, en aquella ocasión en donde le tocó que le viniera a explicar los asuntos de como prestar el oro a los insurgentes, mercenarios o cualquier persona con dote suficiente para sostener tal préstamo. Don Fernando estaba a punto de saber cómo decírselo a su hija, aquellos artilugios y modos de hacer crecer la fortuna que pronto estará en las manos de su hija, al no tener hijo varón alguno.
Recordaba cuando se le acondicionó un salón, una especie de despacho —elegantemente cubierto de cedro y caobas, así como bellos y finos muebles de trabajo, sillones negros de piel y todo lo que necesitaría para mantener un placentero confort— para atender los negocios que se debían, acreedores y prestamistas por cual. Aquella noche tenía la visita de un encargado de pagarle un préstamo, era una familia de Puebla —quienes solicitaron el préstamo para armar, sostener y pagar los salarios de los ejércitos que sostendrían las batallas de la invasión norteamericana— mientras revisaba los libros del pedido de oro, las razones por las cuales le dieron esa cantidad y los papeles firmados, le extrañaba el nombre.
—¿Andrea? ¡Es un varón! se han de haber equivocado.
Juliana es el nombre de la asistente del joven Fernando, una queretana de carnes gruesas, alineadas a su vestido y de gran escote —nada que comparar con lo que vio en París— pero era bella, ninguno lo negaba
—¡Julia! — le advirtió con premura.
—Diga joven Fernando.
— ¿No se habrá equivocado mi papá con el nombre del deudor de Puebla? — preguntó mientras observaba la boca de Juliana, fresca, rosa, lubricada, le hacía pensar cosas.
—No creo, pero deje reviso los libros — a la vez que se daba cuenta que le miraba la pequeña hendidura de su escote, dejándole ver sus carnosos pechos. Siguió el joven Fernando revisando papeles, cuando le avisaron que alguien le buscaba.
—¡Joven Fernando le busca una señorita que trae un jarrón de miel! — le indicó su sirviente —¿De miel, es correcto? —.
No le habían dicho nada cuando entró la joven Andrea, acompañado de un ayudante que cargaba un hermoso jarrón de talavera —celestes y albos dibujos le adornan— lleno de miel, ¡Una mujer hermosa! de rizos negros, caderas anchas y resguardo de educación — ¡Que exageración de mujer! —pensó Fernando.
—¿Es Usted Fernando Guillermo Tercero de los Duque y Casas de San Miguel de Cervantes y Merino Rubio? — dijo la joven ¡De memoria!
¡Nadie le recitaba tan bien su nombre! —le llamó la atención— como cuando su madre, de chiquillo ya le había regañado por una y otra travesura.
El encuentro de sus miradas era retador, por un lado, un acaudalado y preparado mancebo en la etapa de su madurez, era un verdadero artífice teórico de los números, había aprendido todo lo necesario para controlar los negocios familiares en París; y por el otro, una mujer hermosa de olores agudos y seductores, de rizos interminables y una piel sensual de un blanco arrebato.
—¿Supongo que una mujer como Usted no se dedica a vender miel? — burlón y admirado, el joven Fernando le contestó, en lo que se veía que hacer con el jarrón de miel— por cierto, de un gran peso — aquel sirviente, quien auxiliaba a la señorita Andrea, colocó el jarrón en un mueble que parecía especialmente confeccionado, de manera exacta en la figura redonda tallada en la madera—al terminar de embonarlo el sirviente se retiró haciendo una genuflexión a Andrea — con una experiencia tal como si ya lo hubiera realizado antes—.
La sensual mujer se acomodó su cabello dejando ver un poco su hombro, con una mirada dulce, le dijo al joven Fernando.
—¡Necesito el acuse! Vamos, el papel de que me recibe el pago del préstamo.
—¿Cuál préstamo? — admirado Fernando le contestaba.
—¡Lo temía! — dando un largo suspiro— le explico, su padre hace unos años nos hizo el préstamo de trece mil monedas de oro para la causa de mantener a los ejércitos en sus comidas y en su parque, después de aquellas negociaciones del Río Nueces, valerosos combatientes que enfrentaron la invasión americana, aún de aquellos que estuvieron en Corpus Christie, que sostuvieron el ataque de las tropas americanas y que luego se verían las caras en los valles frente al Fuerte de Guadalupe en Puebla.
Asombrado Fernando, quien poco sabía de aquella invasión por estar en preparación de sus negocios en Europa.
—¡No veo las monedas del pago concerniente a este momento! — decía Fernando, mientras trataba de abrir el jarrón de miel, quien al sentir lo dulce y pegajoso del manjar, trató de llevarse a la boca su dedo para limpiarlo.
—¡No lo haga! — gritó la joven, en sí, con espanto.
Fernando alejó la mano de la boca y en un instante poco medido ¡Sacó una pistola de entre sus ropas! le apuntó al pecho de la joven, de inmediato le pidió explicación.
—¿Por qué me hablas en ese tono? ¿Quién eres? — ¡A ella le encantó el detalle!
—¡Calma! solo que no deseamos que terminemos con un joven tan distinguido y guapo, envenenado con la miel y el cianuro que cubren el oro ¿O sí? — contestó mientras con su mano retiraba el arma de su escote, para después colocarse un guante fino de caucho, para meter la mano en el jarrón y sacar varias monedas de oro —Es importante que si te vas a dedicar a los negocios de tu padre vayas aprendiendo como entregamos los préstamos de oro— Mientras, gracias al mecanismo que activó la joven, se vaciaba la miel por debajo del jarrón en el mueble ¡Donde embonaba a la perfección! una vez que la joven abrió un pequeño grifo directo a un canal que Fernando no había visto, se drenó el total de la miel.
—¿Eres nuevo? te aseguro que jamás viste a tu padre hacer esto, de inicio cuando uno lo observa, si causa sorpresa, pero luego da una emoción que no puedes con ella.
¡Fernando se ponía nervioso!
—¿Sabías para qué es este drenaje? ¿No verdad? ¿Te has preguntado porque hay tanta agua por toda la casa? Seguro que pensabas que el agua era para mantenerla fresca, o para la higiene o lavado de patios y ropa — intrigada Andrea le iba narrando. Le contó que las familias llevan siglos haciendo préstamos con el único metal que jamás se ha devaluado ¡El oro! mientras tomaba una manguera de agua que había cerca del jarrón y la colocó en un pequeño pivote, que formaba parte también del propio jarrón, una especie de lavado dentro del jarrón.
—¡Ingenioso! — Pensó Fernando.
—Observa, las monedas no tienen cara o cruz —tomó una en sus frágiles manos y jugueteando con ella, la pasó entre sus dedos con atinada habilidad— mira solo el canto, porque si descubren a alguien con él, no sabrán de quien es el metal, no hay rostros o letras ¡No se sabrá de dónde viene! Puedes observar que se entregan en jarrones o vasijas de miel, para que las monedas al trasportarse no tintineen, por seguridad, se coloca cianuro en la miel, si alguien roba el oro, pensará que la vida les sonrió, pero al sentir la poción durará poco ¡Creerá que es por alguna maldición o mala fortuna que su salud se deteriore!
El joven Fernando quedó atónito, mientras guardaba un cuadernillo que su padre le había dado en donde al hojearlo ¡Venían las mismas instrucciones que ella le había dicho! pero que poco le prestó atención. Al terminar de drenar, se podía escuchar como las monedas se iban reacomodando, con un “tintín” que endulzaba el oído.
—¿Vas a querer contar todas las monedas de una por una?
—¡Seguro me dirás que no debo contarlas porque hay algo que las cuenta solas! — con cara de idiota se miraba el propio Fernando.
—Algo así, al recibir el préstamo y si faltaran algunas monedas, ¡Aunque fuera una sola! le cuesta la vida al deudor. La cofradía a la que pertenecen nuestras familias, ambas, no es de religiosos, posiciones o ideas revolucionarias, ilustradores o enciclopedistas ¡Manejamos el oro que se manejó por todo México y que se sacó de la Nueva España! a veces, de algunas partes de globo terráqueo conocido ¡Egipto me han dicho! Cuando estalla una guerra entramos nosotros ¡Si no hay invasiones perdemos nuestro negocio!
—¡Si lo sabía! No tan detalladamente, perdona, apenas estoy tomando mando de lo de mi padre, pero me lo imaginaba ¡Algo vi en París! Pero apenas me voy familiarizando, aprovechando tu visita ¿cómo voy a sacar las monedas?
—Dentro de las personas que trabajan contigo, hay uno que siempre tiene una llave en su pecho, es el quien cuenta el oro, tu sal del cuarto del cuarto y verás que de inmediato él entrará, ¡Lo hará solo! lo manejará con tal cuidado, verías lo bueno que son para contar, al terminar de hacerlo recibirás un mensaje en un papel por escrito de puño y letra: ¡La miel está completa! querrá decir que no falta nada, por el contrario, si te dijeran que ¡La miel se fermentó! Es porque faltan monedas y no está completo el pago.
Andrea va paso a paso.
—Si esto pasara, deberás ir al otro día y enfrentar a solas al deudor, tendrás que llevar esta daga— ¡Le mostró una daga hermosa y bien afilada que guardaba en su muñeca! — tendrás que abrirle la garganta ¡De un solo zarpazo! ¡No importa que falles! De todos modos, podrás volverlo a hacer, el simple roce de la daga es suficiente para lastimarlo, en la segunda atajada ¡Asestas el filo letal! — le finalizó la joven hermosa.
Fernando caminó hacia un cajón, sacó un objeto cubierto con tela de terciopelo negro y le mostró su daga ¡Igual de filosa! pero mejor elaborada, un mango de obsidiana brillante y sus iniciales al puño de oro, una hoja afilada que podía fácilmente cortar su barba con ella.
—No la dejes en el cajón ¡Debes llevarla contigo siempre! — fue la última indicación.
La chica partió — con la tristeza del joven Fernando ante su nueva institutriz de estos menesteres— firmó el acuse de entrega y se retiró, igual que como llegó.
Intrigado Fernando, salió del despacho y esperó unos minutos, entró un fornido sirviente de nombre Germán, un empleado de confianza de su Madre, educado —tenía colgada la llave— en realidad nunca se había fijado el joven de aquel signo, pensaba era un colguije o algo importante para él.
—¡Con su permiso joven Fernando! — haciendo una genuflexión.
Fernando esperó el momento —¿Cuánto tardará? — ya llevaba unos cuatro cigarrillos, cuando salió Germán, el joven se incorporó con un salto de su ajustado sillón.
Germán le dio un papel firmado de puño y letra, con el nombre de la familia que adeudaba, la fecha de aquel día y la frase con letra de mayor tamaño:
¡La miel se fermentó!
Continuará…