Capítulo I
Comienza el Sitio
6 de marzo de 1867, ciudad de Querétaro.
El estruendo fue pavoroso ¡Despertó a toda la ciudad! los republicanos lanzaron los primeros cañonazos a la ciudad, dando en el blanco en el Templo de la Cruz, el conjunto de San Francisco y en casas de algunos civiles, destrozando parte de sus murallas. La Primera Brigada de caballería comandada por el General José Tomás de la Luz Mejía Camacho, estaba lista para el encuentro con los republicanos, quienes, por la garita, trataron de ingresar a la ciudad, el cruce de rifleros ¡Que tenían un tino increíble! Causaba bajas por los dos lados. Los ejércitos comandados por el General Mariano Antonio Guadalupe Escobedo de la Peña habían distribuido dieciocho cañones napoleónicos recién traídos de Norteamérica, todos los soldados republicanos portaban un rifle de doble carga, Benjamín Tyler Henry & New Havens Arms Company americano, de 1860.
¡La ciudad se cimbró por completo! en toda su historia de este fresco valle, no había sido escuchado estruendo similar alguno, sólo la naturaleza daba algunos dejos de tan ensordecedor impacto en las lluvias fuertes de mayo.
Pero a esta fuerza ¡Jamás!
Los gritos de los imperialistas parecían una ola de alaridos de entusiasmo y fortaleza ¡Viva el Emperador!… gritaban de un lado
—¡Viva México y el General Mariano Escobedo! — los que enfrentan.
¡No es un bautizo de fuego! experimentados combatientes daban su vida por México, y los menos, por un ideal: una figura europea y estudiada estirpe ¡El choque de dos grandes ideales hace que la sangre no duela! que las heridas no se sientan y que los estruendos no ensordezcan ¡Los pájaros se levantaban en parvadas enormes! a la vez, la onda de los cañonazos rompía algunos cristales de las casas altas, se sentía la onda de choque ¡Los cervatillos del cerro del Cimatario salieron despavoridos!
Cuando el General Escobedo se acercó a los lugares donde habían salido los primeros cañonazos —una vez pararon las hostilidades del día— aquellos dirigidos como primer aviso a los habitantes del valle, se quedó atónito: el soldado que disparó el cañón estaba desmembrado, sin cabeza, brazos, sin una parte de su torso, el infortunado se cruzó y no había medido el tiempo de cuando se prendió la mecha, el cañón se compone de un cuerpo —que tiene una recámara, que es donde se coloca la pólvora y la bala de cañón— luego un soporte, que se le conoce como gualdera, así como los muñones, que es donde se soporta el cuerpo del cañón, en la madera. Ironías de la vida, el cañón se llama Napoleón, ya tuvo su primera víctima ¡Un joven republicano! —triste pensó el general Escobedo— él continuó en su monta para revisar la primera estocada al sitio.
Los cañones del ejército republicano eran los llamados “Napoleones” traídos de los norteamericanos que, al finalizar la guerra de secesión, dieron pronta ayuda a Juárez para poder sacar a los europeos del camino de la segunda invasión; en similares los cañones de Maximiliano, ¡También napoleónicos! pero sus bautizos habrán sido seguramente ¡El propio Waterloo! fuertes y cañones con coroneles diestros en su uso ¡Matemáticos exactos de la guerra! su tino era impecable.
Dos ejércitos comenzaron una de las más cruentas batallas ¡Hombre a hombre! paso a paso hasta buscar salir victoriosos, tan solo un lado sería el que coronaría sus cienes con olivos. Los cañonazos siguieron arremetiendo a la ciudad ¡Tronaron una parte de las casas altas del barrio de San francisquito! —el antiguo barrio de negros, ahí donde las brujas hacen sus hechizos y brebajes— donde viven los trabajadores de los obrajes y harineras, a lo lejos, se escuchaba el rugido de los soldados que tratan de ingresar a la ciudad ¡Por el templo de la Cruz! tras cruenta batalla y sangre derramada entre las dos fuerzas ¡No lograron ingresar a la ciudad!
A la misma vez los cerros de San Gregorio y San Pablo eran arremetidos con furia por combatientes elegantemente formados, cañonazos ingresaron por el lado de San Sebastián a la ciudad ¡Un caos! Las personas que se encontraba fuera de sus casas —las más— ¡Fueron sorprendidas por el ataque! todos corrieron a refugiarse, unos entraban a las casas que no eras las suyas, otros más corrían por la ciudad sin rumbo, se temía que en este primer ataque entrara el ejército republicano y arrasara con las mujeres y niños, muchos fueron alcanzados por los cañonazos ¡Las pérdidas civiles fueron lamentables! debido a que los cañonazos siempre saben de donde salen, pero la mayoría de las veces, no se conoce el destinatario.
Por el rumbo de la Cruz ¡Una familia completa perdió todo! el cañonazo traspasó el convento y fue a caer justo en el centro de la casa de los Martínez, familia de harineros, el padre llevaba ya varios días de no ir a la harinera de San Antonio, debido a que se encontraba un poco enfermo de su gota, uno de sus hijos le suplió —debido a que las jornadas no podían dejarse de hacer a pesar de los tiempos— le consintiera tomar su lugar para traer unas cuantas monedas. Hace ya días que al Molino no tenía agua, pero las bestias que se utilizaban para hacerlo caminar estaban en excelente condición, así el hijo de Don Fermín Martínez logró que no pasara desapercibida la ausencia de su padre, justo a la familia le tocó el fuego civil, todos murieron, hasta las mascotas y la vaca.
Mientras los caballos iban y venían a toda velocidad por todo el cerco externo de la ciudad —de inmediato lograron hacer un gran círculo alrededor de toda la superficie de la ciudad empotrada en el valle— ¡Se escuchan tronar los caballos! las carrozas avanzaban para tratar de hacer un gran campamento ¡De pronto! no se hicieron esperar los cañonazos de defensa de la ciudad ¡Nuevos estruendos no vistos por aquí rompían los cristales de las casas cercanas! a la voz de ¡Viva Maximiliano de Habsburgo! tronaron los primeros rugidos de metal ¡A lo lejos se escucha el golpe de la onda de choque! luego un estadillo como de trueno, un silbido y la caída, se oían crujir quienes recibían tal golpe, un silencio, un catalejo para mirar y gritaban:
—¡En el blanco! — se escuchaban los aplausos, vítores y los gritos de los ya sitiados ¡no sin esperar la pronta respuesta! A lo lejos el trueno del cañón, el silbido y el crujir ahora de este lado ¡Brazos, piernas cuerpos salían disparados en todas direcciones!
—¡Bolas de cañón! — gritaban los soldados que lograban resguardarse del infierno, la batería comunicaba ¡Todos corren! —pero sabían qué hacer—. El bombardeo continuó por toda la mañana, tarde y parte de la noche, la ciudad temblaba con cada cañonazo —se podía oler la pólvora quemada como cuando las fiestas del barrio, pero de mayor profundo— un zumbido constante en las mentes de todos quienes estaban en la ciudad, por la sordera de tanto bullicio. Los combates en la cruz fueron ganados por los imperialistas que resguardaban la ciudad, en el cerro de San Gregorio y San Pablo, ganaron algunos metros los republicanos, pero a costa de baja importantes, los dos ejércitos se hicieron daño considerable, no se sabe si por el entusiasmo de la primera batalla o por el simple hecho de dar ya por terminada este encuentro ¡Fue desgarrador! los imperialistas recogían a sus muertos y heridos, con un tono de respeto y valentía, contaban los brazos, las piernas y las manos que se encontraban en el camino, un espeluznante ejercicio se llevó a cabo en los patios del Convento de la Cruz, cientos de piernas, brazos y manos eran colocadas de tal manera, que trataban de saber cuál era el par, de cada cual, en un siniestro rompecabezas.
¡Lo que impacto al general Tomás Mejía fue que ninguno coincide!
—¡Que puta la madre! ¿Cuántos hay? — instruía fuertemente — los torsos cabrones ¿En dónde están? — ordenaba más iracundo, sin bajar de su caballo.
—¡No los encontramos General! — respondía la tropa que afanosamente llevan gran tiempo por la noche escogiendo, levantando tierra, atrayendo los restos ¡Respetuosos de sus amigos!
—¡Atajo de idiotas! — molesto afirmó el general, descendió de su monta y contó los brazos y piernas ¡No coinciden!
Casa de Campaña del General Mariano Escobedo, noche del 6 de marzo de 1867, Primer día del Sitio.
Cuando Abraham Lincoln ganó las elecciones en Estados Unidos — en contra de su oponente George Brinton McClellan— todo el país vecino colapsó, el norte estaba industrializado, en cambio el sur, se encontraba en términos propios rezagado. Al terminar la guerra, combatientes sin trabajo por todo Estados Unidos se les hizo fácil bajar a México con un simple propósito ¡Continuar ganando dinero como combatientes!
¡Se pueden contar miles de combatientes ex confederados que desean continuar con la guerra! mercenarios acostumbrados a la masacre y a lo sangriento de las batallas, se quedaron sin trabajo ¡Acostumbrados a no estar sin sus quehaceres! les comanda un tal Moonwalker coronel confederado, habla de miles de combatientes que desean unirse al ejército republicano, desean más sangre.
Su excelentísima el Sr. Matías Romero, embajador de México en Washington, en una carta apostillada como “Alta Secrecía” ha dado la orden desde Estados Unidos de que se recibieran a estos guerrilleros. Sin olvidar a todo el ejército azul que está en la frontera del Río Bravo, preparado por si los franceses desean ingresar a territorio enemigo.
Le leía la carta el capitán de brigada a su general Mariano Antonio Guadalupe Escobedo de la Peña, mientras recibía el parte de los caídos en la primera batalla.
—¡Es la información que esperábamos! — tomó su tabaco lo masticó para abrirle un orifico y poder catarle, le dio la última bocanada. Marchó rápidamente a releer la carta ¡En efecto! la orden es clara.
—¡Debemos decidir rápidamente! Recibiremos a los norteamericanos como parte de nuestros batallones, si el presidente Benito Juárez se tarda en responder, corremos el riesgo que Europa y los franceses podrían enviar refuerzos ¡Se de buena fuente que Maximiliano está tratando de traer más tropas de Europa para poder defender su idea de un México conservador! — rezaba el general— casi inauditos sus capitanes guardan silencio, que solo era calmado por los disparos del batallón de fusileros.
El General Escobedo dio un sorbo a su café, traído de Veracruz ¡Fuerte y aromático! tan profundo sabor que mareaba en el primer sorbo llegaba a marear, como un buen vino, el tintineo de la cuchara en la taza les daba a saber el nerviosismo del general.
Con el tono de voz golpeado — acostumbrados sus hombres a ello— indicó le trajeran papel y pluma.
—¡Debo responder pronto! — moviendo la mano para que apresuraran el darle la pluma — norteamericanos del lado de los republicanos ¡Eso suena a que mis ejércitos no podrían hacerlo solos!
—¡Nos pueden hacer ganar!, es solo soporte —mencionó uno de sus generales.
—¡Pero nos pueden cobrar otro territorio más! y no lo permitiremos — argumentó Escobedo.
Firmó la respuesta, la cerró y se la dio a la postal —¡Hazlo rápido cabrón y dile al traductor que venga de inmediato! — ordenó.
El postal chocó los talones de las botas, dio la señal y se retiró.
—Los norteamericanos son famosos por sacar ventaja de todo, desde el apoyo al presidente Juárez, de la marina norteamericana en Veracruz, hasta quedarse con más de la mitad del territorio mexicano ¡Unos verdaderos hijos de su puta madre! ¡Miedo da pedirles un pinche favor! el año pasado el pinche gringo de Seward fue a visitar al mismísimo Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, para jalarlo a sus tropas, debido a que Maximiliano no le había dado el ducado de Veracruz al joven y famoso general, lo cual sonaba bastante estúpido ¡Santana es temido por infinidad de militares por toda la región! — Platicaba sanamente el general, mientras departía un coñac.
Entrando en una embriaguez, continuó narrando el episodio.
—¡Se lo hicieron pendejo con cincuenta millones de dólares falsos! — rio a carcajadas el general, en algo que ya era un soliloquio — ¡Ah diablo de cabrón! siempre ha creído el General Santana de que los gringos le quieren ayudar —.
¡No dejaba de reír!
Quienes le escuchaban eran cautos, reírse con el general Escobedo ¡Era un desafío! cambiante de humor sin avisar ¡Se sospechaba inclusive tuviera algún desatino mental o algo parecido! Si soltabas la carcajada y no le gustaba el tono, se molestaba ¡Te dejaba de hablar! si por el contrario no te reías, de misma forma salías regañado ¡No había quien le entendiera sus humores!
Siguió el general dando improperios a diestra y siniestra, cuando le avisaron de la llegada de los fusiles y armamento parque de pólvora y cañones de los norteamericanos que se esperaban.
—¡A revisar todo cabrones! Esto apenas ha comenzado…
Continuará…