Capítulo VII
Última Oportunidad
El Marqués de Salamanca esposo de María Lorenda Duque de las Casas ha dejado todo en manos de su hombre de mayores confianzas, esta vez no dejará que la joven vaya sola y se enfrente a sus adversarios ¡Le ha costado casi la salud! Bella desde el más recóndito de sus elíxires, pero mermada en su corazón ¡Un mal de pérdida la ha dejado en la total especulación! Encuentran lo robado o seguramente perderá la vida de tristeza y resentimientos propios de haberse dejado mancillar siete de las octavas partes que conforman su valiosa fortuna – le carcome la culpa – el saltimbanqui que robó la moneda a uno de sus observantes en el espectáculo que presentaron en la ciudad de San Miguel Arcángel – cerca de donde María Lorenda había recuperado un baúl en los primeros días posteriores al asalto de los pasadizos debajo de la ciudad de verdes frescores- así que no faltó el tiempo para preparar todo.
Sería imposible pensar que los más de treinta hombres leales a los marqueses de Salamanca parecieran desapercibidos al caminar juntos hacia la ciudad enclavada dentro de las grandes montañas de áridos arbustos ¡Darían el aviso a los vigías! El malabarista había dejado clara la posición – después de haber perdido una oreja- se encontraba dentro de la gran casona de los Señores Iturbe, una portentosa guarida de ladrones que se aparentaba un cuartel del ejército del Norte, pero que a bien se rumoraba por la ciudad de que borrachines saliendo de los expendios de pulque hacían presuntuosas muecas de contar con oro en monedas -si fuera en pepitas se les retira, pero si es en moneda está permitido por el gramo de peso del valioso metal – ¡El nuevo acaudalado no deja de darse a notar! Influyendo en errores ¡Se les nota la necesidad de ocupar en algo lo que les sobra!
El Capitán de primera clase del Ejército del Norte José Azafrán de Villa Rica es el encargado del cuidado del casón de los Señores Iturbe, le flanquean una cuadrilla por cada una de las esquinas, en el patio interior de fuertes arcadas y pilastros anchos se mira un vigía por arco ¡Imposible pensar que ahí solo hay efectivos! Las mismas criadas de labor han dado el santo y seña de todos los elementos que se cuentan ¡El número de cuartos cerrados y celados con rigor! Hacia el interior de cada uno de ellos les llevan comida a seis soldados que cuidan el ingreso a pequeñas puertas que seguro introducen a un subnivel, las mujeres hablan de ocho ranchos por cuarto ¡Seguro hay dos hombres más por debajo! Cuidan igual de día como de noche y el cambio de guardias es intermitente, primero un cuarto y seis tantos de tiempo más el siguiente, a ese ritmo les lleva media mañana terminar con el relevo, se vuelve a repetir apenas el sereno da la primera voz ¡Así cada día sin parar!
¡Un portón de fuertes remates con polines evitan a toda costa que se abran de par en par! Dan como entrada solo la pequeña puerta, el santo y seña se cambia por cada guardia, el ama de casa, las criadas y a las lavanderas se les deja pasar.
-¡Hacernos pasar por una de ellas me daría la oportunidad de saber las condiciones y el número de efectivos que hay! -reclinaba María Lorenda mientras planeaban el asalto a la casona, llevan ya varias semanas en la ciudad de finos aromas y callejuelas a desnivel, se hospedan en una de las muchas casas que se han abandonado por la guerra, cierto es que ha pasado mucho tiempo de ella, pero las condiciones de volver a empezar, al menos en esta ciudad, no tienen tiempo de volver a reanudarse. Por otra parte, el Marqués se ha despojado de sus atavíos de orden y se ha hecho pasara por mendigo pidiendo monedas a los pocos acaudalados de la ciudad ¡Quienes aún añoran a los franceses! Muchos extranjeros se quedaron a vivir en esta ciudad, pero al ser buscados por el Ejército del Norte y quedarse a resguardo como “estratégica posición” optaron por hacerse más hacia el lado de la antigua Nueva Galicia, aquellos lugares donde se dan los magueyes de color azul pálido.
Así que María Lorenda necesitaba ingresar a la casa ¡Lo haría con o sin tiempo! Su ceguera emocional no le da la pertinencia de sus acciones ¡Ahí entra el Marqués de Salamanca! La calma le hace entrar en paciencia y mejoran la intervención. Ocurre a bien que el nuevo “limosnero” se acercó de más a la casa de los señores Iturbe y recibió un fuetazo en las corvas ¡Dando saltos maldecía e injuriaba a los soldados! Quienes reían y se mofaban del desventurado. Así se hicieron por varios días, ambos emulaban y observaban intermitentes dándose manera de ver por alguna vez la puerta abierta ¡No lo lograron!
Los hombres leales a los marqueses ya están en la ciudad ¡Unos se hacen pasar por comerciantes de zacate! Otros por soldados heridos y tuertos caminan por toda la ciudad tratando de confiarse al paisaje, también llegaron a trabajar a los pequeños y limitados expendios de pan, comida y pulquerías ¡Una plaga luce a la ciudad! El agua se contamina, comienzan los vómitos, malestares, así que raudo uno de los hombres de María Lorenda se hace pasar por curandero y huesero llegando en carreta ¡Aliviando con elíxires los males! La gente incauta todo lo cree y ante el mal no solo aumenta el fervor sino la poca fe de sanación, al no ver resultados inmediatos, el novedoso curandero de carreta cerrada y caballos de buena monta se asienta en el patio frontal del arcado que da presencia a la gótica parroquia de aquellos lares, la paga es alta para recuperar la salud.
¿Cómo hacer para que los soldados se acerquen al curandero si todos gozan de vital salud? Se ideó ¡Un estruendo sonoro voló en mil pedazos el portón de la casona de los Señores Iturbide! Un limosnero había colocado justo en el cambio de guardia un costal y con una escondida mecha hizo pedazos a los seis hombres de guardia ¡Otros más heridos de muerte! Pero no se deshizo la formación ¡Arremetía María Lorenda en enojos por que solo se dejaron los cuerpos en la calle y a los heridos los metieron a la gran casa! El Marqués de Salamanca ataviado de limosnero entró al carro del curandero haciéndose pasar por herido – ¡Piedad buen hombre! Piedad -resonaba para meterse por delante de los demás, se había robado un brazo de los cercenados por la explosión y se lo mostraba a los de la fila ¡Quienes de inmediato le daban el paso! – ¡Mirad! Mis señores estoy a muerte -insistía. Al ingresar de inmediato dio la información al leal hombre.
-¡Volamos el portón! Pero ningún hombre dejó el puesto ¡Es un boquete grande! tardarán semanas en repáralo ¡Es ahora o nunca! Debemos avisarle a María Lorenda – insistía.
-No creo conveniente arriesgarnos mi señor ¡Ellos son más hombres que nosotros! En la primera arremetida nos liquidarán ¡Debemos seguir observando y ver que punto de flanqueo quedó a descubierto! Imposible que solo los muertos sean los que quedaron en la calle.
-¿Qué diestra es María Lorenda para las armas y penetrar cuerpo a cuerpo?
-Se sorprendería mi señor de saberlo ¡No tiene miedo a nada! Es uno de nosotros, le aseguro que por mucho ¡Nos ganaría a usted y a mi en pelea!
-Ideo penetrar con otros dos estallidos por la parte detrás de la casa ¡Lo haré en dos días! Avisa a los hombres que se preparen.
-Solo una pregunta mi señor ¿Cómo sabemos que el oro está ahí? No tenemos certeza alguna.
-¿Tienes miedo?
-No mi señor, sabe que iría hasta el fin del infierno por mi señora María Lorenda y mis hombres también, si ustedes están seguros de que ahí está ¿Quién soy yo para frenar el asalto? Lo haremos como lo pensó mi señor.
-Lo tengo visualizado, nos vemos en la salida al campo de los llanos una vez termines y recuerda ¡Obtén información valiosa! No tardarán mucho en traerte a los heridos por el estallido.
¡Un golpe fuerte azotó la carreta!
-¡He curandero! ¿Estás ahí? Traemos heridos agonizantes-se retiró el Marqués haciéndose de curvas y cojeos ¡El plan estaba fraguado!
-Voy señores, atiendo a uno más y me acerco.
-¡Es ahora mi señor! -fueron ha por él y lo acompañaron para que ingresara a la casona de los señores Iturbe ¡En efecto el boquete había herido a una docena de soldados! Cercenados de piernas y brazos se arrastran a gritos ¡Ya para ese entonces la gente tenía la calle llena de misteriosos observadores ¡El capitán José Azafrán de Villa Rica está nervioso! Camina como loco haciéndole a la gente que se retire.
-¡Andar imbéciles no tienen nada que mirar! Seguid su camino ¡Atajo de mirones largaos! – pateó a varios y jaloneaba de la ropa al que tenía cercano – ¡Ustedes tropa a la guardia extrema! Nadie abandone sus puestos -llegaron con el curandero y lo esculcaron, le encontraron una daga fina – ¿Esto para que lo utilizas?
-Son mis instrumentos de cura señor.
-¡No traes vendajes ni tablillas! ¿Cómo nos vas a ayudar?
-No se preocupe señor solo lléveme con los maltrechos.
Lo introdujeron al gran caserío ¡De verdad era extenso! Paredes finamente caleadas ahora llenas de la metralla de la explosión ¡Una de las puertas de un cuarto también por la explosión se voló en pedazos! Los soldados que le cuidaban son los heridos de gravedad ¡Uno de ellos se sostiene las tripas! Dos más están muertos y los del interior ¡Uno sin rostro yace sentado! Se observa en las cuencas de los ojos fuera de su lugar ¡La tapa del desnivel también se levantó!
-¿Qué guardan ahí? – preguntó inocente el curandero.
-¡Haz lo tuyo y calla la boca! Podrías morir si tan solo te lo decimos.
Se acercó al que no tenía rostro quien llora de dolor y desesperado ¡No se ha mirado su condición! Pero al no sentir la piel sabe del horror en el que ha quedado.
-¿De verdad duele tanto cómo se ve? – le preguntó al soldado, quien no le respondía solo sollozaba y gemía – mira te voy a ayudar, si tomas esto desaparecerá el dolor y podrás sentirte tranquilo ¡Después de un rato te dará un profundo sueño! -casi en secreto le comentaba- y estarás en completa tranquilidad.
-¡Hágalo! – le gritaba – ¡Tenga piedad!
-Sí lo haré, pero debes darme algo a cambio -todavía con la voz más baja le comentaba – ¿Sabes lo que hay debajo de ese nivel? -el herido quedó callado, con la cabeza le respondió que sí -Mira, deseo solo corroborar y te aseguro que por arte de magia ¡El dolor desaparecerá! -el herido comenzó a temblar, como si una ráfaga de viento helado se presentara y entraba en falta de razón – ¡Regresa! -Le dio un fuerte apretón de brazo – ¡Anda dime! ¿Qué hay debajo?
– ¡Miles de monedas de oro! Se cuentan por tantas en cada arco que observa – comenzó a convulsionar y de inmediato el curandero le dio la dosis que sacó de una pequeña botella color ámbar, paró las convulsiones y el herido quedó profundamente dormido.
Se acercó el capitán.
-¿Qué le diste a mi hombre?
-Un relajante natural mi señor, simples hierbas.
-¿No lo habrás envenenado?
– Es solo una dosis pequeña, lo haré con cada hombre para que no sufran ¡Muchos de ellos necesitan curaciones en mi carreta! ¿Podrá llevarlos allá?
-Imposible ¡No puedo dejar la guardia!
– De otro modo morirán mi señor ¡Escoja usted!
El capitán miró la realidad ¡Hombres hechos añicos! Heridos y cercenados ¡No habrá forma de que nuevos relevos lleguen hasta dentro de seis días! El riesgo aumenta y sabe que si falla le costará la vida misma.
-No puedo dejar que se los lleve ¡Es inminente que los atienda a todos aquí! Vaya por su carreta y lo escoltaremos ¡Pasará todo el tiempo necesario aquí hasta que ellos se recuperen o mueran!
Continuará…