Capitulo III
Abandono Total
Una vez terminado el Sitio de la ciudad de Querétaro y al haberse entregado el propio príncipe europeo que por alto sostuvo su ideal, hasta lo que seguro será un fatal final – ese es el precio de imponer un imperio – Don Fernando Duque de las Casas recorre los estragos y ruinas de la ciudad que recién amanece a su realidad, conjuntos religiosos fueron devastados ¡Casi destruídos en su totalidad! Perdiendo los franciscanos más de dos terceras partes, la capilla de los tres cordones destrozada, la capilla de nuestra Señora de Loreto devastada y así la tercer capilla en verdaderos escombros; los alrededores del apartado conjunto religioso de Santa Rosa de Viterbo -ahora convertido en improvisado hospital- ve derruidos sus campos de cultivo y sus torres de vigilancia, los fuertes contrapartes y muros de sostén observan los estragos de la metralla, su pared anterior está con los aún convulsos resquicios de la sangre, ya que fue utilizada como paredón.
¡La desolación es de verdad propia del verso de más sollozo jamás declamado!
¡No hay ni un alma! Al abrirse el sitio todo huyeron a refugiarse a algunas haciendas como la del Rocío o de San Miguel Chichimequillas, otros más se fueron con parte del ejército del Norte para simplemente mendigar un mendrugo o un pequeño salario al sostener los amarres del camino de regreso a la gran ciudad, la pequeña población de verdes frescores y violáceos atardeceres ahora vive en un sepia triste en un polvoriento lugar lleno de calamidad y enfermedad.
Don Fernando no deja de observar el deterioro, sus pensamientos aún lograr imponer aquel frescor de la lluvia de mayo -misma que no arrecia desde el propio sitio, pareciera que el altísimo no voltea los ojos a estos lares- o será un reclamo alto hacia lo hecho a las órdenes religiosas previos años antes de vivir este asolador desastre, por la mente del acaudalado prestamista de valioso metal pasan aquellos tiempos en donde el gobierno de la república echó a la calle a religiosas y hermanos consagrados ¡Literalmente los corrieron de sus propios sitios de habitación y oración! Con la aplicación de la ley ocho años antes el presidente Benito Juárez expulsó y se apropió de cada rincón religioso del país y aquí no se miraba excepción alguna.
Aún Don Fernando lleva esa deuda en su memoria, cuando observaba a las religiosas de la congregación de hermanas clarisas en la calle pidiendo limosna, en simples andrajos, mal olientes y con la mano alzada para la caridad del paseante ¡Esta visión se repetía por toda la comarca! Las hermanas capuchinas fueron despojadas de sus hábitos, abusadas de su físico y de su mente o contratándolas como sirvientas de casa por sus habilidades en la comida y el menester de mujer. Cientos de religiosas cayeron en la mendicidad, concupiscencia, abuso y deshonor. A los varones no les fue fácil de momento, pero se las arreglaron por tratar de llevar una vida sencilla pero acomodada, al ser quienes realizaban los menesteres de mantenimiento de las órdenes religiosas supieron adaptarse mejor a las inclemencias de la labor ¡No así las mujeres! Sin dote, habilidad de trabajo que no fuera de letras y comida su expectativa se redujo a que a quien mejor le fuere de ama de llaves y a la peor de mendiga.
Al ir en su caballo recorriendo los estragos Don Fernando descubre a dos mendigas que tratan de hacerse de un pesado costal ¡En esfuerzo se observa que no habrá modo de hacerse del mismo! Consideró arroparles en el menester.
– A buen recaudo mujeres observo no poder hacerse de tan pesada labor ¡Permitidme el auxilio buenas mujeres!
Bajó del caballo con dificultad, pues aún no recuperaba por completo su tobillo y al hacerse del costal observo lo pesado del mismo ¡Causando inclusive malestar el simple hecho de tratar de levantarlo!
-¿Pero que llevad aquí? – hizo a bien abrirlo ante la mirada de las mujeres preocupadas y santigüándose en todo momneto ¡La sorpresa fue mayor! Copones, custodias, albos y jarras de oro macizo ¡Monedas y rosarios de piedras preciosas destellaban al fondo de harapienta bolsa! El peso era el lastre de todo un tesoro.
-¡De dónde habeís tomado esto mis señoras?
Las mujeres señalaron la antigua entrada a la muralla que rodea el conjunto religioso franciscano ¡Un enorme boquete de unas dos varas por ancho y alto daba aceso a una cámara en donde a simple vista y sin recato brillan accesorios de oro! De inmediato Don Fernando hizo a bien acercarse como le daban sus fuerzas. Les devolvió el costal que de inmediato subió al caballo.
– Usad el animal buenas señoras para llevar su tesoro ¡No seré yo quien les interrumpa de tal fortuna! Andad y una vez lleguen a su destino solo denle al animal una buena palmada en los cuartos traseros y él solo me llegará ¡Apuraos!
Tomó su bastón y caminó con sigilo ¡Pareciera una trampa! No hay quien corra ah por el tesoro, ni la poca gente que camina buscando mendrugos se ha dado cuenta de tal fortuna, continuó dando sus pasos, pero pareciera que entre más se afanaba por estar ¡Se alejaba la entrada por cada paso que daba! Angustiado tomó mayor fuerza y logró hacerse de la entrada al hueco ¡Sus ojos tuvo que entrecerrarlos para lograr observar bien! Un hombre de finas vestiduras extendía la mano ¡Como invitándolo! Don Fernando tomó apoyo y los dos bajaron a unas escaleras bien colocadas, con su otra mano el personaje de finos ropajes le hacia que pasara él primero, una vez dentro le mostraba las exhuberancias y orfebres con los que fabulosas piezas de oro estaban perfectamente confeccionadas. En sigilosa voz ¡Casi un susurro le dijo!
-¿Cuánto tiempo llevas guardando tus tesoros?
-¡Disculpadme! No le escuché bien ¿Cuánto tiempo tengo acumulando el oro? ¿Esa es su pregunta?
-¿Cuánto tiempo llevas guardando tus tesoros? – insistió el hombre.
-¿Mis tesoros? Se refiere a mi esposa e hijas ¿A qué tesoro se refiere? – la plática se volvía extraña ante la voz baja que escuchaba, Don Fernando no ataba y trataba de comprender – ¿Quién es usted mi señor de finas ropas? ¿Un viajero? ¿Cómo supo de estos escondrijos? – El hombre le enseñó una entrada hacia lo que parecía un calabozo, una especie de mazmorra, en donde observó a su esposa Doña Andrea desnuda y atada de manos y pies, observada por varias personas, mientras era tocada y manoseada por todo su cuerpo ¡Pareciera ella lo disfrutaba! Don Fernando hizo todo por acercarse ¡Pero el personaje no le dejó! y con voz casi de una oración personal le dijo:
-¿Cuánto tiempo llevas guardando tus tesoros?
-¡Aún no le comprendo! – extrañado contestaba.
-¡Fernando! Amor… ¡Despertad!… – una voz comenzó a escuchar Don Fernando – ¡Está despertando!… – una voz parecida a la de Doña Andrea le daba indicaciones de despertar.
-¡Haz vuelto! Mi amor estábamos preocupados por tu bienestar ¡Niñas papá ha vuelto! – sus hijas corrieron a los pies de la cama y se acercaron una por una para lograr verlo ¡Le abrazaban y lo besaban! La efuoria era total. Don Fernando comprendió que todo era un mal sueño ¡Una horrible pesadilla! Aún en insomnio y entre sueños pidió su ropa.
-¡Vamos apuradme! Niñas salgan ¡Tengo mucho que hacer! Dejadme cambiar en paz.
Doña Andrea fue determinante.
-¡No saldrás! Apenas dos buenas mujeres te trajeron herido y sin comer por días, desmayado y aporreado por completo se afanaron en cuidarte, cuando vieron que ya tenías suficientes fuerzas te regresaron en un caballo que no sabemos de donde lo habrán sacado, apenas humildes religiosas pobres de las que fueron echadas a la calle, en sus propias mendicidades hicieron a bien cuidarte, cuando una de ellas observó tu medalla de linaje corrió pronto a traerte, les hemos regaldo algunas cosas que encontramos, algunos copones de oro, custodias, jarras y mis rosarios para que de por si cambien su vida de un tajo ¡No saldrás Fernando! No esta vez lo harás.
Don Fernando comprendió muchas cosas.
-¿Mis hombres en donde están? – apenas comprendía lo que había pasado, una vez el general Mariano Escobedo fue amarrado a la silla en casa de los Duque de las Casas fue interrogado, un escuadrón que siempre seguía al general hizo de aparación y acribilló a todos, Don Fernando fue duramente golpeado en la cabeza con la culata de un rifle ¡Dejándolo inconsciente! Aún entre sueños recordaba las palabras del general Escobedo:
-¡No le mateís! Es el único con vida que sabe cómo llegar a los pasadizos por debajo de la ciudad ¡Si le perdemos nos quedaremos sin manera de accesar!
Doña Andrea le fue explicando todo.
-Fui secuestrada, me tuvieron en la hacienda de las carretas, insistían que tú habías muerto y deseaban saber cuánta cantidad habíamos prestado al ejército imperial y cuánta a los republicanos ¡Nunca lo supieron! Eran norteamericanos, logré observar insignias de confederados que alegaban en inglés su participación en el sitio ¡Escapé! Cuando llegué a la casa mis hijas se habían metido a los pasadizos porque los hombres de Escobedo registraban cualquier manera de ingresar a los túneles ¡No lo consiguieron! Luego fueron a los conjuntos religiosos abandonados y comenzaron a cañonearles, buscaban entradas al sistema por debajo de la ciudad ¡No las encontraron! Pero dejaron estragos en el sitema ¡Con cada cañonazo se derrumbaban parte de los pasadizos! Dejaron lastimado el sistema de tal forma que si deseamos entrar por aquí en las casa es posible, pero las salidas hacia el cerro de las rocas de campana y la salida a carrizales están colapsadas ¡Ya fueron a ver y no hay forma de repararlas! Tendríamos que hacerlas de nuevo.
-¿El oro sigue aquí?
-¡No! Lo robaron en su totalidad ¡Aún no sabemos como! Pero se llevaron en totalildad.
¡Don Fernando no lo podía creer! – ¿Todo fue saqueado? – preguntaba mientras trataba de comprender lo que sucedió, tomándose su cabeza con las manos trataba de atar – en un colapso nervioso -¿En dónde está Roberto y sus hombres? -.
-¡Todos muertos! Por el rumbo de la vuelta del río encontraron sus cuerpos.
-¿Los milicianos?
-¡Tuvieron la misma fortuna! Pero tenemos algunas noticias que nos pueden alentar en esta situación – mencionaba Doña Andrea con un poco de nerviosismo, tratando de no perder la cabeza – Nuestros vigías de los caminos por donde obligadamente las carretas con el oro deben pasar me dicen que nadie ha salido en caravana de tal tamaño, sería imposible no mirarla.
Don Fernando recobró la astucia que le caracteriza.
-¡Quiere decir que el oro está en la ciudad! Escondido, al dejar el sitio abierto y toda la gente huyendo sería un buen supuesto que en caravana hacia la gran ciudad pudieran esconderse el cargamento.
Doña Andrea le dio el té que preparaba.
-Tengo otra visión – dijo la mujer- ¿Hace cuento tiempo están abandonados los conjuntos religiosos en la ciudad?
-No más de ocho años – contestó Don Fernando.
-¿Y si Escobedo tuviera escondido el oro en uno de los conjuntos religiosos? Es astuto y no sabe perder, una cantidad de este tamaño requiere de más de veinte carretas bien llenas y con una escolta marcada ¡Todo un ejército al cuidado del metal! Pero ¿En cuál conjunto religioso? ¡Son decenas!
Don Fernando recordó su sueño.
-¡Sé en dónde se encuentran el oro! Es una visión ¡No sé como explicarte! Andad, juntad a los hombres que nos queden, armarlos y dejarles claro que vamos a un rescate en donde va de juego nuestras propias vidas ¡Andad! – Don Fernando tomó a bien dejar clara la estrategia.
Al bajar los escalones de su casona observó una imagen de una persona finamente vestida ¡Era quien le había indicado el boquete en la muralla de los franciscanos en su sueño! Un óleo nuevo de reciente adquisición, al preguntarle a su esposa Doña Andrea quién era el personaje, ella sin anteción le mencionó.
-¡Es mi padre! Recién llegó de parte de mi familia de la ciudad de los Ángeles de los volcanes ¡Estoy buscando en dónde colgarlo! ¿No te molesta verdad?
Continuará…