Capitulo III
El Secuestro de Doña Andrea
El reflejo de la mañana ilumina todo el armatoste de cuarto, un ligero vapor sale de entre los ladrillos que aún respiran el fétido olor a sangre de aquel lúgubre calabozo, las ratas hacen siluetas de la luz que entra por los pequeños ventanales haciendo fantasmagóricos movimientos en la pared de reflejo, es a razón del lugar helado que desde los vapores que supura de la piel de Doña Andrea que la tienen desnuda, amarrada en una mesa de marrones verdores, con humedad que escurre por las paredes, el cuarto era de techos altos de viga que logra dejar pasar un poco la luz entre las tejas mal caleadas que completan. Una ventana redonda profunda – del grosor del ancho muro – partida por una cruz de fierro, es fiel testigo de su desdicha.
La mesa gruesa de maderas anchas y patas grandes tiene de largo casi el tamaño de la misma mujer, amarrada con las manos sobre su cabeza ¡Cómo si hubiera sido pensada para ella! De ancho no más del de sus hombros, con los tobillos también atados pero con las piernas separadas dejando ver su desnudez lozana. No tiene el cabello amarrado así que los mechones caen por toda la parte superior de la mesa se logra mirar lo hermoso de su piel y lo carnoso de sus pechos redondos con el pezón de rosa suave. A pesar de estar inmovilizada su mirada es retadora y sabe que está ante alguien que no era del ejército del Norte ni gente del príncipe europeo Maximiliano.
-¡Putos imperialistas no son! iNo son del presidente Juárez! ¿Estos cabrones quiénes son? – dilucidaba mientras su mente recorría cada rincón para pensar en alguna y lejana posibilidad de hacerse de un escape.
Quien la vigila se regocija de tan suculento manjar pero tienen estrictamente prohibido tocarla, un roce ¡Una simple insinuación o una falta de respeto les cuesta la vida!
-¡No son cercanos! – aún piensa por el tipo en como la tienen amarrada.
Escuchó la aldaba de la puerta que hacía los crijures para lograr abrirse desde afuera, contó los pasos de los que ingresaron para lograr medir sobre su cabeza la distancia, mientras de reojo observaba a quien no le quita la mirada de su cuerpo completamente expuesto ¡El carcelero! Un musculoso marrón norteamericano y un pelirrojo fornido capitán -observan un uniforme del ejército conferderado, de aquellos mercenarios que bajaron con Juárez al sitio de la ciudad de frescos verdores y violáceos atardeceres- entran al calabozo haciéndo la mueca al carcelero de que se hiciera a un lado con un movimiento de cabeza.
-¡Doña Andrea Duque de las Casas! Es un verdadero honor tenerla de invitada ¡Usted disculpe la situación en la que la tenemos! Como sabe solo así no se nos escapa, sabemos de buena fuente de su capacidad de resolver cualquier situación ¡Cualquiera que se le presente! – El militar norteamericano pareciera de noche por lo intenso del marrón de su piel, con grandes ojos verdes y un acento de español mediano corto pero claro, recorría las líneas del cuerpo candente a su mirada
– Mujer, mujer anda y coopera con nosotros, con eso evitas que tengas un ligero resfrío y logremos devolverte entera a tu cálida y amplia casona, con tus hermosas hijas y tu gallardo esposo ¡Que a estas horas ya tendrá media espada en su pecho! ¡Solamente queremos saber unas cosas! Que simples somos ¡Solo información! Observa, solo nos dices y te soltamos ¡Es funcional el intercambio!
-¡De mí no van a saber nada pinches norteamericanos pendejos! ¡Nada! – les implicaba Doña Andrea.
-Hey tú ¿Eso cómo se traduce? – pregunta al celador el norteamericano. El militar pelirrojo esta regocijado con la hermosura de la mujer maniatada que a pesar de sus años pareciera una joven veinteañera.
-¡Mira pendejo confederado vende rifles! – con valentía Doña Andrea le enfrentó – sospecho de donde vienen y que quieren, por décadas mi familia ha tenido los huevos de deshacernos de Ustedes de mil maneras, esta vez te aseguro ¡No será la excepción! – Mientras habla mira fijamente a su alrededor, calculaba lo que tenía que hacer y trama una estrategia.
Riendo el norteamericano después de que la tradujeron lo que dijo: ¡Vamos Doña Andrea! ¿Quién dijo que nos queremos pelear? Somos los buenos de esta parte de la historia ¡Solo unos datos queremos solo eso! Nos los dice y ¡Capúm! Se termina todo esto ¡Por arte de magia!
-¡No me conoces maldito bastardo! ¡Prefiero darte las nalgas antes de que me saques información y después me mates!
-¿Es una invitación? – dijo el moreno – porque no la tomaría ¡No vengo a follar! Solo a que me digas ¿A quién le prestaste tal cantidad de monedas de oro? ¿Fue acaso al ejército del Norte o a aquella idea descabellada de lograr hacer de oro al príncipe imperial y evadir nuestra corte marcial? Mira ni siquiera deseo saber en dónde guardas el precioso metal ¿Cómo desaparecieron tantos cofres de monedas y no sabemos el destinatario? ¡Anda dime! No deseo llegar al siguiente paso, mira te lastimaría y nadie quiere eso en este momento ¡Me dices! Y te escuchamos.
El moreno sacó de entre su cinturón una pequeña pera de castigo, un instrumento utilizado por los verdugos del santo oficio que por lo desgastado del instrumento se observa el uso constante. Su función es penetrar los orificios corporales, luego se le da vuelta a una manija, un mecanismo abre en gajos la pera haciendo crecer en proporciones, rompiendo los músculos anales -si fuera el caso– con un intenso dolor, también es usado en la boca y en la vagina.
Al observar el instrumento Doña Andrea soltó un amenazador reto.
-¡Qué pasó negro! ¿Es tu juguete preferido? – burlona.
Se sorprendió el moreno con la frase y con lo que le dijo.
-¿Así que conoces esto? – le reviró el capitán mientras le mostraba el mecanismo y la función del mismo.
-¡A tú madre le metimos eso en el culo cuando era esclava de mi abuela! Gemía de placer ¡La hubieras visto! – valiente Doña Andrea se burlaba.
¡Una fuerte bofetada a ella le dio el moreno!
Haciendo que brotara una gota de sangre de su carnosa boca, sorprendiendo a su amigo capitán y al carcelero ¡Le dejó marcada el total de su grande mano en el rostro! Doña Andrea se contuvo el grito! La rabia le recorría su cuerpo, pero sabía que una mala jugada les costaría la vida.
Molesto, el moreno desamarró los tobillos de Doña Andrea, obligó al carcelero y a su amigo el pelirrojo a sostenerle cada uno una pierna, haciendo que se las abrieran uno de cada lado de la larga mesa. Doña Andrea no opuso resistencia ¡Movía sus piernas suavemente, sin forzar pareciera que les coqueteaba y se les insinuaba! Hacía ademanes que los excitan, en verdad estaba ocurriendo ¡En un juego sádico y extraño para una mujer tan recatada!
¡El capitán de piel de noche se sorprendió! -Lo usual es que la mujer grite y se retorciera por no ser lastimada pensaba.
Ya estaban uno de cada lado ¡Hirviendo de placer! Sus mentes vascilaban de ida y vuelta. El capitán fornido de frente a punto de tocarle la entrada de la vagina acercándole la pera, que previamente trataba de ponerla en su orificio ¡Aún no decidía en cual! De sorpresa ¡Doña Andrea elevó las rodillas con rapidez y con una gran fuerza! Atinando con la dureza de sus rodillas el mentón del carcelero y del capitán pelirrojo ¡Los desmayó al dislocarlos!
Una vez suelta de los tobillos dio una vuelta hacia atrás apoyada en su propia espalda y de improviso ¡Quedó frente en la parte superior de la mesa con sus pies bien firmes en el suelo! La levantó con todas sus fuerzas y la empujó hacia al moreno ¡Quién aún no reaccionaba de la veloz maniobra! Cayeron los dos ¡El golpe fue contuso en la cabeza! Se la aplastó. De la maniobra Doña Andrea había quedado encima de la mesa, así que el golpe y el peso de ella fueron suficientes para lisiar de muerte al oponente.
De inmediato forcejeó para librarse de las ataduras de las manos, no le fue difícil.
Quitó rápido los pantalones y la chaqueta al pelirrojo, se los puso, luego las botas, armas ¡Quedó prontamente vestida! Rompió una de las patas de la mesa con un golpe de sus pies al ángulo -tomando impulso de arriba hacia abajo- la tomó y de un golpe contuso ¡Les rompió el cráneo al carcelero y al capitán pelirrojo, no podía dejar rastro, le arrebató la pera de castigo al moreno y se la guardó, le miró en su totalidad tratando de encontrar una conexión con la presencia de norteamericanos en el sitio que recién se terminaba ¡Esculcó los bolsillos y encontró papeles y algunas órdenes por escrito! Las guardó en su ropa.
¡Miró por todos lados! Ubicó bien en donde estaba ¡La hacienda de Carretas! Justo en ese tiempo era de propiedad norteamericanos, sencillos y modestos a pesar de que esas tierras dejaban mucho dinero. De frente el Acueducto lo cual la puso bien en aviso de donde la tenían secuestrada.
-¡Ahora a ver por donde chingados me voy a salir! – miraba por todos lados tratando de idear el modo ¡Había hecho lo más difícil!
Ahora vendría lo delicado.
Esta hacienda grande mantiene el estilo de las construcciones de cuando esta ciudad de Querétaro se llenó de peninsulares una vez llegó el agua cristalina y limpia por el colosal acueducto, cambiando la ciudad de un pueblo de indios de tierra adentro a la villa grande; enormes patios para los carros de carga y diligencias, arcadas, abrevaderos, caballerizas, cuartos y cocinas ¡Todo un conjunto arquitectónico! Aquí estuvo secuestrada dos semanas Doña Andrea, incomunicada a solo pan y agua, los norteamericanos tienen la costumbre de raptar a personajes importantes para luego solicitar rescate y dejar en la ruina a las familias que ayudaban causas.
¡Lo han hecho por siglos!
Doña Andrea caminó unos metros para descubrir que más de dos batallones norteamericanos vestidos como confederados ¡Están prestos para entrar en combate! Un pantalón color azul cielo de uniforme, una chaqueta gris con vivos azules claros, rifles de repetición, ametralladoras, un gorro ridículo estilo afrancesado, distinguían perfectamente a estos batallones.
– ¡Chingada madre ahora por donde salgo!
Tomó con cautela uno de los rifles que vio recargados en su puerta del cuarto en donde la tenían resguardada. Desde la ventana pequeña tenía una vista amplia del panorama, buscaba fijamente un blanco ¡Un capitán que estaba de pie tranquilamente fumando! Elegantemente paseándose, apuntó, respiró ¡Disparó! Del otro lado el capitán cayó muerto antes de tocar el suelo, el tiro le entró por la sien derecha y le salió por el lado opuesto ¡Brotes de sangre y masa encefálica salieron exprimidos!
¡Ante la sorpresa de la intervención! Los batallones se alistaron quienes estaban descansando se levantaron y corrieron a las puertas y ventanas -de donde ellos supusieron venía el disparo- ante tal alboroto Doña Andrea salió del cuarto mientras todos corren, antes se colocó la cachucha del uniforme -resguardando todo su cabello dentro- ¡Corrió de igual manera haciéndose pasar por uno de ellos!
Se unió a la tropa con la mirada hacia abajo ¡Todo era caos y desorden! Salió por la puerta principal de la gran hacienda con otros doce, tomó hacia los campos de cultivo que por estos días tienen alto el maíz, haciéndose pasar por un norteamericano más, continuó la misma fila.
¡Corrió hasta desaparecer!
Continuará…