Se encaminaron al Gran Hotel —Un edificio neoclásico que era utilizado como parte importante de los negocios en Querétaro
Capítulo I
La Investigación.
Dos jóvenes norteamericanos habían llegado a la ciudad de Querétaro, una ciudad pequeña, centrado en un valle y rodeado por acantilados de montañas celestes, que, en poco y acercándose, se iban tornando más claros y violáceos cielos. Un río caudaloso, que pinta de verde toda la vereda, dando un pasto suave y de táctil frenesí a quien lo toque, parte a la ciudad en dos. La brisa es resultado del choque del agua con las rocas de la orilla, que llena de elíxir la brisa que viene del río, que alcanza a levantar una nube fresca de su fuerza, misma que ventila todo el primer cuadro de la ciudad, dando un aroma exquisito.
Brillante cantera rosa y violácea rompen las calles. Esta brisa lleva consigo en las épocas de calor, que nazca el famoso mosquito, que, al asentarse en algunos pequeños ojos de agua, levantan nubes de tan desdichado insecto ¡En la noche es insufrible el zumbido!
¡Hermosos jardines rodean a cada casa señorial, todas con herrerías negras forjadas a golpe y bellas flores plateadas y doradas! rematan cada unión de los hierros, el centro de la ciudad parte por una larga muralla del convento de San Francisco, al rodearla se llegaba a varios callejones que serpenteaban la ciudad, y luego al caminar hacia el sur, una recta calle daba hasta lo que se veía, una especie de ojo de agua y carrizales. Al caer el sol, un amarillo intenso ilumina toda la ciudad, como si fuera de oro —la promesa del dorado hecha realidad— los vitrales de los templos reflejan fantasmas de colores en algunos muros de la ciudad, pareciera un espectáculo de la naturaleza, que, riéndose de la ciudad, le entrega cada día el metal preciado.
“Los espías norteamericanos enviados por el general Escobedo y el presidente Juárez a la ciudad habían llegado por el camino de la que llaman la Cuesta China, un serpenteante sendero, lleno de caídas y curvas cerradas ¡ponían los pelos de punta a más de dos! un camino borrascoso que, al adentrarse pone en prueba el valor del viajero, fuera jinete o cochero”.
La carroza en la que llegaron era de los Servicios Nacionales de Caminos, una empresa dedicada a transportar hacia Querétaro, a quien pudiera pagarlo. Carrozas con cocheros diestros en el manejo de armas —así se estila— además de siempre contar con gallardos militares que custodiaban algunos viajes solo si se pagaba el paquete completo.
«¡Un servicio a la altura, pero seguro!» dictaba su propaganda.
Los dos capitanes, jóvenes norteamericanos tenían cuidadosas órdenes de los generales de Washington y del propio Juárez.
¡Buscad el flanco más débil de la ciudad!
Esa información le permitiría a Juárez saber por dónde atacar, o si lo prefiera, avanzar dentro de la ciudad y ¡Arrasar con todo! ¡Destruidla por completo! Ellos dos debían buscar fortalezas, castillos, murallas altas, cualquier lugar que sirviera de resguardo militar a batallones personal de ejércitos. Aunque se miraba una ciudad pequeña, era grande y llena de escondrijos, según los primeros reportes. Debían hacer un dibujo detallado de lo visto, las medidas y caminos de salida, tomar gráficos y realizar pequeños planos de estrategia, para romper la ciudad.
El presidente Juárez asegura será un resguardo final del joven segundo emperador.
¡Buscar las zonas más altas y las más bajas!, las cuevas, peñascos, riscos y elevaciones abruptas, donde seguramente habría un resguardo de militares, o donde podrían esconder parque y pólvora. Fábricas, obrajes, maquinarias pesadas, y concentración de líquidos inflamables, ¡todo lo que sirviera de defensa! Lo que implica hacer un reporte de inteligencia, en el menor tiempo posible. A los dos jóvenes les pareció la ciudad de estilo europea, ¡Altas las paredes! Y difícilmente habrían de poder decidir, que punto era el propicio para poder vigilar la ciudad.
—¡No vemos estas ciudades en Texas! — decía Walter. Mientras su compañero se apretaba las botas y dejaba sonar sus espuelas.
Los dos jóvenes militares egresados de Wes Point, llamados ya ¡The long gray line! —la larga línea gris— habían dejado pasar el tiempo para que su peinado raso, no fuera sospechoso para los habitantes de esta pequeña ciudad colonial.
¡Cómo si el ser norteamericanos pasara desapercibido! uno pelirrojo Walter y el otro marrón Stalton. Un par ideal en una ciudad en donde el peligro no radica en la milicia y la valentía de los osados jóvenes.
¡Está en las casaderas queretanas!
Del lugar donde les dejó la diligencia pronto se encaminaron al Gran Hotel —Un edificio neoclásico que era utilizado como parte importante de los negocios en Querétaro— que al lado tendría una plaza en completa destrucción, como si hubiera habido algún ataque. Enclavado en una antigua casona de múltiples cuartos — cada una de las habitaciones fueron diseñadas para parecer en extremo lujo de los años de bonanza del Querétaro virreinal— Las habitaciones de aquel hotel daban gala de un buen cuidado, aseadas y con un rico aroma a antiguo, con delicadeza de una habitación de un emperador. Cerca de la muralla del conjunto conventual de San Francisco, daba la primera puerta de este hotel.
Una bella herrería de negro hierro forjado, con cristales por detrás, daba un aire de esas fachadas de New Orleans, que tanto gustaban a los confederados, al entrar, una larga escalinata te lleva al vestíbulo en donde un amplio y largo mueble de recepción de mármol gris, les daba la bienvenida a los hostales.
—Deseamos un cuarto — con fuerza dijeron los norteamericanos.
—¡Bienvenidos caballeros! — La señorita que les atiende era nada más y nada menos que la señorita Luz Olguín afamada comentarista de todas las casas y de todas las cosas. ¡No escapaba huésped alguno al que no le sacara toda la información! fuera de lo que venía a hacer a la ciudad o simplemente, como buena guía, servía de primer contacto en los problemas del hotel.
¡Esta joven era un verdadero periódico de la ciudad!
Los dueños le habían dado el trabajo por su gran servicio, su calidad de habla en inglés y francés y su don de caerle bien a todas las personas, en sí ¡a todo mundo!
El pelirrojo se quedó fascinado con la belleza de esta joven, que a leguas se veía su buen comer y su calidad como empleada.
—Good morning ¿do you want a hotel room?
—Miss, you speak English very well— Con asombro respondieron.
En un perfecto español los norteamericanos le indicaron que necesitaban un cuarto juntos, que por favor diera a la calle de donde se veía el centro de la ciudad.
—You… ¿two together?
Guardaron silencio y se vieron, uno al otro.…
—¡Oh! no — sonrieron — Do not imagine things only partners— le aclararon.
—Ok.
Les indicó el lugar de su cuarto, les dio sus llaves, les compartió un pequeño panfleto con el mapa de la ciudad —el cual guardaron con recelo— y les indicó por donde tenían que subir. Al irse adentrando al hotel, descubren lo bien cuidado que está el inmueble, elegante y fino, ellos creían que iban a algún pueblo polvoriento, pero se llevaron una agradable sorpresa.
Descansaron.
Una vez que ellos estuvieron a resguardo en sus cuartos y habiendo terminado sus labores Luz Olguín salió rauda a contarle a sus amigas quienes habían llegado.
—¡Dos gringos guapísimos están en el hotel! — les gritaba emocionada, mientras todas juntas saltaban de emoción.
De puerta en puerta — en simples minutos— toda la ciudad se enteró de la llegada de estos dos jóvenes, que seguramente venían a revisar alguna máquina de las fábricas textiles, o de algún molino o vaya Usted a saber cuánta historia les imaginaron a estos dos extraños visitantes. Pero en cosa de una media hora ¡todo Querétaro sabía de la visita de cabo a rabo!
Se regó cómo pólvora, en una casa aledaña al hotel, ya estaban vistiendo a las chicas casaderas; en otras más, estaban tratando de recordar las clases de inglés ¡Nunca tan útil! Las más corrieron a comprar ropa y sombreros. Unas cuantas, se decidieron a esperarlos para seguirlos, no más de dieciséis jovencitas se miraban tenían el derecho a merecer.
¡Aquello era un verdadero festival!
Siendo las ocho treinta de la noche, bajaron Walter y Stalton, continuaron por las escaleras, dieron la vuelta para ver la calle y cuál fue su sorpresa:
¡Unas veinte mujeres exageradamente arregladas! con abanicos, puntillas y vestidos hermosos, brillantes de colores, amplios pompones y sugerentes escotes.
¡Los dos se quedaron pasmados, atónitos!
—¿What’s going on? — le preguntaron a Luz que también hacia lo suyo. Luz estaba perfectamente arreglada con unas chapas rojas y un lápiz labial rosa, unas pestañas postizas grandes y un lunar pegado en la mejilla.
—¿It›s carnival time? — preguntaron asombrados… ¡Espantados!
Continuaron mejor sin decir palabra alguna, caminaban lento y pasmados… ¡hasta asustados!, salieron a la calle y el escenario no se avizoraba diferente. A lo largo y ancho de la calle, infinidad de mujeres, unas jóvenes, ¡Otras apenas unas niñas! unas demasiado maduras.
«¡She›s too old a woman of city! »
Tratando de pasar con cautela caminaron lo más pronto posible sin observar que las mujeres casaderas de la ciudad les tenían bien medidos los pasos ¡Al caminar, Walter tropezaba con Stalton! luego viceversa, que incomodidad, pareciera una graciosa caminata.
Todas ellas coquetas les sonreían, hacían por saludarles de mano y un abanico escondiendo su cara, unas más dejaban caer su pañuelo para que ellos le recogieran. Así estuvieron estos dos personajes por todo el centro de la ciudad — o por lo menos en las calles donde pasaban— por un lado, tratando de esquivar a las “chicas casaderas” y por otro, desorientándose, no sabían por dónde caminaban. Sin fijarse, de manera que llegaban a lugares de donde no sabían cómo saldrían.
Después de un rato, cómo les fue posible regresaron al hotel solo para darse cuenta ¡que aún seguían ahí las mujeres! Entraron corriendo al hotel, subieron las escaleras, Walter imaginó que una le había cogido el pantalón, pero no quiso detenerse a averiguarlo. Subieron como pudieron y cerraron la puerta, empujando a aquellas osadas que sabían en donde estaba su cuarto y buscaban tratar de hacerse de una buena sonrisa de estos americanos.
—¡Let›s go! I had not seen anything like this in my entire life.
¡No hubo enemigo mayor que las chicas casaderas queretanas!
Para aquellos extranjeros la ciudad pareciera un lugar provincial, de hermosos paisajes, ¡Pero de los rincones y pasadizos debajo de la ciudad aún no encuentran nada! deberán ser más perspicaces con las personas. La carta del presidente Juárez acerca de una información que viene de inteligencia militar, les remiten la existencia de bóvedas y pasadizos por debajo de la hermosa ciudad de torres y campanarios, en donde algunas familias resguardan preciadas piezas y monedas de oro, las cuales sirven de cajas fuertes para préstamos a ejércitos completos, debido a que el Real Monte Pío no está en condiciones de hacerlo.
Familias de residentes en esta ciudad que financian mercenarios, insurgentes y todo aquél que desea hacerse de un terruño por medio de una guerra. ¡Debajo de la ciudad hay oro y Juárez va a ir por todo el que exista! Además, que se sospecha será el último resguardo del segundo emperador.
Continuará…