Capitulo III
Los Universitarios
8 de enero de 1857 calle de la Alhóndiga, Sitio de los carruajes que llegan de la ciudad de México, seis y pasado el cuarto de la mañana.
Fernando Duque de las Casas se fue a estudiar de joven a Europa —así se estilaba, que los hijos de los ricos queretanos que habían llegado a estas tierras tiempo después a la guerra que se vivió para librarse del yugo español, con el único objetivo de que se alisten y prestos para manejar las fortunas que en estos tiempos, es vital mantenerla creciendo— cuando regresó de su instrucción en tenedor de libros ¡Llegó altivo! Gallardo, con toda la intención de hacerse de sus quehaceres, se sentía todo un Aquiles, como si hubiera conquistado aquellas tierras —sin saber que aquellas culturas impregnaban las almas para que, bajo ninguna condición, se olviden de ellas—.
Los hijos de sus tíos, algunos vecinos terratenientes hacian lo propio a la misma usanza, llegaban de la mano de las instituciones académicas de Londres y París con arreos y pertinencias en especialidad de economía y manejo de las finanzas así, toda la estirpe de los Duque de las Casas, gozarán de su magnífica instrucción y teoría de primera mano para los negocios, que ya al menos por un siglo, han dominado la región ¡Vienen extasiados de ideas nuevas! ¡Los enciclopedistas! Arte, mujeres, de nuevos pensamientos y conductas, atiborrados de cómo hacer crecer fortunas con mejores e innovadoras técnicas ¡Vive la liberté! Gritan, mientras toman en exceso al compás de polcas y valses austriacos, esgriman frases en elegante y londinense inglés, tabacos europeos a la voz de los cantos de Oxford, de las hermandades que les hicieron jurar delante de símbolos y figuras que a ninguna persona ¡Les harán saber aquellos secretos de la inversión y el cobro de intereses! Eran solo permisible para aquellos iluminados que se hacían del conocimiento de hacer crecer fortunas y derribar imperios de negociantes y comerciantes, que por todo Europa, famosos, han aconsejado a nobles y reyes.
¿Cuál es el secreto mejor garduado por estos pensadores adelantados a su época? Solo siendo estudiante universitario de estas instituciones podría saberse ¡No hay de otra manera! Recordando sus instrucciones de cada uno de sus catedráticos que a la par de hacerles saber el haber y el cargo les insistían:
—¡Es complejo porque no todos sabrán hacerlo! Es sencillo ejecutarlo ¡Si todos estudian con atención! No es magia, es administración de los recursos —algo demasiado nuevo para su época — ¡Toda nueva república debe hacerse del capital! A costa de la creencia o tradición que dicte lo contrario, el estado debe permanecer atento al comercio de individuos que no tengan nada que ver con el control de los dineros a los que se llamarán públicos, de estas teorías sale que los particulares, que al pagar impuesto vean el resultado en las inversiones directo a la comunidad ¡Una nueva manera de ver la vida! Porque inmiscuye a toda la sociedad que deberá pagar impuesto, y al estado que deberá de atender las necesidades de la comunidad, un equilibrio que en gran parte de Europa comienza a hacer estragos las monarquías — aquello aprendieron en general.
¡Pero era Europa! Diosa de la concupiscencia, ramera ¡La ciudad de las luces! La Babilonia a su alcance ¡Probaron de todo y de todas! El viaje de regreso fue extenuante, varias semanas en barcos de elegantes y finos acabados, aquellos de grandes máquinas de vapor, luego varios días de conocer las costas atlánticas de varias regiones de constantes fiestas y renovación de promesas, lograron hacerse del viejo y triste Golfo de México, quien aún observa navegar algunos galeones españoles patrullando algunas regiones de las islas de los archipiélagos de la llamada Isla la Española, bordeando arrecifes y hermosas playas blancas el tiempo les hizo llegar a Veracruz en un buque menos pequeño, pero igual de diversiones y tanciones a los tripulantes.
El largo camino en diligencia desde la ciudad de Orizaba hacia la Puebla de los Ángeles, caminando seguros con custodias franceses contratados por su padre para lograr la llegada sano y salvo —que al tiempo y convivencia hicieron grandes amigos entre ellos— les hacían más de comparsa de vianda y tertulia, que de simples vigias ¡Con ellos descubrieron los bajos mundos de mujerzuelas y bebidas prohibidas! De turbios cafetales que negocian con el gusto y trato que se deseara ¡Imaginabas una vieja grácil y hermosa! La conseguían de manera sencilla ¡A gusto un vino de las mejores cavas! El precio no era problema ¡Nobles y plebellos caen de manera indistinta en estos vicios! Y ya arraigados, se logran meter hasta en la sangre, haciendo de inolvidables las secuelas de aquellas enfermedades llamadas de amor y placer ¡Que surgen por todas las ciudades de la reciente nación! Al descuido y suciedad de suculentos negocios.
Una vez tomada en su totalidad por los jóvenes que acompañan a Fernando Duque de las Casas la impávida Puebla de los Ángeles, hicieron lo propio con la aturdida capital de la nueva nación, aquella de canales de agua y flamantes palacios de cantera estilo Valencia y Murcia ¡Que si había la vianda tunar en estos lares! De sobra que le había ¡Cuatro meses pernoctaron entre risas y liviandades antes de hacerse del camino hacia la tierra de los violáceos atardeceres! Al llegar a la ciudad de Querétaro, bajaron de los carruajes —aún embriagados por el viaje y el vino— decidieron irse a casa de Fernando para continuar el festín.
—¡Vamos a su casa! — gritan, mientras que los cocheros trataban de no llamar la atención.
—¡Que pesado! ¿Qué acaso no desean ver a sus familias?— Fernando les esgrimía mientras desataba los pesados baúles para lograr que los sirvientes les llevarán hacia su hogar, que ya por más de doce años le había dejado.
—¡La liberté! — Gritaban a carcajada suelta, unísonos en crueles bullicio de amigos y compañías de estudios ya vacíos de conciencia por la embriaguez.
—¡Mañana si así lo desean! Con gusto les espero a una buena y final comparsa ¡Levanto mi mano por juramento!— indicó el joven Fernando, tomó sus neceseres, caminó trayando de recordar el camino y viendo cambios trascendentales en la ciudad, anteriormente tranquila y serena ¡Un gran bullicio se daba! Jalando un pequeño diablito de ruedas en donde traía sombreros y recuerdos que había comprado, a lo lejos se seguían oyendo la algarabía de los recién llegados.
¡Una elegante espada y botas! Son los presentes para su Padre.
Caminó entre las sombras, tratando de distinguir la entrada, solo unos pasos ¡Estár cerca de su madre! No lo decía, le extrañaba, salen las lágrimas de pensar en volver a estar con ella ¡No la veía desde hace más de doce años! Cuando su padre decide enviarle con los norteamericanos para hacerse de mejor instrucción y después los estudios en Europa ¡Para aprender lo nuevo de la administración!
¡Cuando llegó a su casa varias cosas le sorprendieron! la entrada había sido agrandada ¡Más espacio seguro para los caballos! De mayor proporción los faroles ¡Dos leones custodian la casona en su entrada! Además de llamarle la atención de que nadie había salido a esperarlo.
Su padre —aquél que de buen mozo, guapo y viril lo fuere ¡Recuerda que antes de irse era ya un andrajo de hombre! — canoso y delgado, con la piel pegada solo en los huesos ¡La sífilis lo había arruinado! Recuerda Fernando que en un cuarto apartado, maloliente a orines y sábanas blancas, el piso con algunos esputos de sangre ¡Ahí mantenían a su padre! apartado de todo contacto humano ¡Sus días estaban contados! Ya Fernando en Europa había visto eso, hombres en huesos, calcinados por la enfermedad del amor, aquella que rompía las tradiciones y terminaba con las familias ¡Nunca pensó que su padre la tendría!
—¿Habrá sobrevivido el viejo? — se preguntaba al abrir el gran cerrojo ¡Esperando no haya sido cambiado! Pero la llave entró fácil y con soltura logró hacerse de la apertura de la puerta.
¡A la primera persona que observó fue a su ya deteriorado padre! Lo saludó con unas ganas inmensas de hacerse de sus abrazos y consejos ¡Pero el viejo no le dejó acercarse! Las llagas pululaban —el simple rocío de aquello le hubiera tocado la misma fortuna. Apestaba horrible, ¡El propio Fernando se asqueaba! Deforme de su rostro por las llagas solamente alcanzaba a balbucear frases incoherentes.
Con las manos, su padre le indicaba que se fuera… —¡Vete! — le gritó con voz cavernosa, una lágrima recorrió la mejilla del lacerado, esta vez no era por el dolor.
Fernando dejó pasar un momento para no sorprenderse en demasiado, aquello le había helado la sangre ¡Mejor le hubiera sabido encontrarle en una lápida! Tomó su tiempo y decidió hacerse como si la ocasión no le hubiera ocurrido.
Recorrió una amplia arcada para llegar al dormitorio de su madre, sus pensamientos le traicionan ¡Historias macabras de la condición de su madre en un instante le hacían ponerse impaciente! Sudaba por mucho ¡Si su padre estaba en aquella condición! ¿Qué sería de ella?
Entró al pasillo esperando lo peor ¡Él lo sabía! sus compañeros de colegio de medicina le habían contado de esa enfermedad del amor era por si misma en extremo contagiosa ¡Su corazón temblaba! Cuando subió al cuarto de su madre, la encontró hermosa ¡Rosada de su piel! ¡Ella se levantó y se abalnzó en sus brazos! ¡Lo acariciaba y llenaba de besos su rostro! Un abrazo que no olvidará jamás ¡El más de los profundos suspiros salió de su boca eliminando para siempre sus pesares!
Ella le tomó su rostro entre sus delicadas y blancas manos —¡Eras un niño cuando partiste hijo mío! Ahora mírate ¡Eres un hombre! Hermoso como tu padre ¡Son tus mismos ojos! — lloraban apretados en un fuerte abrazo y él la tranquilizaba ¡No le contó absolutamente nada! Solo se dejó llevar por la serenidad que da una madre al rendir a su hijo —¿Quien sabrá Dios que infamias y desvelos habrá sufrido allá solo y desamparado? — pensaba ella en sus adentros ¡Solo ese abrazo le reanimaba a su desdicha de viajero!
¡Esa noche él durmió junto a ella! Como cuando niño y sus miedos de crujir de las maderas le avisaban de la entrada de aquel hombre sin cabeza o de el centenario hombre de un costal ¡Qué hace a bien captuar a los mozuelos desobedientes! De aquella magnitud el temor.
Al salir el sol y despertar en la misma posición que les ganó el sueño de inmediato narró con detalles cuando llegó al internado americano, lo que vivió, las que tuvo que pasar para aprender el idioma, luego mostró en sus memorias en Londres —lo que podía hacerse de los saberes de una madre—platicaba que había visto pinturas en las calles de París que nadie imaginaría ¡Eculturas inimaginables! ¡Música! Le contaba —¡Tendrías que haber visto lo que viví! — entusiasta le actuaba lo que relataba.
¡Toda la mañana le platicó! En resumen, lo vivido, olvidado, extrañado, lo cruel que había sido su padre por haberlo mandado tan lejos y tan incomunicado ¡Siendo apenas tan niño! De momento y casi por sorpresa guardó un silencio, no se atrevía a preguntarle a su madre.
—Perdona mi atrevimiento madre, pero me intriga una cosa ¿Por qué tú no estás enferma y en las mismas condiciones de mi padre?
Ella guardo un silencio, tomó de su cajón una imagen de un nazareno, lo besó y lo puso en su pecho debajo de su ropa, — ¿Lo dices por lo de tu padre? — contestó suavemente, mientras agachaba la mirada y le veía a los ojos a su entrañable hijo.
—Jamás una Madre amorosa, daría a conocer las andanzas de su esposo, ¡No me es permitido! Nadie lo hace ¡Además es tu Padre! Tu ejemplo a seguir.
—¡No me expliques los detalles! Son tuyos y respeto tus votos, pero no entiendo porque no estás enferma! Estaba angustido de hacerme saber de tu condición.
—¡Hijo mo! tu padre solamente me tocó para tenerlos a ustedes como es debido ¡Después se olvidó de mí!, no le interesaba como mujer ¡Soy como una madre para él! Más que una esposa — le contó casi rezando, en voz baja.
¡Fernando se sorprendió!
—¿Qué acaso los esposos no son amantes interminables? —le preguntaba— ¡En París vi mujeres que no dejaban de amar! Noche tras noche incansables formas y siluetas se configuran, en escenas rituales de entrega compañía ¡No imaginaba a ustedes haciendo eso! ¡No pregunto más! Me quedo más que asombrado.
A pesar de la mañana de plática y almuerzo ¡El cansancio lo venció y decidió dormirse! Como cuando era un chiquillo travieso y ya lo habían regañado por volverse a meter en las huertas del conjunto de San Francisco, labor que le generaba una gran aventura.
—¿Qué habrá sido de esa gran huerta? ¡Sus frutas deliciosas! En un rato más visitaré a los frailes y les rogaré me regalen ah por una.
En la mal oliente recámara de abajo tras una pequeña rendija, escucha atento el padre las andanzas de su hijo —con la mueca de orgullo— pensaba copiosamente de todas las cosas que como padre perderá de mirar por sus excesos personales que lo llevarán casi ya en poco tiempo a la tumba.
—Estoy seguro, no veré a mi hjo en sus grandes logros ¡Pero se que los tendrá! Estoy pruebo de ello — nuevamente una lágrima cae por su mejilla mientras de un cajón saca una pequeña daga con sus iniciales grabaddas en oro — ¡Es ya el momento esperado! Mi hijo ha regresado y él se hará cargo de toda nuestra familia.
Continuará…