Capítulo II
Se cierra el sitio.
24 de marzo de 1867, el Sitio es asfixiado a su máxima capacidad, doce mil hombres han perdido el embate al entrar por la Alameda, su verdugo es el General Tomás Mejía, los imperialistas toman a trecientos prisioneros republicanos.
Fuego de fúsil a las once de la mañana de cada día / Calle del anexo del beaterio de las Carmelitas.
En la octava casa de la calle de lo que fue el anexo del beaterio carmelitano existen solo pequeños solares que adentran a tratar de comprender lo que se ha dado por llamar cuadrera o cuadro de casas, con las que colindan la calle del paso a la Calzada —un callejón de vagos y pobres que viven en casas de madera vieja, de aquellas que el mercado desecha — por la parte de atrás solo hay mulas y carretas que antes del sitio llevaban a los trabajadores de la Hacienda del gran Carrizal, ahora con el ahorcamiento total de la ciudad han dejado de llevar trabajadores.
En esa misma casa vive el niño Andrés, un regordete chiquillo de gran inteligencia que dentro de sus quehaceres es ir por la leche al tomatillo —el corral de los Hernández de Jauregui que provee de lácteo a toda la ciudad, a pesar del Sitio — ¡A donde corre con mucha cautela! su padre Don Víctor, le hace al susto desde que sale como una malora broma —¡Cuidado con las balas! — para que no le dé miedo al chiquillo tener que correr entre los ruidos y bombazos.
A pesar del Sitio que ha mandado poner el general Mariano Escobedo, la vida sigue cotidianamente, la gente se mueve dentro de la ciudad y los soldados imperialistas que al pasar junto a uno de ellos — de gallardo uniforme azul con chaqueta al pulso y modo con finos dorados en los puños— te prosperan la orden:
—¡Al quehacer que fuere y regrese a su casa!
Después de la fusilería y los cañonazos ¡Que vaya usted a saber en donde caen! Pero que atemorizan a toda la ciudad, las personas salen un poco a observar que ha pasado. A lo lejos se escuchan gritos de batallones tratando de asustar a los imperialistas, por otro el susurro de algunas armas, que ante la voz de “¡Disparen!” hacen solo suponer que están fusilando a desdichado alguno.
Aquella fecha es especial ¡Han capturado a trescientos distraídos soldados republicanos! Quienes al tratar de entrar por la Alameda —aquella parte del bosque que aún persiste en los pies del cerro de la Cima — se dejaron llevar por el señuelo del escuadrón personal del General Tomás Mejía, quien se hizo el herido para que sus hombres le abandonaran, la parte del batallón de galeras que comanda el General Báez — quien falleció a la espada del general imperial— se dejaron venir al ver al general en el suelo, al acercarse el batallón completo de Mejía les cerró el paso y cuando desearon volver estaban a tiro de los fusileros, levantaron las manos y se rindieron.
Los capturados han sido llevados a la plaza alta de la ciudad, la que resguarda el poder del aún regidor imperialista el Capitán Escudero quien comanda a todo el orden de la ciudad, que a pesar del estrago ¡Se mantiene viva y en armonía!
A la llegada de los prisioneros atados de las muñecas y aún sudando el calor de la batalla la gente se arremolinó en rededor, se levantaban palabras y gritos: —¡Matadlos! ¡Asesinos! — La chusma enardecida clamaba justicia propia, dentro de la misma el niño Andrés estaba con sus litros de leche en su cubo esperando el destino de los capturados. Le parecía fascinante aquella escena ¡Los invasores prisioneros! Los mismos que habían hecho volar las torres de San Agustín y San Francisco, que habían hecho estragos en el conjunto religioso y su gran muralla del Templo de Nuestra Señora de Loreto, aquellos que habían asustado a los niños y abuelitas de la ciudad, que habían obligado a que el catecismo se suspendiera, él como es acólito del Fraile de Carmelitas le entristecía la situación de no dar su servicio.
Sin tirar una sola gota de leche se acercó al frente para lograr ver a los prisioneros, trataba de verlos de cerca, saber que decían y que pensaban ¡Un chiquillo de ocho años no podía dejar de ver tal ocasión! Así que hizo el esfuerzo de salir de la chusma y estar delante de ellos ¡Lo logró! Pero tan solo lo pudo hacer recibió un coscorrón de un soldado imperialista.
—¡Vete de aquí niño! Estas no son cosas que debas ver— con voz de trueno le regañaron —¡Anda vete! Seguro que si ves tendrás malos sueños— le volvieron a recriminar.
—¿Qué podría pasar si solo veo a los prisioneros? — le preguntó al soldado.
—¿Dónde están tus padres?
—¡En casa señor, cuidado a mi abuelita que está enferma!
—¡Pues anda a dónde allá! Lo que sigue no lo querrás ver.
Le tomó el soldado de su mano y lo sacó de la chusma enardecida que no paraba de gritar, así lo llevaba cuando su tía Ana Lucía lo descubrió y se lo arrebató de las manos del imperialista.
—¡Andrés! ¿Dónde te habías metido? Nos tenía rezando para encontrarte ¡Anda! ¡Vámonos! — le tomó de la camisa y a jalones lo llevó fuera de aquel espectáculo. Cuando el soldado observó que no había niños ya cerca y que aquél en especial interesado en los prisioneros ya iba de la mano de la linda tía, regresó y dio las órdenes recibidas por escrito a su Capitán Escudero:
—¡Fusilad a los prisioneros en su totalidad! — firmaba la orden el General Tomás Mejía.
Entre varios soldados descubrieron un grado, fue a quien levantaron primero, le quitaron su cinturón de cargo —era un capitán— lo pusieron de frente al capitán de pelotón tomándolo de los brazos y le advirtieron:
—¡Mirad capitán! Son trescientos soldados tuyos los que vamos a matar hoy ¡No tenemos juicio para hacerlo ni remordimiento alguno! Tu sabes bien las reglas del paredón, pero te vamos a pedir nos digas la información que deseamos ¡Salvarás tu vida y la de diez de tus hombres más leales! así que dinos ¿Cuántos efectivos más vienen en camino?
¡El capitán republicano hizo esputo y se lo escupió en la cara!
—¡Esto pareciera que no vas a hablar! — mientras se limpiaba el gargajo de su rostro, sacó de su ropa un cuchillo pequeño y le rebanó el cuello de lado a lado ¡Haciendo que la sangre brotara como un chisguete! Los soldados le sostenían de los brazos y les dio la orden de mostrarlo a sus soldados prisioneros.
—¡Mirad perros! — embravecido Escudero mientras se limpiaba las manos llenas de sangre— aquí está su capitán ¡Si saben rezar! Que lo dudo puercos infieles ¡Háganlo! Que solo es cuestión de tiempo de que ustedes estén en el mismo lugar ¡No tendremos clemencia alguna! Pero, si alguno de ustedes supiera información que nos sea de ayuda ¡Les doy hasta la media tarde para hacérmelo saber! De lo contrario mañana no verán el sol.
Hizo levantarán a doce hombres, les vendaron los ojos con sus propios pañuelos que sacaron de entre sus uniformes y los colocaran en la pared de la prisión que está justo detrás del palacio del regidor Capitán Escudero, una vez formados, pusieron al batallón de fusilería ¡Diestros franceses de tiro perfecto!
—¡A la orden! ¡Preparen armas!… ¡Apunten!… ¡Fuego!
¡Once cayeron de bulto! clavando sus rostros en el polvoso suelo ¡Solo uno no cayó! quedándose de pie como si no hubiera recibido tiro alguno, se acercó el capitán, sacó su arma de cargo, se la colocó en la sien ¡Disparó!
Los demás soldados se quedaron con un asombro tal, no podían creer la escena, era un inmediato futuro que les depararía el destino, mirándose entre todos ellos solo veían a compañeros con sus ojos clavados en una visión nostálgica, rememorando la libertad por la que habían luchado y que ahora era solo cuestión de tiempo para morir ¿Hubiera valido la pena tanto esfuerzo? La promesa del General Escobedo resuena en toda su tropa prisionera:
«… ¡Salvaré a cada uno de mis soldados fueran presos y dominados! Inclusive ¡Bajaré hasta el fondo de los infiernos por ellos…»
Los prisioneros sabían que no habría salida de tal situación. A lo largo de toda la tarde los capturados fueron ejecutados dentro de grupos de veinte en veinte, los cuerpos fueron llevados a las fosas que se hicieron por el camposanto del conjunto amurallado de San Francisco con la advertencia del capitán Escudero de no colocar información alguna de los muertos.
—¡No coloquen nombres! ni rangos, que mueran como los perros que fueron ¡Traidores!
Cuando regresó el capitán de tan lúgubre mandado varios de los soldados republicanos estaban en condiciones de decirles lo que sabían, con la reserva del propio capitán Escudero de poner en juicio de duda y verdad, fuera cercano a lo real lo dicho por los prisioneros, que en pro de lograr le fueran perdonadas sus vidas, dijeran improperio alguno. El primero en pasar fue el encargado de fusilería del Capitán Báez, soldado de primera clase Arnulfo del Prete, fusilero de primera línea del gran ejército del norte. El lugar escogido para la información fue el cuarto de mando del sargento primero Callejas, las paredes pintadas con cal después de cada sesión dan razón de que en ese cuarto las cosas se ponen especiales o peligrosas —según el bando al que se pertenece— así que introdujeron al republicano.
De frente a él está una silla donde se sentó el Capitán Escudero a un lado el escriba en su propio escritorio, dos soldados de fuerza y el prisionero, el objetivo es obtener información ¡A como sea! Validando cualquier proceso permitido y no permitido. Trajeron al prisionero lo sentaron atado de manos y pies, fueron claros en la instrucción:
—¡Aquí a mi Capitán le vas a decir todo lo que sabes! ¿Entendiste? La primera vez lo haremos sencillo… — ¡Escudero le interrumpió!
—¡No me espantéis a mi amigo! ¡Anda dejadnos solos! Tú también escriba ¡Déjanos solos!
—¡Pero mi señor tengo órdenes del general Márquez!
—¡Que te largues cabrón!
Todos salieron, el Capitán Escudero abrió una botella del más fino brandy sirvió dos copas hasta el borde y una se la ofreció al prisionero, acercándole el licor a la boca del maniatado le permitió dar grandes sorbos.
—¡Observas como somos amigos aquí! hay una gran camaradería entre nosotros, tú y yo peleamos por la misma causa ¡La libertad! Solo que lo hacemos desde dos diferentes perspectivas, la nuestra que es lograr que este país logre unirse a Europa y la de ustedes ¡Qué solo miran a los norteamericanos como su ejemplo de República! Por ello es por lo que brindo ¡Salud amigo! porque hoy de aquí saldremos más felices que cualquier día.
—¡No comprendo Capitán! — confundido el fusilero contestó.
—¡Es sencillo! Se de buena fuente que estuviste cercano al General Escobedo, que sabes las razones por las cuales se ha sitiado este punto, acorralaron a Maximiliano para que se dirigiera a esta ciudad y no son necesariamente las razones republicanas las que solo les tienen aquí, así que anda, confírmame lo que sabes ¿De verdad en una ciudad tan pequeña fue necesario lograr capturarle? ¿Qué pasará si pierden el sitio? ¡Vamos ganado las batallas! Resultado de ello es que tú seas prisionero… ¡Anda dime! ¿Qué sabes?
—Solo se que se escogió y arrinconó a Maximiliano con sus franceses a este lugar, porque estratégicamente los batallones pueden entrar por lugares exactos geográficamente.
¡Le regaló otro sorbo de fino brandy!
—No me has entendido tal vez o no he sido claro ¿Qué sabes de que aquí debajo de la ciudad existe todo un laberinto que lleva a bóvedas repletas de monedas de oro?
El prisionero se quedó asombrado, por influjo de la bebida su pensamiento cada vez era menos claro y corría el riesgo de hablar de más, el capitán Escudero volvió por tercera vez a servir otra copa hasta los bordes de fino brandy, se la acercó ¡De un solo sorbo se hizo del total de ella el maniatado! Tomó la voz y le dijo con firmeza:
—¡Es verdad! Se ha sitiado la ciudad para lograr ingresar por los flancos del cerro que ustedes llaman de la campana y por el abrupto terreno del cerro del Pathé ¡Donde fueron localizadas las entradas a ese laberinto! Escobedo sabe muy bien de su existencia, norteamericanos vinieron a hacer la labor antes de las hostilidades… ¡El sitio es solo la excusa!
El Capitán Escudero tomó su pistola de cargo y la colocó en la sien del prisionero, quien embriagado solo le sonreía y le miraba de reojo.
—¡Feliz viaje! — salió el disparo con sonido sordo ¡Toda la pared del fondo se llenó de sangre!
Continuará…