Cuitláhuac García se escribe con una S mayúscula, de Sátrapa. Gobierna Veracruz de manera déspota, resguardado en el regazo político del presidente Andrés Manuel López Obrador. Es arbitrario y atrabiliario, ensoberbecido por un poder regalado que es, sin embargo, finito. ¿Qué pensará el gobernador García? Ni la protección de López Obrador durará para siempre, ni el blindaje que hoy le provee el presidente será indestructible. Pero los abusos de poder en los que ha incurrido y los excesos retóricos al atacar a todos, no pasarán al olvido.
La violencia verbal del presidente ha hecho escuela entre los advenedizos subordinados a los que encumbró en el poder, para tener en ellos réplicas de sí mismo y multiplicar sus ataques contra todo aquello que le disgusta, molesta, incomoda, o que se atraviesa en sus planes. García se ha convertido en su alumno más adelantado, quien actúa con menos rubor y pudor porque no hay consecuencias políticas y legales que por el momento frenen su actuar. Por el contrario, el presidente protege a su pequeño sátrapa veracruzano, a quien considera un gobernador como hacía mucho no tenía Veracruz.
Tiene razón López Obrador, pero por diferentes razones. Hacía mucho no tenía Veracruz un gobernador tan autoritario -en una tierra de caciques autoritarios-, que atacara a todos los críticos, disidentes o libre pensadores, por el hecho que, como el modelo que tiene en Palacio Nacional, no están hincados a sus pies. Pero como sucede con López Obrador, el poder no es para siempre, y cuando se evapore, la realidad y las cuentas pendientes lo alcanzarán. García ha estado en el ojo público desde mayo, cuando como mascota del inquilino de Palacio Nacional organizó una charada en la Suprema Corte de Justicia donde colocó metafóricamente el cuerpo de la presidenta del tribunal, Norma Piña, en un féretro. Para defenderlo de las críticas, López Obrador lo calificó de gobernador “extraordinario”.
Con ese respaldo, por ahora, cualquier gesto tiránico es perdonado, porque los enemigos de su titiritero son los suyos, y sus molinos se agitan con el mismo viento. La última ha sido contra el segmento al que más odia López Obrador y que García, con los mismos temores en el horizonte, ha adoptado como parte de su agenda, los periodistas. Los ojos de su fiscalía fueron puestos en la periodista Claudia Guerrero, que se ha enfocado desde hace años a investigar y denunciar la corrupción. Mantener su línea de trabajo sobre la corrupción y el nepotismo en el gobierno del sátrapa, le produjo carpetas de investigación y citatorios para intimidarla y paralizarla.
“Lo de Claudia Guerrero”, escribió este martes la experimentada periodista Sara Lovera, “forma parte de un ambiente de amenazas e intimidaciones contra quienes informan. Es una pieza más de una actitud misógina y patriarcal del gobierno veracruzano que ataja, de mala manera, a quienes critican a su gobierno o señalan sus errores. Cuitláhuac García ya fue considerado como un abusivo y autoritario por (el senador) Ricardo Monreal, quien le dijo hace poco más de un año que era un representante de los vicios del poder”.
En ese momento, la polémica con García era por una detención arbitraria -y más tarde se comprobó que también ilegal- de José Manuel del Río Virgen, secretario técnico del Senado, a quien acusó su fiscalía de un asesinato que no cometió. García nunca reconoció el fiasco del caso, y al estilo de su patrón, dijo que lo habían liberado por el “influyentismo” de Monreal. Una vez en libertad, Del Río Virgen señaló que “si en Veracruz afectas al gobernador, te mete a la cárcel”. Hace unos días, se volvió a dar una confirmación de sus atropellos políticos y legales.
Con el apoyo de la Guardia Nacional sus policías detuvieron en la Ciudad de México a la jueza Angélica Sánchez Hernández, a quien días antes denunció en la prensa, violentando los derechos humanos de la juzgadora, que estaba vinculada al crimen organizado, porque había dejado en libertad, en acatamiento a la resolución de un tribunal colegiado, a un empresario que había acusado su gobierno del asesinato de un político, pese a que demostró que en el momento del crimen, se encontraba en León, a casi mil kilómetros de distancia. Primero le inventó su fiscalía el delito de atacar con una arma de fuego a un policía, y cuando no pudieron probarlo, la acusaron de tráfico de influencias y delitos contra la fe pública, por lo que, con la ayuda federal, le dieron un año de prisión preventiva forzada.
Como era de esperarse, López Obrador volvió a poner el cuerpo para arroparlo, y sin mencionar directamente a Sánchez Hernández, dijo que “muchos jueces no actúan con rectitud y honestidad (y) autorizan libertades a presuntos delincuentes y se hace de manera atípica”. Ningún reclamo para el gobernador que tiene en llamas el estado, metido en persecuciones políticas como las que manda en su manual de obediencia su patrón, en lugar de hacer su trabajo.
Desde que asumió el poder, en diciembre de 2918 a febrero, escribió recientemente Luis Alberto Romero en El Sol de Córdoba, se registraron casi 34 mil hechos violentos, que dejaron un saldo de cerca de cinco mil muertos y 29 mil lesionados. Pero solo de 2021 a 2022, encarceló a mil 33 personas acusándolos de ultrajes a la autoridad.
Como lo hace el inquilino en Palacio Nacional, todo es culpa de otros, sus enemigos y que solo quieren lastimarlos. Poncio Pilatos y su clon en el Golfo. El secuestro de una política en 2022 fue un “autosecuestro”, como dijo el presidente que el atentado contra el periodista Ciro Gómez Leyva había sido un “autoatentado”. Una petición de alerta de género realizada por la asociación civil Equifonía, fue tratada con desdén por el gobernador, que las calificó de “falsas feministas”.
García cree que las cosas se resbalarán y se olvidarán. Su final de sexenio y el séptimo año no será fácil. Debe muchas y habrá de enfrentar consecuencias. Los sátrapas en este país tienen poder e impunidad efímeros. Ya lo verá.