El retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha traído consigo una agenda clara: desmantelar la política climática de la administración Biden y reinstaurar una estrategia energética basada en combustibles fósiles. En su primer día en el cargo, Trump firmó varias órdenes ejecutivas que revierten regulaciones ambientales clave, eliminan restricciones a la extracción de petróleo y gas en tierras federales y, por segunda vez, inician la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París. Estas decisiones no solo representan un retroceso en la lucha contra el cambio climático, sino que también debilitan el liderazgo global de Estados Unidos en materia ambiental.
Una Declaración de Guerra Contra el Medio Ambiente
Trump ha justificado sus medidas bajo el lema de la “independencia energética”, argumentando que la regulación climática impone cargas innecesarias a la economía estadounidense. Sin embargo, la realidad es que su enfoque favorece a la industria de los combustibles fósiles en detrimento de la transición energética y la seguridad climática del planeta.
La decisión de retirarse del Acuerdo de París vuelve a dejar a Estados Unidos como un actor aislado en la lucha contra el calentamiento global. En su primer mandato, la salida del pacto ya había generado tensiones con aliados internacionales y debilitado la confianza en los compromisos estadounidenses. Ahora, la historia se repite. Mientras países como China y la Unión Europea avanzan en energías renovables y políticas de reducción de emisiones, Estados Unidos corre el riesgo de quedar rezagado en la economía verde del futuro.
El Asalto a la Energía Renovable
Las órdenes ejecutivas de Trump no solo buscan fortalecer la producción de petróleo, gas y carbón, sino que también limitan el crecimiento de las energías limpias. Una de sus medidas más drásticas ha sido la suspensión de nuevos arrendamientos para parques eólicos en territorio federal, una industria que representa más del 10% del suministro eléctrico del país. Además, ha revocado incentivos para la producción y compra de vehículos eléctricos, favoreciendo a la industria automotriz tradicional.
Estas decisiones envían señales de inestabilidad al mercado energético. La transición hacia energías limpias no es solo una cuestión ambiental, sino también económica. La Ley de Reducción de la Inflación (IRA), impulsada por Biden, había generado miles de empleos en el sector de las renovables y estaba atrayendo inversiones millonarias. Al desmantelar estas políticas, Trump pone en riesgo la competitividad de Estados Unidos en un sector que definirá la economía global en las próximas décadas.
Un Impacto Global y Nacional
Las consecuencias de este giro político no se limitan a las fronteras estadounidenses. Un informe de Carbon Brief estima que las políticas de Trump podrían añadir hasta 4.000 millones de toneladas de CO2 a las emisiones acumuladas de Estados Unidos para 2030. Este aumento sería un golpe severo a los esfuerzos internacionales por limitar el calentamiento global a 1.5 °C, un umbral que los científicos consideran crítico para evitar los peores efectos del cambio climático.
A nivel interno, la reacción de gobiernos locales y estatales ha sido contundente. Más de 5.000 líderes, representando al 63% de la población y al 74% del PIB del país, han manifestado su compromiso de mantener los objetivos del Acuerdo de París, incluso sin el apoyo del gobierno federal. Ciudades como Chicago han reiterado su voluntad de seguir impulsando políticas climáticas progresistas. Este fenómeno recuerda a la resistencia que surgió tras la primera salida de Estados Unidos del Acuerdo en 2017, cuando empresas, universidades y estados crearon coaliciones para mantener los esfuerzos de reducción de emisiones.
El Futuro de la Lucha Climática
Las acciones de Trump representan un desafío, pero no un golpe definitivo a la lucha climática. A pesar de los esfuerzos de la administración republicana por revitalizar el sector de los combustibles fósiles, la transición energética sigue avanzando impulsada por factores económicos y tecnológicos. La energía solar y eólica ya son más baratas que el carbón en muchas partes del mundo, y la presión del mercado global está empujando a las empresas a adoptar prácticas más sostenibles.
Sin embargo, la falta de un liderazgo firme por parte de Estados Unidos ralentiza los avances globales. En un momento en el que el tiempo es un recurso crítico para evitar los efectos más catastróficos del cambio climático, la postura de Trump representa un obstáculo significativo. La verdadera pregunta es si, en un mundo que avanza hacia una economía baja en carbono, Estados Unidos podrá permitirse este retroceso sin pagar un alto precio a largo plazo.
El resto del mundo sigue adelante. ¿Se quedará Estados Unidos atrás?