La historia se repite, dice la dialéctica. Unas veces en forma de comedia, otras de tragedia. A veces como farsa
La primera plana de uno de los periódicos de mayor circulación de la Ciudad de México, el único diario formato tabloide de entonces, en su edición extra del 5 de marzo de 1953 lucía una sola palabra: YA.
Confirmaba así el anuncio oficial de la noticia que todos esperaban, la de la muerte de Iosip Visarionovich, llamado Stalin, el indiscutido dictador de la Unión de República Socialistas Soviéticas. El parte oficial afirmaba que había muerto de un derrame cerebral fulminante.
XL Semanal, el suplemento dominical de 28 diarios españoles, el más leído de ese país, hace un recuento diferente de la muerte del dictador. El 28 de febrero, dice, se habrían reunido para una noche de cine y vodka, Stalin y su séquito más cercano. Ahí estuvieron Georgi Malenkov, Nikita Jruschov, Nikolai Buganin y el temido jefe de la policía secreta, la sanguinaria ejecutora de las sentencias a muerte del dictador, Lavrenti Beria. Estaban en la Dacha, una especie de casa de campo de los pudientes rusos, que se llamó Bizhnania, en Knutsevo, cerca de Moscú. Los cinco años anteriores había sido el refugio de Stalin.
A las cuatro de la madrugada del día 1 de marzo, los visitantes volvieron beodos a Moscú y dejaron a Stalin solo y aparentemente en sano, totalmente borracho, tirado en el suelo y orinado en sus ropas. Lo qué pasó entre esa mañana y el anuncio de la muerte es producto de recuentos y de especulaciones.
La hipótesis generalizada es que Stalin murió muy pronto, pero que la plana mayor del partido comunista de la URSS entró en la lucha interna por la sucesión, guardando la noticia hasta tener resuelto ese “pequeño” problema. El ganador fue, momentáneamente, Malenkov.
Tres años después, en el vigésimo congreso del partido comunista de la URSS, Jruschov criticó duramente al régimen de Albania, marcadamente estalinista y represor, iniciando la “desestalinización” del poder soviético. La delegación del partido comunista de la China de Chu En Lai, estuvo en desacuerdo y surgió en paralelo el cisma chino-soviético. De cualquier forma, durante cinco años los pecados de Stalin fueron revelados y miles de estatuas del “padrecito Stalin” como se le llamaba, fueron derribadas y olvidadas en todo el mundo comunista.
Hoy, con la misma discreción, está sucediendo lo contrario, el regreso del culto a la personalidad de Stalin. El otro día, en una de las estaciones del metro de Moscú más espectaculares por su arquitectura en mármol, fue inaugurada una estatua monumental de José Stalin, rodeado por figuras de obreros y campesinos que le alaban, en el más puro estilo del realismo socialista. En diversos sitios de la actual Rusia ha sucedido algo semejante.
Hay que decir que los rusos comunes y corrientes no se han molestado por estos hechos. Es más, ocasionalmente colocan flores al pie de estos monumentos, que van surgiendo.
Vladimir Putin, que en su discurso ha recordado criticando los abusos de Stalin, parece satisfecho. Él mismo ha fomentado el culto a la personalidad…de Putin.
La historia se repite, dice la dialéctica. Unas veces en forma de comedia, otras de tragedia. A veces como farsa.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): La crisis y la tensión en Los Ángeles no cesan. Intensifican su presión. No hay que olvidar que en 1968 todo comenzó en mundo con pequeños enfrentamientos de jóvenes y soldados.