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El Querétaro femenino

QUERETALIA

por Andrés Garrido del Toral
30 septiembre, 2020
en Editoriales
ANDRÉS GARRIDO DEL TORAL / EL QUERÉTARO TOPONÍMICO
36
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El convento de Santa Clara de Jesús era principal refugio que
había en Querétaro para las mujeres solteras

Estimados lectores, basado en un estudio de John C. Super so­bre la vida de las mujeres en el Querétaro virreinal, transcribo algunos interesantes puntos hoy que todo México nos unimos en favor de la no violencia contra nin­guno de los géneros.

Los colonizadores españoles, liberados de las responsabilidades del matrimonio y con el único de­seo de obtener oro y de alcanzar la gloria, vivían en el libertinaje, bebiendo mucho; jugando excesi­vamente y haciendo vida marital con las mujeres indígenas. Como éstas no daban el mismo sentido de permanencia a las relaciones sociales que les habrán dado las mujeres españolas, surgió una so­ciedad turbulenta y desordenada.

Durante las primeras décadas de la existencia de Querétaro, cuando era un poblado fronteri­zo y comercial asentado preca­riamente entre la Ciudad de Mé­xico y las minas, había un mayor número de hombres que de mu­jeres. La escasez de mujeres pro­bablemente contribuía a la ins­tabilidad social. En los registros notariales, eclesiásticos y de la In­quisición que han examinado de 1590 a 1630, aparecen 462 muje­res españolas.

De 1600 en adelante, el núme­ro de mujeres españolas y su pro­porción con relación a los hom­bres se incrementó al grado de que para el fin de la época colonial era mayor que el de los hombres. En 1777 vivían en Querétaro 2,330 mujeres en comparación con 2,194 hombres; en 1778 vivían allí 3,025 mujeres y 2,307 hombres.

Distinciones sociales y civiles

Para el siglo XVIII el ser de ori­gen español tenía mucho menos peso social respecto a las mujeres.

El título de “doña” fue siempre la distinción que se podía obser­var más fácilmente en cuanto al rango social de las mujeres. Las familias que habían inmigrado a Querétaro y habían adquirido la propiedad de grandes extensio­nes de tierras, logrado así un lu­gar destacado social y económi­camente apoyado en el tamaño de sus fincas, daban a sus hijas el tí­tulo de doñas. El uso del título por parte de las hijas (y de los hijos) fue un paso significativo hacia la legitimación social de las familias de inmigrantes.

Las leyes españolas hacían distinciones entre las mujeres de acuerdo con su estado civil. Las mujeres eran o bien solteras o ca­sadas o viudas y sus derechos de­pendían en parte de su estado. Las solteras que vivían bajo la autori­dad de sus padres o tutores, eran las que tenían menos derechos. Las viudas que tenían el derecho de comparecer ante los tribunales, de subscribir contratos y de admi­nistrar sus propios bienes. La mu­jer casada quedaba en una posi­ción intermedia.

En general las leyes españolas colocaban a las mujeres en una posición subordinada.

La familia preocupaba de ma­nera especial a la Corona, que la consideraba indispensable para la colonización. Consecuentemen­te, las leyes procuraban aumen­tar el número de mujeres y alen­tar el matrimonio.

Los colonos casados recibían más tierras, exenciones especia­les para impuestos, indígenas pa­ra la construcción de su casa y pre­ferencia para los cargos burocrá­ticos.

La dote

La dignidad era una calidad que no se tomaba a la ligera. La manera más segura de conservar­la consistía en tener una dote ade­cuada. Era un sistema bien con­trolado de reglamentar el aspecto económico de los lazos matrimo­niales desde el punto de vista de las dos partes.

Los hombres ocasionalmente hacían algún obsequio de valor co­mo reconocimiento por la dote o por la nobleza y virginidad de sus prometidas. Estos obsequios per­tenecían de manera inalienable a la mujer y eran administrados y controlados por ellas.

Las dotes religiosas, sin em­bargo, no vinieron a menos como las seculares.

El convento de Santa Clara de Jesús era principal refugio que ha­bía en Querétaro para las muje­res solteras. La hermana Miriam Ann Gallagher, en el estudio que hizo de las profesas de 1724 a 1774 analizó las razones por las que las mujeres se recluían en el conven­to. Había muchas que tenían re­laciones muy antiguas con el con­vento antes de profesar, que vi­vían allí desde que murieron sus padres. Otras no tenían dote sufi­ciente para poderse casar en el ni­vel social que pretendían: y otras más tenían una verdadera voca­ción religiosa.

Las monjas de los conven­tos de Querétaro constituían un grupo muy selecto, ya que en to­tal eran solamente 197 en 1777 y 201 en 1773.

Los padres peninsulares pro­bablemente recurrían más al con­vento porque se les dificultaba aceptar la idea de que sus hijas se casaran con mestizos o con casti­zos, lo cual hacían las muchachas de la localidad cada vez con mayor frecuencia en esa época.

Durante todo el siglo XVIII el convento desempeñó un valioso papel social. Era una institución que se amoldaba a los valores y a los ideales de la sociedad espa­ñola, haciendo así que Querétaro fuera una más completa comuni­dad europea. De manera específi­ca por el hecho de dar una alter­nativa para el matrimonio ayu­daba a grupos sociales a eludir el cada vez más difícil problema de encontrar un marido para sus hi­jas.

Las mujeres y los negocios

Las mujeres ingresaban en el mundo de los negocios de la lo­calidad de varias maneras. Ade­más de la dote, recibían herencias de sus padres y de sus parientes. También recibían legados de sus esposos y de otros miembros de la comunidad.

Las mujeres obtenían la rique­za por medio de sus inversiones y de la administración de todos los conceptos anteriores o median­te su propio trabajo. La riqueza arrojó a las mujeres hacia la eco­nomía como una catapulta dán­doles una fuerza económica igual a la de muchos hombres.

Las viudas en atención a sus circunstancias, tenían general­mente más razones para partici­par en los negocios que las muje­res casadas o solteras.

Los intereses económicos de las mujeres casadas son más difí­ciles de comprobar mediante do­cumentos. Como esto se debe en parte a las restricciones legales, no se refleja la verdadera impor­tancia que tenían las mujeres en la economía.

Aún menos visibles que las mujeres casadas eran las solte­ras, cuyo número era cada vez mayor en el siglo XVIII. La esca­sez de documentos de que se dis­pone acerca de los detalles de su vida nos hace suponer que la ma­yoría vivía como las solteras indí­genas y las mestizas.

Las mujeres y la familia

El hogar era la sala de juntas donde se fraguaban las estrate­gias económicas. Para alcanzar el éxito era preciso utilizar correcta­mente los amplios lazos de sangre y personales de la familia. Pero es­tos lazos no tenían su origen in­mediato en la unidad de residen­cia de la familia entera.

Los sirvientes cuyo número erra variable según las posibili­dades de la familia, incrementa­ban en poca cuantía el tamaño del hogar.

Debido a las constantes rela­ciones que había entre los sirvien­tes y los miembros del hogar, las actitudes hacia ellos eran perso­nales. Los amos y las amas de ca­sa frecuentemente los considera­ban como miembros de la familia. En los testamentos se establecían disposiciones tanto en favor de los sirvientes con los que no se tenía parentesco como en el de los hijos que los sirvientes mujeres tenían con los jefes de familia. Cuando los hogares eran grandes y de di­versa formación étnica tenían gran importancia para estable­cer una uniformidad cultural en la población.

En los hogares vivían en pro­medio 5.5 personas y general­mente estaban restringidos a los miembros inmediatos de la fami­lia o a los sirvientes.

Tanto dentro como fuera de su casa las mujeres de Querétaro se sentían poco limitadas por las le­yes y costumbres relacionadas con la patria potestad. De conformi­dad con éstas el padre era la auto­ridad legal de la familia y tenía la responsabilidad de su esposa y de sus descendientes directos.

Dentro del hogar las mujeres ejercían una gran influencia sobre los asuntos sociales y económicos, ostentándose en muchos casos co­mo iguales a los hombres.

Foto: ROTATIVO
Etiquetas: familiamujerQuerétaro. economía

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