Asqueado de las redes sociales y de la frivolidad humana, quise reencontrarme con mi ser interior, con el consciente que yo mismo escondí a través de mis estupideces. Con ganas de evadirme de todo lo que me hizo frágil tomé mi camioneta y emprendí el camino al cerro más alto de Querétaro, a mi amada montaña de El Zamorano, eminencia volcánica que mide 3,300 metros sobre el nivel del mar y desde donde se domina la vista a la mayor parte de mi entidad. Pagué un moche a los ejidatarios del Ejido Patria y pude llegar al bosque de “Los Enamorados”, absteniéndome de volver a subir a la cima por miedo a los guardias de TELEVISA y a la radiación de las ondas magnéticas de las antenas del Canal de las dizque Estrellas y el agringado Canal 5.
Mi vacío interior me exigía un aprendizaje con el Maestro de Maestros, con el Carpintero más Inteligente y Feliz de todos los tiempos, por ello, al llegar la hora del crepúsculo, armé mi tienda de campaña y me puse en una banca improvisada a contemplar el cielo estrellado, adivinando la salida de mi novia eterna, la Luna, en el oriente interrumpido por el cerro de El Mintehé en mi vieja Cadereyta. Todavía alcancé a escribir a mi esposa, a mis tres hijas y a mis nietas Clío y María, que mi cielo sin ellas carecería de estrellas. Oí a las lechuzas, a los lobos muy lejos, divisé los poblados de La Zorra y Trigos, pero también con inmensa añoranza las antenas con luces rojas de mi Cimatario.
Después de meditar con San Gabriel, San Rafael y San Miguel arcángeles, me quedé profundamente dormido, hasta que como a las dos de la madrugada sentí que una voz tierna y varonil me sacaba de mis sueños y me pedía prestarle atención y que todas mis cargas se las dejara a él. Me sobresalté al distinguir la figura de un gigante como de dos metros, con melena, barba y bigote, túnica blanca, rasgos semitas y egipcios, de piel morena clara, pero con unos ojos cafés claros que despedían una luz y una ternura inmensas. Me invitó a que nos sentáramos en la fresca hierba para dialogar sobre cómo ser feliz en este mundo. Le pregunté su nombre y me contestó que Jeshua, y que venía de Israel, Egipto y la India.
Lo primero que me advirtió fue que ser feliz no era estar siempre alegre sino reinventarse con el dolor; no era ser inmune a las frustraciones sino administrar los pensamientos; no era dejar de atravesar las crisis sino escribir los capítulos más importantes de nuestra vida en los momentos más difíciles de ella. Con cierta tristeza me hizo ver que la educación moderna forma mentes frágiles que no saben llorar, reinventarse, reciclar su ansiedad, tener autocontrol. Me acordé entonces que Jesús El Nazareno siempre formó mentes saludables, libres, resilientes, emocionalmente protegidas.
El misterioso hombre me afirmó que desde hace muchos siglos los ricos quisieron comprar la felicidad, pero que ella les ha gritado: “No estoy en venta”. Las celebridades quisieron seducirla con su fama, pero ella les susurró: “Estoy en las cosas más simples y anónimas”. Los altos mandos militares quisieron dominarla con sus armas, pero ella les expresó de manera categórica: “Soy indomable”. Los jóvenes quisieron capturarla con los placeres rápidos y ella les proclamó: “Los sueños sin disciplina producen personas frustradas, y la disciplina sin sueños produce personas fracasadas”. Los seres humanos siempre buscaron y buscan la felicidad, pero muchos de ellos murieron como mendigos emocionales aunque hayan vivido en majestuosos palacios; millones de personas son infelices y enferman emocionalmente con facilidad -, me dijo con dolor.
Me atreví a interrumpirlo para decirle que solamente el Mártir del Gólgota había enseñado la gestión de la emoción. ¿Quién podría imaginar que Jesús llamó junto a él a alumnos que solamente le daban dolores de cabeza como el ansioso Pedro, el inestable Juan, el soberbio Judas Iscariote, el paranoico Tomás, el corrupto Mateo o los lentos gemelos, para que vaciaran sus egos, fueran empáticos, líderes de sí mismos y pacificadores de su propia mente y la de los demás? ¿Por qué estamos ante la generación más triste de todos los tiempos si tenemos la más poderosa industria para financiar el placer de toda la historia? ¿Por qué toda la humanidad está enfermando emocionalmente si la medicina, la psiquiatría y la psicología han dado saltos sorprendentes?
El carismático hombre me contestó que “el homo sapiens de la era digital es egocéntrico, luchaba por sus países, partidos políticos, religiones, sectas, equipos deportivos, por sus corrales ideológicos, pero rara vez pensaba como humanidad y se preocupaba por ella”. A medida que la luz de la fogata que había encendido delataba más los rasgos de ese peregrino tomé valor para preguntarle si él era ese hombre que a los dos años de nacido fue perseguido a muerte por Herodes El Grande, que en la adolescencia trabajó con las mismas herramientas que al algún día lo matarían como la madera, clavos y martillos. Ese hombre-Dios tenía desde el vientre materno motivos para ser ansioso y depresivo pero apabullantemente proclamó los códigos de la felicidad en su Sermón de la Montaña. Era un súper dotado que trabajó las herramientas de la administración de la emoción muchos siglos antes del nacimiento de los estudios psiquiátricos y psicológicos.
No contestó a mi pregunta, pero con una sonrisa triste me expresó que la educación mundial es racionalista, que forma seres humanos libres por fuera pero presos por dentro. Las personas de todo el mundo conmemoran trivialmente el nacimiento de ese personaje pero sus ideas no podían entrar en el medio educativo por un exceso de celo o temor al principio de la división del Estado con las Iglesias”.
Le comenté a mi interlocutor que para algunos intelectuales Jesús era alguien depresivo y debilitado emocionalmente. Para mí, Jesús tuvo una de las mentes más sorprendentes de la Historia, si no es que la más grande de ellas, pero también agregué que es el menos conocido del mundo en cuanto a estudios de su mente. Los billones de páginas escritas sobre él versan en cuanto a su divinidad o no, pero nunca estudian al hombre. La educación clásica racionalista está en la Edad de las Cavernas comparada con los entrenamientos emocionales que impartía el galileo. “Una educación racionalista que desprecia la gestión de la emoción no desarrolla mentes libres y autónomas. Las universidades no están formando pensadores sino repetidores de conocimiento”, asintió mi visitante. Agregó además que “Hitler era paradójico: era vegetariano porque no quería que los animales sangraran, pero condujo a millones de inocentes a la muerte en campos de concentración, incluidos niños”.
Mi interlocutor tomó aire para decirme que el primer código de la felicidad es el de “Felices los que vacían su ego, porque de ellos es el reino de la sabiduría”. “El discurso más famoso de todos los tiempos, que es el de “El Sermón de la Montaña”, es en realidad un entrenamiento emocional para ser feliz, nada más que hay que leerlo entre líneas, no literalmente. Los conceptos, ideas y palabras de una temporalidad no corresponden exactamente a los de otra”, me advirtió, poniendo como ejemplo la palabra “Bienaventurados”, que realmente significa “felices”. Estaba decepcionado de iglesias y sectas intolerantes, aun de las cristianas, porque vivían cerradas a los cuestionamientos y los cuestionamientos son combustible para una mente libre. “El ser humano no nace feliz, sino que entrena su emoción para serlo.
Me explicó que el pensamiento de Jesús fue y es revolucionario que tiene una línea directa con la felicidad. Hay muchos ricos emocionalmente pobres, muchas celebridades profundamente aburridas, muchos intelectuales deprimidos y muchos líderes religiosos sin encanto por la vida. “Felices los que vacían su ego, los empáticos, los que administran su ansiedad, los sedientos por transformar la sociedad, los solidarios, los transparentes de corazón, los pacificadores de la mente y los que se reinventan en cada difícil prueba. El conjunto de códigos para promover la prevención de los trastornos emocionales y sociales está en El Sermón de la Montaña”, expresó contundente mi brillante Yeshua. Claro que la prevención es vital para que tengamos sociedades, empresas, universidades, familias, personas y religiones saludables, no enfermizas, concluí. Sin gestión de la emoción no hay inteligencia emocional.
Al volver a disertar mi contertulio me aclaró que en el pasaje de que “felices los que empobrecen en su espíritu”, no debe interpretarse como una apología de la pobreza, de la miseria material, sino de un vaciamiento de uno mismo, incluidas la basura mental que uno guarda y recicla por años”. “Jesús entrenó a sus seguidores para que desinflaran el ego, desocuparan la mente de los prejuicios y le quitaran obstrucciones el propio intelecto de las falsas creencias, de las verdades absolutas, de la arrogancia y de la autosuficiencia. Es imposible liberar la creatividad sin esta primera herramienta”, me indicó seguro Yeshua. Les vendo un puerco racionalista. (Continuará).