Ya desde el siglo XVI existía el hoy poblado de Santa María Magdalena llamada también en ese siglo como Santa María Magdalena Andayomohí, que significa “tierra nueva”. Había más pueblos en los alrededores de Querétaro, pero eran destruidos con frecuencia por los indomables chichimecos. De la actual Cuesta China relata Ramos de Cárdenas que “de San Juan del Río a Querétaro se baja por una cuesta algo grande, aunque no muy agreste, porque por ella bajan y suben carros y carretas”. Los habitantes originales de la alcaldía mayor de Querétaro fueron gente venida de la provincia de Xilotepec, otomíes en su gran mayoría para enojo de los chichimecas. Por otro lado, Querétaro se negaba a pagar tributo a Xilotepec pero sí daba tributo a los encomenderos. En tiempos del Imperio azteca, la región que hoy es Querétaro pagaba tributos a éste –a través de Xilotepec- consistentes en mantas, gallinas, codornices y conejos, apremiando los cobradores con azotes a los sufridos contribuyentes.
Los naturales de esta tierra le dedicaban mucho tiempo y dinero a sus entierros y a la inmortalidad de las ánimas, además de que sus fiestas ordinarias duraban veinte días entre embriagarse y no trabajar. En otro orden de ideas, Ramos de Cárdenas dice que los sacerdotes indios no se podían casar y tenían que vivir en el templo so pena de castigos fuertes. Tenían como institución el “matrimonio a prueba”, es decir, se casaban y pasaban la noche juntos para la entrega carnal y, al otro día, decidían si iban a seguir juntos o cada quien se iba por su lado. ¡Qué gran idea! dirían mis amigos solterones. Los indios principales podían tener hasta cuatro mujeres y los comunes sólo una. Nos narra también el escribano en cita que el chile era muy caro por su gran demanda (le llamaba “la pimienta de los indígenas”). También los otomíes hacían sacrificios humanos con prisioneros de guerra, a los cuales descuartizaban y vendían sus partes como carne humana. La violación (aún entre esposa y marido), el robo, desobediencia a los padres y el adulterio tenían castigos muy crueles, pero no el homicidio, el cual ni pena tenía según Ramos de Cárdenas.
También apunta la Relación geográfica que San Juan del Río era más sano que Querétaro porque al primero lo baña el sol a plenitud y el viento lo sanea por todas partes, en cambio a éste no le da el sol tanto porque estaba lleno de arboledas y frutales, tiene más gente enferma (pero también más población) aunque también buenos hospitales y curanderos franciscanos. Sin especificar hacia dónde dice que a cuatro leguas de Querétaro hay una sierra agreste y montuosa. Especifica que los españoles llaman a esa serranía como “La Margarita” y los indios “Sierra de Zarzas”. Creo que puede tratarse de la sierra que nace en Santa Rosa Jáuregui y va hacia San Miguel de Allende. Qué lástima que la relación en cita no especificó la orientación como en otros casos sí lo hace, pero yo me atreví a pensar que es la que acompaña el camino a San Miguel de Allende por la conversación que tuve sobre ello con el doctor Juan Ricardo Jiménez. En un mapa antiguo localizado en el Museo de Sitio del Cerro de Las Campanas, se puede apreciar cómo destaca en esa sierra el “cerro Azul de las Nieves Eternas”, al que hoy le llamamos parque de La Barreta.
Deliciosamente narra Ramos de Cárdenas la presencia de sabinos sobre la ribera del río San Juan para pasar luego a describir la existencia de aguas calientes a tres leguas al poniente de la ciudad de Querétaro, en que habla de un pueblo llamado San Josepe (sic) Atla, es decir, “del agua”, deduciendo yo por la orientación de que se pudiera referir a las aguas termales y sulfurosas de San Bartolo (realmente es San Bartolomé Aguascalientes) y San José Agua Azul que ahora pertenecen a Guanajuato. Relata también el escribano real que los árboles más comunes en la zona queretana son los mezquites y una especie de cereza silvestre, cuyos frutos dejan tullido y encogido durante uno o dos años a quien la come y que no hay remedio más que el simple paso del tiempo (pudiera tratarse del apiracanto). Los españoles no lo conocen y caen en la trampa, al contrario de los naturales. Adiciona su información narrando que Querétaro era un gran productor de uvas, higos, granadas, duraznos, membrillos, limas, naranjas, limones, cidras, manzanas y algo de peras, pero que era tanta la fama de los duraznos queretanos que el mismo virrey Martín de Enríquez los mandaba pedir para su mesa. Los mercaderes españoles e indios se arrebataban las uvas queretanas para llevarlas a vender a la ciudad de México y su zona de influencia. Se refiere también la relación al aguacate como fruta sabrosa pero que “irritaba mucho el coito (sic)”. Para mí que es el colon o el estómago, porque coito es el ayuntamiento carnal…quién sabe qué quiso decir allí el escribano en cita. En este orden de ideas, también se anota que los indios hacían vino de higo para emborracharse; que el tomate rojo y verde florecía abundantemente y que los religiosos sembraban en el huerto de su convento franciscano garbanzos, pepinos y todo género de verdura, además de que existía una hierba con flor morada llamada “tlatlacistly”, buena para curar la tos y heridas graves. Subraya que en materia de fauna silvestre había en la región muchos leones pardos y coyotes, pocos tigres y que aquéllos comían ovejas, terneras y gallinas de Castilla. Que las minas de plata eran poco explotadas por temor a los ataques chichimecas que eran dueños de esos territorios mineros. Agrega además de que la sal que se consumía en Querétaro era traída de México, muy buena para cecinas, ya que la originada en Michoacán era más blanca pero menos buena en sabor.
En materia de vivienda apunta que las casas de los indios eran pajizas, chicas y ahumadas, algunas sí hechas de adobe, por el miedo a los chichimecas, pero al fin, “todas bajas y ruines”. Anota que los españoles se dedicaban en su mayoría a la crianza del ganado y que de San Juan del Río a México había dos rutas: un camino largo por tierra llana y otro corto por tierra llana sembrada de piedras. Subraya que en materia de jurisdicción eclesiástica Querétaro rendía cuentas al obispado de Michoacán mientras que San Juan del Río pertenecía a la arquidiócesis de México; algunos religiosos de Santiago de Querétaro también obedecían a la arquidiócesis de México lo que provocó el llamado “Pleito Grande” entre las dos instituciones religiosas. En el convento de San Francisco sólo había de cinco a seis frailes, cuando el monasterio tenía capacidad “para veinte o más dado la riqueza de las limosnas y la construcción”. Nos dice también que el nuevo hospital que fundó Conni para indios y españoles pobres en las goteras del pueblo (actual edificio del Museo de Arte Sacro en la esquina de Allende y Madero) fue a consejo de un fraile franciscano de nacionalidad francesa llamado fray Juan Jerónimo, para cuya manutención lo dotó de una estancia de viñedos y nueve mil ovejas. Un hospital improvisado, más bien enfermería, estuvo mantenido por Fernando de Tapia en el convento de San Francisco.