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El Querétaro de aparicio

QUERETALIA

por Andrés Garrido del Toral
6 agosto, 2020
en Editoriales
ANDRÉS GARRIDO DEL TORAL / EL QUERÉTARO CHACOTERO
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 Hoy en día admira aún la obra titánica de Sebastián por sus vastas y grandiosas proporciones: tuvo que allanar hondonadas, rodear montes, construir puentes de madera, llevar provisiones para sus trabajadores y, sobre todo, lograr la amistad con las tribus chichimecas, tristemente célebres por su ferocidad y canibalismo

Antes de ser hacienda, Carretas fue venta y mesón para refaccionar y alimentar a las caravanas de expe­dicionarios que iban al Norte pa­ra explotar las minas de Zacate­cas y ya luego las de Guanajuato y San Luis Potosí. Ese sistema de re­cambio de bestias y de carretas con ruedas fue introducido a la región queretana por el ahora santo Se­bastián de Aparicio, cuyos restos yacen en el templo franciscano de Puebla de los Ángeles. Sebastián de Aparicio fundó allí la venta y mesón precisamente porque esta­ba la orilla del Camino Real, y el 3 de enero de 1562 se consolidó con la autorización real para construir la Venta y Mesón que daba hacia el real camino en su frente principal, siendo la entrada de la servidum­bre la que ahora observamos y que da como fachada hacia los famosos arcos queretanos. También apar­te de ser hacienda agrícola y gana­dera, “Nuestra Señora del Rosario de las Carretas” fue obraje, es de­cir, fábrica de textiles, propiedad del aristócrata Juan Antonio del Castillo y Llata, tal y como consta en los mapas y archivos conserva­dos por el INAH.

Sebastián de Aparicio del Pra­do es el personaje clave para es­tudiar los orígenes del Mesón de Nuestra Señora de Las Carretas, mismo que desde su natal Galicia emprendió el viaje allende el At­lántico en busca de mejores con­diciones de vida, que eran desde su nacimiento las de un humilde campesino. Cuentan sus biógrafos que llegó a Veracruz en 1533, a la edad de treinta y un años (nació en 1502 en La Gudiña, Orense). En el viaje de la costa hacia la hoy Ciu­dad de México se dio cuenta del sufrimiento de los viajeros por el fangoso y empinado camino, ade­más de la forma en que los “tame­mes” o cargadores eran explotados y azotados por los encargados de las recuas de carga. Allí, en medio de un sentimiento de piedad, fue ideando cómo mejorar el trecho de Puebla rumbo a la capital novohis­pana y el introducir la rueda y fa­bricar carretas que ayudaran a los pobres indios en la penosa tarea del trasiego de mercancías, lo que logró hacer realidad instalando su negocio y taller en Jalapa, asocián­dose con un carpintero poblano.

Asentado en Puebla de los Án­geles, con una considerable ex­tensión de tierras de cultivo y de ganado, hizo uso de las exencio­nes fiscales que le había otorgado mediante contrato la Casa de Con­tratación de Sevilla, haciendo una considerable fortuna. Dicen que al enseñar a los rancheros a usar con maestría la cuerda con el ganado mular, vacuno y equino y el ara­do se convirtió en el primer cha­rro mexicano.

Con afán empresarial muy pronto obtuvo concesión de la Co­rona española para construir, am­pliar y mejorar caminos en el terri­torio novohispano. Ideó rutas pa­ra el comercio y el transporte y se convirtió en el primer empresario transportista de la Nueva España. En 1542 rompe su sociedad con el carpintero poblano y se traslada a la ciudad capital del virreinato donde se construía el camino real hasta las minas de Nuestra Seño­ra de los Remedios de Zacatecas, por lo que obtuvo autorización pa­ra abrir caminos y ofrecer viáticos y refacciones a los viajeros, debien­do hacer relaciones con los indíge­nas de los pueblos por donde pa­sara la vereda.

Hoy en día admira aún la obra titánica de Sebastián por sus vas­tas y grandiosas proporciones: tu­vo que allanar hondonadas, rodear montes, construir puentes de ma­dera, llevar provisiones para sus trabajadores y, sobre todo, lograr la amistad con las tribus chichi­mecas, tristemente célebres por su ferocidad y canibalismo. Ante esta obra de gigantes y de santos, Sebastián no se arredró. Su men­te y su corazón aspiraban a mayo­res cosas y en pocos años vio termi­nada la obra que lo inmortalizaría para siempre. Sus cuadrillas de ca­rretas recorrieron aquellas larguí­simas distancias sin ser molesta­das por los chichimecas, quienes al ver la mansedumbre y caridad con que los trataba Sebastián le ama­ron, le protegieron y nunca le hi­cieron mal alguno. Esas mismas cuadrillas se convirtieron tam­bién en seguro refugio para los pasajeros y gracias también a los esfuerzos de Sebastián los peque­ños poblados aumentaron consi­derablemente, como la ciudad de Santiago de Querétaro.

En 1552 vende sus mesones y carretas para dedicarse por com­pleto a su hacienda y ranchos, quedándose a vivir en la ubicada en Azcapotzalco, donde contrajo matrimonio dos veces y dos veces quedó viudo al poco tiempo de ca­sado, sin descendencia. Ante esta desgracia retoma su trabajo como hacendado y decide tomar la vi­da religiosa, misma que le es ne­gada en forma inmediata, porque requería probar su fe y capacidad física. Es entonces que entra co­mo criado al convento de las cla­risas de la ciudad de México, mis­mas a las que les dona veinte mil pesos de su peculio, quedándose solamente con mil pesos para él.

Comprobada su vocación el 9 de junio de 1574 viste el hábito franciscano como novicio, desti­nado al convento de San Francisco en la ciudad de México. También estuvo en el convento de Santia­go de Tlatelolco donde inicia una tradición de bendecir los vehícu­los nuevos, que se mantuvo has­ta 1962 en el atrio del templo. El 13 de junio de 1575 hace sus vo­tos y entra como fraile a la Orden Franciscana, destinado al conven­to de Santiago de Tecali, en las cer­canías de Puebla de los Ángeles, donde le es dado el oficio de limos­nero, lo que lo hace recorrer los ca­minos de Puebla, Tlaxcala, Vera­cruz y México. Muere el 25 de fe­brero de 1600 luego de una larga agonía. Cuatro días después, acu­de a su entierro una gran cantidad de personas. Su cuerpo fue depo­sitado en el templo de San Fran­cisco de Puebla de los Ángeles, mortaja que continúa allí sin co­rromperse, como si durmiera so­lamente.

Es hasta 1768 que se inician los trabajos para su beatificación, di­rigidos por Mateo de Ximénez y se logra su beatificación por el pa­pa Pío VI el 17 de mayo de 1789, a la cual sigue el trámite de su ca­nonización, cosa que hasta hoy, 2020, no se ha logrado. Tanto en su pueblo natal La Gudiña, Es­paña, como en el lugar donde se conservan sus restos en Puebla, se bendicen los automotores y lo con­sideran el patrono de los automó­viles y los transportes terrestres. Su cuerpo, con más de cuatrocien­tos veinte años de muerto, perma­nece expuesto en una urna con pa­redes de cristal. También se cuenta que él inició a finales del siglo XVI la festividad del Día de Muertos en lo que hoy es México como una forma de sincretismo entre lo pre­hispánico y lo cristiano.

Como empresario carretero y explorador de rutas llegó a San Juan del Río en 1547 y a Querétaro poco tiempo después, asentando el Mesón y la refaccionaria de carre­tas precisamente en el terreno que más tarde ocupará la hacienda y el obraje del mismo nombre, cuando todavía había restos de la “Laguna de los Patos”, en terrenos anexos a la hacienda de Patehé, ubicada al nororiente del pueblo de indios de Querétaro.

En el año de 1562 don Diego de Saldívar construyó una venta en el paradero con alojamientos para pasajeros, con descargade­ros, con corrales, y con todo lo ne­cesario para dar servicio a las ca­rretas de fray Sebastián. Es decir, el servicio de refacciones de ca­rretas fue de Sebastián de Apari­cio, pero el dueño del mesón y de los servicios de alimentación fue Diego de Saldívar. Se conjugaron excelentemente ambos prestado­res. Por ello, en 1561, el virrey Lo­renzo Xuárez de Mendoza, otorgó el territorio a Diego Saldívar para que en él se construyera una ven­ta con alojamientos estilo mesón y los servicios necesarios. Para el cronista Adonaí Infante el anti­guo mesón de Carretas subsistió en lo que hoy serían las esquinas de Ejército Republicano y Circun­valación, que al fin de cuentas era el principal Camino Real de Tie­rra Adentro. A mí que me tocó ver hasta 1981 las ruinas de un edificio color blanco con torreones, fuertes y contrafuertes, que fue completa­mente derruido cuando se cons­truyó la Plaza de las Américas y una escuela primaria y preesco­lar, me cabe el argumento de que esa edificación no era el Mesón de Carretas sino la famosa Garita de México, entrada y salida principa­les de Querétaro del siglo XVI y hasta el XX. Les vendo un puerco ateo e ignorante.

Foto: Especial
Etiquetas: CarretasGUANAJUATOhaciendaINAHSan Luis PotosíZacate­cas

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