Si bien los queretanos eran en su mayoría conservadores y apreciaban a la persona de Maximiliano de Habsburgo, ellos no decidieron que viniera el pseudo emperador a la ciudad de Querétaro en febrero de 1867 a librar la que sería su última lucha para conservar su imperio de nopales y tunas. Los que le aconsejaron venirse a la indefendible Querétaro fueron los antiguos conservadores, “viejos pelucas” –como él les llamaba precisamente-, para que sus bienes, libertades y vidas que se encontraban en la Ciudad de México fueran preservadas de una posible entrada de las fuerzas juaristas a bayoneta calada.
La ciudad queretana sufrió en 71 días, del 6 de marzo al 15 de mayo de 1867, lo indecible, como epidemias, sed, hambruna, violaciones a los derechos humanos, requisas, violaciones y ejecuciones cruentas, todo por ser el escenario no buscado de este parto doloroso que dio nacimiento al Estado Mexicano Nacional, cosa que no se logró en la lucha insurgente de 1810-1821.
El Querétaro de 1867 tenía una población fluctuante entre 40,000 y 37,000 habitantes, porque después de la retirada de las tropas galas un gran número de habitantes del campo y de las poblaciones cercanas buscaron refugio en la capital queretana con la falsa ilusión –desgraciadamente para ellos- de que iban a estar a salvo de la guerra y sus horrores.
Nuestra prócer ciudad de Santiago y sus alrededores fueron testigos de los hechos más representativos de tan destacados acontecimientos para la historia patria, los más importantes del siglo XIX mexicano, porque sin duda dio una lección el presidente Benito Juárez a las potencias europeas de que nunca más ninguna de ellas tendría injerencia en los destinos de América.
El triunfo republicano y el fusilamiento de Tomás Mejía, Miguel Miramón y Fernando Maximiliano de Habsburgo en Querétaro hizo que tanto el país como Querétaro aparecieran en el mapa mundial, ya que antes de eso difícilmente los habitantes de las naciones del mundo identificaban a nuestro país, creyendo algunos que México estaba enclavado en el continente africano.
A 153 años de esos importantísimos fastos no podemos dejar de resaltarlos porque representan a la patria sangrada pero no vencida; la que pudo reponerse de la ambiciosa intervención napoleónica gracias al tesón de sus hijos que no escatimaron sangre, sudor y lágrimas hasta ver al enemigo postrado en su trono de nopal y espinas.
Sin duda alguna, el Sitio de Querétaro es el evento más importante que haya tenido lugar en nuestra tierra queretana, pues significó el logro de nuestra segunda Independencia y mucho más integral que la de 1810-1821, por sus alcances políticos, sociales y económicos, ya que significó anular los odiosos fueros y privilegios a favor de unos cuantos y fundar realmente la nacionalidad mexicana. El Sitio de 1867 duró 71 días, del 6 de marzo al 15 de mayo.
El día 7 de marzo de 1867 la ciudad ya estaba rodeada, pero los sitiadores sólo formaban una débil cortina, fácil de romper en todas partes, sobre todo por El Cimatario al sur.
La línea de circunvalación tenía una extensión de 8 kilómetros, lo que nos da una idea del tamaño tan minúsculo de ese Querétaro, que apenas llegaba a 37,000 habitantes. Siguiendo las manecillas del reloj describo la línea sitiadora desde La Cruz, Carretas, Callejas, Casa Blanca, El Jacal, La Capilla, San Juanico, Cerro de Las Campanas, San Gregorio, San Pablo, La Laborcilla, San José de Los Álamos y San Isidro. El cerco se cerró de manera definitiva hasta mediados de abril, cuando llegaron las fuerzas de Vicente Riva Palacio y se apoderaron del sector sur que da a El Cimatario. Al comenzar el sitio las fuerzas republicanas llegaban a 31,000 hombres, mientras que las imperialistas eran en número de 9,000 elementos; al ser tomada o entregada la plaza el 15 de mayo, aquéllos eran 50,000 contra 5,000 de éstos, o sea, una desproporción de fuerzas que significó la caída de la ciudad prócer en manos chinacas.
El general en jefe de los republicanos fue Mariano Escobedo, de discreta capacidad, la que era muy criticada por compañeros suyos de carrera militar como Sóstenes Rocha y Ramón Corona sin contar a Treviño, Régules, Ignacio Manuel Altamirano, etc. Por el lado imperialista estaba al mando de las fuerzas Leonardo Márquez, provocando esto el enojo del mejor guerrero de ultra derecha como lo fue Miguel Miramón Tarelo, general de división a los 26 años de edad y presidente de la República a los 27 años cumplidos. Los queretanos odiaban a los franceses por los excesos cometidos desde 1863 en que llegaron al mando de Forey, destruyendo lo que quedaba de los conventos y templos, violando mujeres, profanando imágenes religiosas, torturando y encarcelando sin motivo alguno a los pacíficos lugareños, además de ruinosas exacciones fiscales. Pero Maximiliano sí era muy querido entre mis paisanos, sobre todo por tener entre sus filas al ex gobernador Tomás Mejía.
Las calles queretanas en 1867 eran irregulares o inclusive en forma de biombo y se cruzaban en ángulos rectos. Las casas, en su mayoría de un solo piso, de construcción muy maciza y con azoteas que se prestaban para la defensa. Los pisos generalmente eran de piedra, por lo que la madera se usaba solamente para las vigas, puertas y ventanas. Aun los vecinos más potentados tenían pocos muebles, concluyendo que la capa más pobre de la población dormía y comía sobre alfombras de paja. Por esta razón, era imposible reducir a cenizas una ciudad de cantera y canto. La existencia de tantos conventos e iglesias fuertes y señoriales mansiones facilitaron que Maximiliano y sus compinches decidieran venir a la “levítica ciudad” a dar la que sería la última de las batallas.
Llama la atención las edades tempranas de los protagonistas del Sitio en estudio: Riva Palacio tenía al comenzar el cerco a Querétaro 32 años de edad, Ramón Corona 29, Mariano Escobedo 41, Miramón 35, Maximiliano 35, Manuel Ramírez de Arellano 36, y “los viejitos” eran Mejía y Márquez con 47 años ambos. En conclusión, los protagonistas de un bando y otro –en su gran mayoría- eran hombres jóvenes con suficiente experiencia militar, de fecunda iniciativa, con diferencias profundas en sus objetivos de lucha.
El clima político era de beligerancia al comenzar la Intervención francesa, pero una vez que Querétaro se convirtió en bastión imperialista en 1867, las pasiones a flor de piel no darían lugar a muchos actos de generosidad y los miembros de una familia acabarían por delatar la filia política de sus propios padres y hermanos en una auténtica guerra sin cuartel.
Finalmente la espada rendida de Maximiliano aquel 15 de mayo en las inmediaciones del Cerro de Las Campanas le fue entregada a Juárez por medio de Mariano Escobedo.
¡No importa cuán patriotas, conservadores o juaristas seamos, pero no podemos menos que evocar con cierta nostalgia la sombría grandeza de este episodio de la Historia mexicana y queretana!