A petición de nuestros lectores y a manera de homenaje al Cronista del Estado y colaborador fundador de Plaza de Armas, Andrés Garrido del Toral(+), recuperaremos una selección de algunos de sus escritos publicados en esta casa editorial.
Desde siempre hubo enamorados y lúbricos incontinentes en mi bendita tierra queretana, pero si usted tiene dudas le invito a leer la exquisita obra de Rodolfo Anaya Larios “Historia del prostitución en Querétaro”, donde lo mismo trata de curas calaveras y de señoras de la alta sociedad que se metían con sus esclavos y sirvientes.
Pero yo no me quiero trasladar hasta la historia remota, yo me conformo con tratar en esta columneja de las prácticas y lugares eróticos de los paisanos de esta Jerusalén de América y sus contornos a partir del siglo XX y lo que llevamos del XXI.
La vieja cueva de siete metros de profundidad y dos de ancho que estaba en el lado norte del Cerro de las Campanas ya desapareció con las obras de la explanada del Benemérito de las Américas en 1967, pero eso no quita que allí mismo Maximiliano de Habsburgo descubrió a una pareja de enamorados poniéndole Jorge al niño en marzo de 1867 cuando el archiduque quiso improvisar en ese sitio su oficina y cuartel general. En lugar de regañarlos, el muy también amoroso austriaco los felicitó por hacer el amor y no la guerra.
Pero nuestro histórico cerrillo -famoso por haber sido el cadalso del imperio- siguió siendo lugar de brujas, nahuales, aparecidos y amantes furtivos, lo mismo en los años treinta cuando fue declarado parque nacional por el presidente Lázaro Cárdenas y el gobernador Noradino Rubio Ortiz que cuando fue la sede de la UAQ a partir de 1972. Era normal ver en sus caminos de terracería y asfaltado, después, autos repletos de borrachines y drogadictos de todas las clases sociales adorando al dios Baco y hasta a Príapo y a Venus. ¡Cuántas honras no se perdieron en esos parajes una vez que el sol poniente agachaba su cerviz! Era común observar carros grandotes y pequeños –verbigracia vochos y Fiats- moviéndose como embarcaciones en mares embravecidos. Cuántos condones usados y recipientes de bebidas alcohólicas quedaban por el piso sin que los servicios municipales limpiaran por una mal entendida autonomía universitaria, que daba pretexto para esos excesos bacanales al no entrar tampoco las patrullas de Seguridad Pública y Tránsito.
Fue hasta el mes de noviembre de 1982 en que el rector Braulio Guerra Malo se fajó los pantalones y pidió el auxilio del honesto procurador general de Justicia, licenciado Gustavo García Martínez, y del director de la mal llamada Policía Judicial, abogado Luis Juárez Ramírez, para irrumpir durante dos noches seguidas a la caza de infractores de las normas del buen vivir. ¡Qué risa nos daba a los líderes estudiantiles la sarta de pretextos que los adúlteros daban a las autoridades tratando de explicar su presencia allí en compañía de sexis damas o caballeritos guapos cuando las lámparas gigantes de los policías les echaban la luz en sus consternados rostros! Unos decían que se les había descompuesto el carrazo Crown Victoria o el Galaxie que al ser puestos en marcha por los policía arrancaban inmediatamente, bajándose del auto los pecadores con la camisa desfajada, los pantalones en las rodillas o las faldas arrugadísimas.
Hasta en divorcios terminaron algunos de estos y de estas amorosos y amorosas descubiertas con las manos en el jocoque después de que su respectiva y legal pareja los iba a recoger a la comisaría municipal situada en El Cerrito, en Corregidora norte. De todo esto nos dimos cuenta los representantes estudiantiles que fuimos para “verificar” que no se les violentaran sus derechos a compañeros universitarios cogidos infraganti, entre los cuales destacaban Alonso Galván Galván, presidente de la FEUQ, y David Palacios Camacho, presidente de la Facultad de Derecho. Mientras los infractores eran trasladados a la cerril comisaría los autos eran llevados por cuicos al corralón situado en las faldas de El Cimatario. ¡Caro les salió a esos lúbricos amantes el quererse ahorrar el pago de un motelucho que en esas épocas andaba como en los doscientos pesos todo el día y no solamente unas cuantas horas!
Otro lugar favorito por los queretanos para cometer uno a uno sus siete pecados capitales era el mirador que estaba en las afueras del viejo aeropuerto de Menchaca, claro, siempre y cuando tuvieran coche, aprovechando que raramente pasaban por allí las viejas “julias” y patrullas de la policía encabezada por Sergio Pérez Nieto, Álvaro Arreola Valdés, Jesús Herrera Diezmarina o Reynaldo Sánchez Herrera. También el mirador que estaba en la carretera Querétaro-Huimilpan en la falda sur de El Cimatario sirvió como refugio a los enamorados de 1981 a 1993, hasta que la construcción del Centro Sur acabó con su discreción. Los amorosos amantes de la naturaleza se iban al Mesón del Prado (Juriquilla) y a las orillas de la presa de “El Cajón” en sus automóviles, con el riesgo de ser sorprendidos por la policía. Aunque usted no lo crea, en el hoy elegante Hotel Hidalgo se metían los teporochitos con las empleadas del servicio de limpia, todavía en 1991. Allá a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, enamorados furtivos y jodidos buscaban las sombras del panteón civil de La Cruz, donde hoy yacen los Queretanos Ilustres.
Los ricachones de los años cincuenta y sesenta no tenían pierde: se metían en los hoteles carreteros como “El Flamingo”, “El Jacal”, “María Teresa” y “El Azteca”, de Miguel Alemán Velasco, dejando jugosas propinas a los encargados a cambio de su discreción, ya que en ese viejo Querétaro todos nos conocíamos y los pocos que tenían coche eran bien identificados. En los años setenta se construyó el horroroso motel “El Danés”, con camas de agua -que parecían brincolines poco recomendables para parejas de obesos-, cuyos cuartos olían a humedad.
Ya a finales de los setenta y principios de los años ochenta proliferó la construcción y apertura de moteles en el antiguo libramiento a San Luis Potosí, hoy el flamante boulevard Bernardo Quintana, lo mismo que en la carretera libre a Celaya –hoy Paseo Constituyentes- que en la antigua carretera Constitución –hoy avenida 5 de Febrero. De todos ellos, el más famoso era el “Lisboa”, quizá por lo escondido o que no olía tanto a patas y desinfectante como el “Garaje” o el “Rey Midas”. Con la apertura a la diversidad sexual también abrió sus puertas el motel “Venus”, donde se hospeda el equipo de Coapa cada vez que viene a jugar contra Gallos Blancos o a juegos extraordinarios como la semifinal contra León. Dicen sus asiduos visitantes que lo más famoso de ese “Venus” son “las gorditas con chile”.
Amorosos más codos evitaban el pago a un motelucho y se metían con su auto o camioneta van polarizada a los estacionamientos viejos del centro de la ciudad, mismos que no contaban con vigilancia ni con cámaras de seguridad ni iluminación, ahorrándose esos palestinos quinientos pesos o cuatrocientos pesos, al pagar solamente la hora de estacionamiento invertida en sus cochinadas, dejando los autos oliendo a jocoque de tres días sin refrigerar. Los mariguanos del jardín Guerrero utilizaban las bancas y balaustradas del lado sur para echarle montón a la generosa “Piruja” que de todos se dejaba querer, sobre todo de los empleados federales que pululaban la zona.
Pero no solamente hay pecaminosos en la ciudad capital, también en los municipios del interior hace aire: los de Corregidora iban a “El Batán”, los de Huimilpan a la presa San Pedro, los de El Marqués a “Los Socavones”, los de Colón a la presa de “La Soledad” o a la laguna de Ajuchitlán, los de Cadereyta a “Las Fuentes” o a Zituní, los de Ezequiel Montes a la presita del barrio de “La Bola”, los de Bernal a los terrenos de “Pape” Trejo Cabrera, los de Peñamiller en el río Extoraz, los de Tolimán a las huertas ribereñas al río, los de Tequisquiapan a los sabinos y la vieja estación “Bernal”, los de Amealco al cerro de “El Gallo” y al de “Los Gallos” que no es lo mismo según el insigne maestro Pancho Perrusquía Monroy. Los de Jalpan fornican en la presa, los de San Joaquín en Campo Alegre y en Ranas, los de Pinal de Amoles en el mirador de “Cuatro Palos” o en el cerro de “La Calentura” (sugestivos ambos lugares), los de Arroyo Seco en los manantiales de Concá y los de Landa de Matamoros en “Valle de Guadalupe”. Los de Pedro Escobedo en la presa de Ajuchitlancito o en el balneario “Liramar” y los sanjuanenses en “La Venta”, en la presa Constitución de 1917 o en el río de Galindo. Les vendo un puerco cochinote.