Ya que en México hemos llegado al absurdo –kafkiano, sin duda, como lo definió la corresponsal del Financial Times, Christine Murray– de elegir “democráticamente” jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte, haríamos bien, por si acaso, en adentrarnos en El Proceso, que cumple precisamente cien años de haber sido publicada.
Su trama es muy conocida por muchos lectores, pero sobre todo ha sido encarnada y sufrida por un sinfín de personas que en todas partes se han enfrentado a un sistema judicial que ignora los derechos humanos y que es capaz incluso de retener y encarcelar a sus víctimas sin ni siquiera advertirles de qué se les acusa. Toda la impunidad, cerrazón e irracionalidad de un poder que no responde a la justicia sino, en todo caso, a otro poder (el político, que es el que lo controla) está retratado desde la primera página de esta gran novela: “Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido”.
Al igual que otras de sus obras, El proceso no habría sido publicada sin la determinación de Max Brod, quien a contracorriente, como se sabe, de la voluntad expresa de su autor y amigo, lo hizo posible a partir de todos los apuntes que este había dejado al morir. No fue fácil publicar al autor y menos al amigo que, en su momento, fue capaz de decirle a su editor, Kurt Wolff, “siempre le quedaré más agradecido porque me devuelva mis manuscritos que por su publicación”.
Albert Camus, en su ensayo El mito de Sísifo, interpretó El proceso desde la perspectiva del absurdo que entraña la condición humana: “En cierta medida,
es él [Kafka] quien Habla, si bien nos confiesa a nosotros. Vive y le condenan. Se entera de ello en las primeras páginas de la novela que él vive en este mundo, y aunque trata de remediarlo, lo hace, no obstante, sin sorpresa. Nunca se asombrará bastante de esa falta de asombro. En estas contradicciones se reconocen los primeros signos de la obra absurda”.
Sin embargo, el absurdo está en marcha más allá del hombre. Se hace presente a través de algo externo, la burocracia, de ahí que Der Prozess (su título original en alemán), sea leída también y sobre todo como la lucha del individuo contra un poder omnímodo, asfixiante y oscuro.
No hay libertad ni dignidad humana frente al poder totalitario. Hannah Arendt supo leer a Kafka (especialmente en Los orígenes del totalitarismo) anteponiendo estas claves interpretativas: las instituciones opresivas buscan despojar al hombre de los valores que lo hacen tal; el hombre es castigado y lo que menos importa es que sepa por qué. Pero siempre hay una “razón” que sólo el Estado comprende o dice comprender, aunque no la explique, esa es parte de la opacidad, del privilegio que tiene este tipo de poder para no rendir cuentas.
La pesadilla kafkiana se remite a este estado de cosas donde el hombre es tratado como un insecto (una apreciación que claramente estaba presente en kafka ya desde La Metamorfosis, aunque más desde la angustia personal). La impotencia ante su juicio, las vagas acusaciones que se le “imputan”, el no saber, el no entender… todo eso conforma la sofocante atmósfera en la que Josef K., el protagonista, se ve sometido inexorablemente.
Quién sabe si Josef K. vivía o había vivido en una democracia, pero es un hecho que para cuando lo detienen no hay el menor vestigio de Estado de derecho, ni de debido proceso, ni de los más elementales derechos humanos. Sólo queda la desesperación por no saber prácticamente nada sobre el tribunal que lo acusa, por no poder encarar a sus jueces y defenderse.
Tal vez en la nación de Josef K., como en México, la vida democrática y sus instituciones habían sucumbido a manos de un puñado de golpistas y traidores que pudieron más que la Constitución y sus defensores. No lo sabemos. Pero es un hecho que ahí sólo quedó abierta la puerta a la impunidad totalitaria y, en consecuencia, la desesperación de la pobre gente como nuestro personaje.
Hablando acerca de la aversión que llegó a suscitar Kafka entre los comunistas, el escritor francés Michel Carrouges decía: «Si la actitud de Kafka les resulta odiosa a tantos revolucionarios, no es porque ponga en entredicho explícitamente la burocracia y la justicia burguesa, crítica que ellos hubieran aceptado de buena gana, sino porque pone en entredicho, en realidad, a toda burocracia y a toda seudojusticia».
Puestas a ser dictatoriales, derechas e izquierdas tienden siempre a crear las mismas burocracias carcelarias, los mismos procesos kafkianos; y eso no solamente contra los disidentes o quienes no se ajustan a la uniformidad que imponen, sino contra quienes simplemente quieren vivir su vida, como acaso quería Josef K.
@ArielGonzlez FB: Ariel González Jiménez