Con breves modificaciones fue aprobada por el Congreso el 3 de octubre de 1824 y publicada el 25 bajo el título de Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos
El joven y adinerado José María Diez Marina, que durante años su familia ha tenido vaivenes como comerciantes importantes, busca desposarse con la hija de nada más que el Cavalier Juan María de Jauregui Canal, octavo Marqués de la Villa del Villar del Águila, un suceso que en propio le tendría que cambiar de su vida por completo, no solo por la aspiración a tan alta envergadura de corte, sino a la inquietud de que, al mando de su corazón, no hay quien les logre disponer de otra cosa.
Tanto José María como María Concepción Fernández de Jauregui Villaseñor llevaban ya varios años tratándose, enamorándose, buscando dentro de sus familias el lugar propicio para que se diera la relación, pero que de algún modo no añejaba el gusto del joven abogado con el flamante descendiente de la Villa —la familia de mayor caudal financiero del Querétaro de la Nueva España—.
Por la cabeza del recién esposo de la Novena Marquesa de la Villa del Villar del Águila pasan múltiples ideas y extravagantes comentarios acerca de lograr una comunicación directa con los recién electos diputados de la legislatura —una idea innovadora de lograr una estabilidad social por medio de representantes del modelo de lo que será un estado—.
Su contento va desde la preocupación de hacer bien la nueva encomienda por la que fue invitado —ser posiblemente el primer gobernador de este recién estado llamado Querétaro— y la otra parte, tener una libertad de toma de decisiones, no solo de esta perspectiva que se observa nueva, sino el de lograr llevar a cabo los pensamientos estudiados de su formación como abogado al encargo de una próspera y a la vez atribulada pequeña población de Querétaro, aún al mando de su recién allegada familia, del Octavo Marqués de la Villa del Villar del Águila.
Le esperan en su hogar una esposa que de abnegada no le ha sido tal acción, que de sumisa no se le mira y que de atenta a sus quehaceres maritales es la mejor que lúcida, pero al tenor de lograr una paz que requiere en su corazón ante este nuevo desafío.
La gran casa-palacio está integrada por una cochera —para el reluciente carruaje de tiro de caballos, corceles diestros y bien formados— le acompaña a la derecha el portón de ingreso, un hermoso zaguán lleno de flores aromáticas y al centro dentro de un patio de ocho arcos por lado, una reluciente fuente que se alimenta de propias aguas y caídas al desnivel que hacen brotar con fuerza el cristalino líquido.
Cada dos arcos coinciden con un desnivel y en par al caminar, una puerta de finas maderas, cristales, permiten al caminante vislumbrar lo majestuoso de los cuartos, que de frente se observa el salón principal.
Es de costumbre a estos lados que ya se prepare la habitación de lo que será el próximo hijo —varón o dama— porque ya los poderíos y arreos nupciales han sido demostrados —con la felicidad del cónyuge— la seguridad que María Concepción Fernández de Jauregui Villaseñor Novena Marquesa de la Villa del Villar del Águila —título en mano— cumplió con el protocolo de la noche de bodas, se les mira un atento dejo de felicidad —más de entusiasmo— por lograr probar las mieles de aquello que los románticos llaman pasión, pero que con recato y sin desorden, cumplen cabalmente con la tradición.
La llegada del flamante esposo ha llamado la atención de la servidumbre de casa —ha sido antes de lo previsto— así que todo gira en lograr atenderle y que coma en paz sus sagrados alimentos.
María Concepción le recibe con la genuflexión al esposo —igual que la servidumbre—.
—Con ansia esperamos tu llegada esposo mío, si me permitís solo un momento para lograr dejar preparado el lugar en donde serviremos la comida del día de hoy.
—¡Muero de hambre esposa mía!
—No es la manera de contestarme… — riendo un poco sin levantarse de la genuflexión.
José María tomó su pequeño libro de atenciones y protocolos que guardaba en su chaqueta —que a punto de solo ir aprendiendo— buscó el capítulo de la comida que a lujo de detalles explicaba el completo sentir y decir de las costumbres utilidades de la real comida —incluía el menú y como comerlo—.
—… es verdad una disculpa amada mía, mira… ¡ansío probar tan suculentos manjares de mi amada esposa…! —leía con atención.
La comida está lista y es hora de las oraciones antes de la bendición de los sagrados alimentos, una lectura de algún libro que haga alusión a los evangelios —solo los curas tienen acceso a las Sagradas Escrituras — así que se rezan oraciones enseñadas de generación en generación.
Al terminar comienzan los tiempos, siendo una pequeña bota de cristal la encargada de darle a probar un trozo pequeño de la fruta llamada acendría —de dulce carne y fresco color carmín, con semillas negras que dificultan comerla, pero que ya han sido separadas, comúnmente tiene una capa verde y blanca— a la cual abre el paladar para el siguiente plato.
Esta vez la sopa de carne de res —de difícil cocción ya que lleva una noche al fogón lento para una hechura— se acompaña con trozos de carota acompañados de garbanzos, le nutren, de tortas de maíz y un poco de picor — la verdad es que el picor poco se usa ya que se considera comida de arrieros— y una porción cuarta de pequeña desmenuzada carne.
A plato de termino son unas ricas habas acompañadas de tocino y cazabe, haciendo el honor a una carne de esta naturaleza que tanto significaba para los jóvenes esposos.
Los marranos son para esta ciudad de verdes frescores y violáceos atardeceres una de las comidas de mayor y mejor costo, así como la facilidad de lograr ahumarse para su conservación, tanto una buena pierna para el llamado jamón de serra, a diferencia de la carne de res y los trozos de caballo —de dudosa procedencia— que requieren de los gélidos cuartos de aire para su conservación, el costo no es posible de hacerse de algo, pero el marrano se busca por su frescura y rápida preparación.
La cocinera de la Marquesa es la diestra aprendiz de la casa antigua de las Dolores, su nombre es Belén de Nacimiento —de casa portuguesa— que tuvo a bien ser asignada a la joven pareja en donde determinó las hechuras de acomodar y resaltar a todo un equipo de ayudantes y cortadores de frutas así como obradores y panaderos para que cada comida esté realizada con los estrictos tomos y libros de cocina, que de familia y estirpe se han preparado los platillos desde hace ya más de doscientos años.
La cocina está compuesta de tres fogones, un hervidero para los potajes, el área de pelado y el arco de secado de las carnes al brioso de sal y conservas —el uso de conservas es por si alguna carne ya huela de mal aspecto, se le corrija con el uso de hojas secas de olorosos piloncillos de tierra, pimientos al secor, algunos llamados crispo para los arroces, la conserva de los llamados chocolates y turrones del café tostado.
Como la costumbre lo marca, no se consume agua alguna a la hora de la comida, el riesgo de los entuertos posteriores a los alimentos y posibles combinaciones entre lo degustado y lo bebido, hace que ya por experiencia mejor se disponga de algún ligero vinillo temprano y al finalizar se toma una ligera copa de crema de manzana o membrillo, quien acompaña es el ate de diferentes frutas de la temporada.
EL Marqués siempre menciona: ¡el agua para las plantas y el vinillo para las almas!
El rito de la comida es acompañado por la charla, la buena plática y bajo las costumbres de la antigua Nueva España, algún canto de la esposa a la hora de que el marido pruebe manjares acompañados de notas al piano —ejercicio bien ejecutado ya que una esposa debe deleitar a su marido en tan ejemplar interpretación— algunas canciones de la propia autoría de los escritores del Conservatorio de las Rosas —en la ciudad de Valladolid— daban picaresca lid a algunos rezos y cantos, que al tono de terminar una copla el aplauso del esposo es esperado.
¡De atrevimiento será que se interpreten algunas piezas de la zarzuela que tanto gustan por estos lugares! coplillas curras de Lope de Vega o de Calderón de la Barca, la favorita de la Marquesa era la Selva del Amor de Filippo Piccinini.
«…al amor que es un niño ciego y quiere abrasar la tierra, armas, armas; guerra, guerra. Al tirano que se atreve a la mejor libertad, al que, sin tratar verdad, menos paga a quien más debe, armarse el pecho de nieve para resistir su fuego…»
A lo que esposo aplaude en mueca de alegría ante tal verso y bien colocado estirón de voz.
Una vez se termina la hora de la comida se gusta de caminar por la calle —que de sí solo es polvo y verduzcos matorrales— pero que se trata de hacerse hasta la llamada alameda o florestal del cerro del coyote, una arbolada boscosa en donde se juntan a hacer las comidillas y los sentones de hacerse de la tarde para un fresco respirar.
Los esposos son acompañados por los pajes, los cuales caminan a la altura para que logren no dejarles lejos, transportan en finas canastas de mimbré frutas secas, fríos y frescos manjares de goma de sabor —unos dulces que se preparan con la membrana de las patas de las aves de pollo y al adulzarlas se le colocan colores para domar algunos sabores, de alta fama por esta pequeña ciudad—.
¡La sorpresa de que la Marquesa y su distinguido esposo paseen por las calles no es común! la felicidad que les embarga a los recién unidos tiene loca a toda la población, es un hecho que distrae y acrescente esta tierna oportunidad de mirarles ya no solo de lejos, sino cercanos y hasta alguna sonrisa les dejan a quienes pasan, conocidos y desconocidos.
¡Es el día preferido de la Marquesa!
Se le ha informado al joven José María Diez Marina que las juntas electorales estarían presididas por los habitantes y comunes de cuatro parroquias, partidos y provincias, que serían colegios electorales para la votación.
Cada parroquia presentó candidato.
La parroquia de Santiago, del Espíritu Santo, Santa Ana y la Divina Pastora —recordemos que en 1816 bajo este escrutinio ganó la elección en Querétaro el cura de Santa Ana Félix Osores, quien le delinearía el prospecto a joven Diez Marina —fue entre asesor y contrincante—.
Ya Diez Marina estaba presto de aquella votación del legislativo que ordenaba a todo el recién llamado estado a convenir, según sus derechos, a la elección de representantes.
«…fue convocado el Primer Constituyente el 24 de febrero de 1822, luego disuelto por Iturbide y nuevamente reinstalado el 31 de octubre de 1822. Aunque no produjo ningún documento, su convocatoria para el Segundo Constituyente y su voto de 12 de junio de 1823, fueron suficientes para hacerlos trascendentes.
Dejando clara la orden:
“El soberano Congreso Constituyente en sesión extraordinaria de esta noche, ha tenido a bien acordar que el gobierno puede proceder a decir a las provincias expedir el voto de su soberanía por el sistema de República Federal »
Dos meses después, el 1o. de abril de 1824, se inició el debate sobre el proyecto de Constitución Federativa de los Estados Unidos Mexicanos. Con breves modificaciones fue aprobada por el Congreso el 3 de octubre de 1824 y publicada el 25 bajo el título de Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos.
Con ello quedaba el camino claro para que el joven abogado José María Diez Marina logre colocarse —si los votos le acompañan— en el primer posible gobernador de Querétaro, buscando suficientes votos en la pequeña ciudad de violáceos atardeceres, pero también en la llamada Sierra de Gordos Ríos, en donde hubo insurgencia y batallas que aún duelen a la población.
¡Ese será el reto! Apaciguar a la zona serrana.
Continuará…