No fue a la cumbre de líderes del G-20 en Roma, ni al carrusel de jefes de Estado y de Gobierno que hablaron durante la cumbre climática en Glasgow un día después, porque prefirió quedarse en su rancho en Palenque y observar los días de Todos los Santos y Muertos. Pero decidió ir a la segunda reunión presidida por México en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas -el máximo órgano político de la organización-, para que escuchen todos lo que tiene que decir sobre desigualdad y corrupción.
Cuando hable esta mañana en el pequeño salón de sesiones del Consejo de Seguridad, no habrá ningún líder presente que oiga lo que quiere decir, por lo que la pregunta sería porqué no aprovechó estar frente a decenas de líderes del mundo en Roma y Glasgow y hablarle a ellos cuando tenía la oportunidad, en lugar de preferir una tribuna donde nadie sabe qué tanto caso le harán los líderes del mundo, o si incluso le prestarán atención.
Difícil la respuesta sobre las motivaciones del presidente, aunque si nos atenemos a su necesidad de protagonismo y su notable auto estima al pensar que el mundo copia y reproduce lo que dice y hace -como creer que el acuerdo sobre deforestación en la COP-26 resultó de Sembrando Vida-, quizás compartir los reflectores no era lo que quería para transmitir su mensaje. Aunque cabe también que su instinto anticipara, como después se lo hizo ver el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, que la mayoría de los discursos y declaraciones iban a contracorriente de sus políticas energéticas y ambientales.
El presidente es cada vez más renuente a escuchar a sus colaboradores. A Ebrard le dijo que dejara de enfocarse en las políticas del mundo, y se preocupara por las políticas de su Presidencia. Es decir, lo importante es lo que piense él, y no lo que pase en el mundo. Esos descolones cada vez más frecuentes con Ebrard se sintieron durante la preparación del viaje a Nueva York, donde López Obrador, en lugar de dejar que la Cancillería coordinara todo, como procede hasta por razones de organización e información integrada, repartió los tramos de responsabilidad con el representante de México en la ONU, Juan Ramón de la Fuente, y el embajador ante el gobierno estadounidense, Esteban Moctezuma.
Dejó que ellos, no Ebrard o la Cancillería, definieran su agenda y los posicionamientos que tendría en la gira. No se sabe qué es lo que aportó Moctezuma, pero De la Fuente informó lo que haría el presidente desde el 1 de noviembre, cuando presidió México la primera sesión del Consejo de Seguridad como presidente rotativo mensual. De la Fuente dijo que el debate que propiciará el presidente busca analizar las causas subyacentes de inseguridad internacional, incluido el impacto que sobre los conflictos tienen la corrupción, la exclusión y la desigualdad.
El tema no será novedoso para el Consejo de Seguridad. En septiembre del año pasado, cuando Estados Unidos lo presidió, la agenda que presentó era el “Mantenimiento de la Paz Internacional y la Seguridad” sobre corrupción y conflictos, y una de las sesiones, la del 18 de septiembre, fue presidida por el presidente Donald Trump. Una semana antes de esa sesión -que se enfocó en Irán, sin tocar temas de corrupción-, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, habló sobre la corrupción, presente en todos los países, ricos y pobres, del norte o del sur, desarrollados o en vías de desarrollo, que cuestan anualmente cuando menos dos mil 600 billones de dólares, equivalentes al 5% del Producto Global Bruto, con costos para empresarios e individuos que pagan sobornos anuales por más de mil billones de dólares cada año.
El discurso de Guterres va a ser evocado por López Obrador, no porque lo vaya a utilizar como base de su propio mensaje, sino porque varios de sus conceptos se encuentran contenidos, de manera desarticulada, en su propia narrativa. La corrupción, dijo Guterres, le quita a escuelas y hospitales de fondos vitales, corrompe instituciones y mientras los funcionarios se enriquecen, se hacen de la vista gorda ante la criminalidad. “La corrupción alimenta la desilusión con el gobierno y la gobernanza, y se encuentra frecuentemente en las raíces de la disfuncionalidad política y la desunión social”.
El secretario general de la ONU ya se refirió a cómo rompe la corrupción las instituciones políticas y sociales, cómo está vinculada a muchas formas de inestabilidad y violencia, como el tráfico de armas, el narcotráfico y el contrabando humano. Sus palabras son una barra alta que tendrá que brincar López Obrador para no ser reiterativo. El mensaje del presidente, se deduce por lo que anticipó De la Fuente, no será original, al haber sido reconocido regularmente en el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU.
Sin embargo, la columna vertebral de esas llamadas de alerta chocan con las posiciones políticas e ideológicas de López Obrador, a quien no le importan algunas consecuencias adicionales del fenómeno sobre el que va a pronunciarse. En situaciones de conflicto, política y social, y donde hay presencia del narcotráfico, se requieren instituciones anticorrupción, sociedad civil y medios independientes, cuyo trabajo es esencial, según Guterres, y que sin apoyo del gobierno, son vulnerables. El presidente mexicano piensa otras cosas.
¿Cómo planteará el fenómeno de la corrupción dentro del marco de la desigualdad? Es un misterio, porque hasta ahora, su récord en materia de lucha contra la corrupción es negativo, su árbol contra la corrupción carece de ramas, y sus enemigos no se encuentran entre los criminales, sino entre políticos que no son de su partido, empresarios que no son cercanos, la sociedad civil, los órganos autónomos que le estorban, y la prensa que lo critica, a los que considera los verdaderos criminales. Por esto, el discurso de López Obrador en el Consejo de Seguridad será fundamental para saber en dónde, a mitad de su sexenio, estamos parados.
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