Sin duda alguna, atravesamos una crisis política en nuestras sociedades en este nuevo siglo, donde las instituciones van perdiendo fuerza, recursos y credibilidad ante los ciudadanos o gobernados, provocando un debilitamiento en la gobernabilidad.
La cuestión ambiental, expresada en una crisis profunda con tres aristas, el cambio climático, el declive de la biodiversidad y la propia contaminación, sigue viéndose desde la perspectiva de los tomadores de decisiones, públicos y privados, como una cuestión secundaria, a la que le dedican una narrativa de simulación, un presupuesto meramente justificativo para excusarse, y un abanico de propuestas normativas y programáticas que poco contribuyen a la solución ambiental de fondo.
De hecho, hay una contradicción entre las leyes de la naturaleza y la política de los Estados, y aunque aún no se resuelve, la tendencia es que la naturaleza se va a imponer.
En medio de dicha contradicción antagónica, se encuentra la sociedad, pues, por un lado, es quien se ve afectada y por otro, es quien exige (en la actualidad), pero más allá de esa situación, la sociedad debe no sólo participar, sino mas bien tomar un rol determinante.
Existen diversas formas de poder, pero poco o casi nada se ha estudiado el poder ambiental, el cual podemos en principio señalar que dicho poder emana de la relación entre la sociedad (no el gobierno) y la naturaleza y, que se expresa, en que la segunda, es decir, la naturaleza, provee o es el sustento necesario para garantizar su supervivencia, no solo de alimentos, sino, también, como refugio, el aire, seguridad o bienestar o la energía, además de manifestarse mediante eventos que pueden ocasionar impactos negativos serios en la sociedad, como las inundaciones, las sequías, el calentamiento y otros más.( Entre 1993 y 2022, más de 765 000 personas perdieron la vida en el mundo y se produjeron casi USD 4,2 billones -ajustado según la inflación- en pérdidas como resultado directo de más de 9400 fenómenos meteorológicos extremos. Índice de Riesgo Climático, 2025)
En este sentido, el Índice de Riesgo Climático citado, da cuenta de lo siguiente: Las inundaciones, tormentas, olas de calor y sequías fueron las consecuencias más destacadas, desde una perspectiva tanto a corto como a largo plazo. Entre 1993 y 2022, las tormentas (35 %), olas de calor (30 %) y inundaciones (27 %) causaron la mayor cantidad de víctimas fatales. Las inundaciones fueron la causa de la mitad de los casos de personas afectadas. Las tormentas fueron las que provocaron, con diferencia, las pérdidas económicas más considerables (56 % o USD 2,33 billones, ajustado según la inflación), seguidas por las inundaciones (32 % o USD 1,33 billones).
Al afirmar que el poder ambiental, emana de la relación entre la sociedad y la naturaleza, entonces es factible considerar a las normas sociales, que son reglas generales que rigen el comportamiento de los miembros de un grupo o sociedad. Las cuales son normas informales, a menudo de carácter implícito, que la mayoría de las personas acepta y cumple, como un mecanismo propicio. Entonces habrá que generar y adoptar normas sociales ambientales.
Dichas normas sociales ambientales, podrán influir en los comportamientos humanos que determinan el bienestar, la salud y la protección del medio ambiente, creando así oportunidades de un enorme número de personas en todo el mundo. La transformación de las normas sociales ambientales puede ser una tarea de gigantesca envergadura que surta un efecto sumamente positivo en la vida de las mujeres, hombres, niñas y niños y sobre todo en conservar la naturaleza, como soporte de vida.
Los seres humanos, con frecuencia no siempre eligen cómo comportarse. A menudo, dicho comportamiento es automático y no intencionado, pero con un cambio en las normas sociales ambientales es posible inducir a un equilibrio entre la naturaleza y la sociedad.
Las normas sociales ambientales pueden derivar en que se perpetúe a lo largo de las generaciones un comportamiento colectivo que tal vez parezca irracional, pero que nadie va a desafiar.
Para modificar las normas originales y generar las normas sociales ambientales, se necesita una cantidad suficiente de personas que efectúe el cambio. Dichas normas pueden mostrar una gran estabilidad porque se sustentan en la interdependencia, pero, por este mismo motivo, el cambio puede darse con notable rapidez a nivel local.
El cambio de las normas sociales es un proceso factible, aunque complejo e iterativo, y para ello, se necesitan estrategias multisectoriales, holísticas y adaptadas a las particularidades culturales. Pero hay que considerar que el contexto social en el que se pretende efectuar el cambio de normas sociales reviste especial importancia, pues la comunidad debe actuar como motor del cambio, para ser determinante.
Normalmente es necesario conseguir que suficientes personas se coordinen para plasmar el cambio y así alcanzar la denominada «masa crítica» o «punto de inflexión».
Asimismo, hay que respaldar las acciones colectivas y los compromisos públicos con las nuevas normas y prácticas.
Conectar a la gente con los sistemas sociales, ambientales y económicos y, darle difusión a sus acciones.
En las investigaciones sociales se ha señalado que existen dos posibles procesos de cambio: (i) primero descartar la norma original y luego crear otra nueva; y (ii) primero crear la nueva norma y luego descartar la original. Los pasos de abandono de la norma original y la creación de la nueva norma pueden superponerse en el tiempo.
Para el caso de las normas sociales ambientales, es más factible que se genere la nueva y después se abandone la original, pues lo cierto es que habrá muchos obstáculos, intereses opuestos e incluso coacción política.
El poder ambiental es posible construirlo, con base en la generación de normas sociales.
Todo ello, es sin duda un proceso que tomará tiempo y en el cual la sociedad es el actor fundamental y clave para superar o enfrentar con mayor éxito la actual crisis ambiental.
Las nuevas normas sociales ambientales darán también inicio a la modificación de otras normas sociales y económicas, así como a políticas públicas y marcos normativos.
El nuevo poder ambiental, no acarreará una relación de dominación, con respecto a la naturaleza, ni tampoco a los demás seres humanos, se trata de una relación simbiótica, horizontal, incluyente y equitativa.